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El hombre del libro

diciembre 4, 2002

Cuando desde estas mismas columnas (1) os hablaba recientemente de la bibliofobia aldeana, fue la Dirección de esta Revista y no yo quien puso muy acertadamente a la cabeza de aquel escrito las palabras del capítulo VI de la primera parte del libro: *Cansose el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen. Y al leerlas recordé lo que en el mismo libro se nos dice de que a nuestro señor Don Quijote «del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio>.

Pero, ¿fue esto verdad? ¿Le enloquecieron al caballero los libros de caballerias, o buscó en éstos un alimento a su locura íntima sin manifestación ni dirección hasta entonces? Creo que en éste, como en otros muchos casos, se tomó por causa un efecto. Si Alonso Quijano el Bueno no hubiera sabido o podido leer, habriase enloquecido, y generosamente de todos modos ¡ Pero su locura habría resultado más infecunda que resultó! Los libros le salvaron la locura. Los libros nos depuran las locuras.

Cuenta Domingo Faustino Sarmiento en sus Recuerdos de provincia que: «Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba levendo, i una señora Loara pasaba para la iglesia o volvía de ella, i sus ojos tropezaban siempre día a día. más a más, con este niño inmóvil, insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo que meneando la cabeza decía en su casa: «¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si fueran buenos los libros, no los leería con tanto ahinco!” Esa señora sería, sin duda, señora de libro, de libro de misa.

Porque son las gentes de libro las que más se pronuncian contra los libros. Han sido los bíblicos quienes más bibliotecas han quemado.

Los hombres de un solo libro -viri unius libri-, los monobiblistas, han solido ser los enemigos de los libros. Y ellos han inventado lo libresco.

¡El libro! Libro -liber-, en su acepción primitiva, es la membrana que se forma en el árbol entre la corteza y el leño; la albura es lo que separa y une -todo lo que separa, une, en conjunción disyuntiva la parte exterior, las extrañas, y la parte interior, las entrañas. Y así el libro. Porque el libro nos comunica el yo exterior, el social, con él yo interior, el individual. Y todo aquello en que y conque nos comunicamos con el resto del espíritu nos es libro.

Cuando pensamos en el mundo exterior como en algo de espíritu, de significación, de eternidad, de historia, hablamos del Libro de la Naturaleza. El Libro de la Naturaleza es aquel en que leemos la Historia Natural, o sea la Naturaleza hecha historia, hecha vida en el tiempo -y en la eternidad- y no muerte en el espacio y en la infinitud. Y hablamos también del libro sellado con siete sellos. Y hay hombres que son, hasta para sí mismos, libros cerrados; hombres que por no haberse abierto como libros a sí mismos, no se conocen.

El libro sellado con siete sellos de que se nos habla en el Libro de la Revelación o Apocalipsis (cap. V) estaba escrito por dentro y fuera. Y así está todo libro para el que sabe leerlo. i Dice tanto una encuadernación natural! Cuando es natural, por supuesto. La Naturaleza misma está encuadernada.

i Hombre de libro! Hombre de libro puede querer decir dos cosas diferentes: un hombre que vive de los libros y por ellos, que en los libros apacienta su espíritu, que es un sujeto de libro, o bien un hombre que parece sacado de libros, invención de ellos, un objeto de libro. «¡ Eso no se ve más que en los libros! », decimos a las veces. Y, sin embargo, así como Aristóteles dijo aquello de que no hay nada en el entendimiento que no haya estado antes en los sentidos, cabría decir que no hay nada en la historia, o sea en él espiritu, que no haya antes estado, en una u otra forma, en el libro. Y por algo se dice que Dios escribe en el Libro de la Vida a aquellos que hayan de gozar de eternidad. Porque la eternidad la da el libro.

«¡Nada de libros!>, decían ciertos pedagogos descarriados por ellos, por libros que no supieron leer, y sustituyeron los libros vivos de papel, por otros libros, libros muertos; sustituyeron las alburas por cortezas. Porque como la corteza es lo que está más al exterior, más en contacto y en contacto más inmediato con lo de fuera, creyeron que la corteza es más natural y más primitiva.

¿Han salido las cosas de la vida de las cosas de los libros o viceversa?

Muchos son los requiebros que ha inventado el hombre: « ¡ Mi sol! » « ¡ Mi flor¡ > « ¡Mi estrella! » « ¡Mi vida! > «¡Mi cielo!>… No recordamos haber oído ni leído: « ¡Mi libro!> Y sería, sin embargo, de un profundo sentido y de un más profundo afecto.

En alguna parte dice Walt Whitman: «No tocas aquí un libro; ¡tocas un hombre!> (1). Y quien deja un libro, deja un hombre: se deja a sí mismo.

«Ése no tiene biografía>, se me dijo al morir cierto sujeto. Entendí que no cabía en un libro, y no por muy grande, sino por muy pequeño. 0 más bien porque habiendo sido un alma volátil, nebulosa, mejor brumosa, no cabía encerrarla en volumen, por chico que éste fuese. Y no tener biografía es no tener historia, y no tener historia es no haber vivido humanamente. 0 sea no haber vivido; no haber estado inscrito en el Libro de la Vida.

Y ved así cómo la aldeanería que huye dela historia, huye del libro.

«En el principio fue la Palabra>, principia el Evangelio de San Juan. Pero acaso debería decirse que en el principio fue la Escritura. Y de esto de que la Escritura precediese a la Palabra, el lenguaje escrito al hablado, la mano a la lengua, os hemos de decir.

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