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De la potencia del entendimiento

diciembre 4, 2002

Por el poder de ordenar y encadenar correctamente las afecciones del Cuerpo podemos conseguir no ser fácilmente afectados por afecciones malas, puesto que se requiere una fuerza mayor para reducir las afecciones ordenadas y encadenadas según un orden admisible para el entendimiento que para reducir las que son inciertas y vagas. Por consiguiente, lo mejor que podemos hacer, en tanto no tenemos un conocimiento perfecto de nuestras afecciones, es concebir una conducta recta de la vida, o dicho de otro modo, principios seguros de conducta, imprimirlos en nuestra memoria y aplicarlos sin cesar a las cosas particulares que se encuentran con frecuencia en la vida, de modo que nuestra imaginación sea extensamente afectada por ellos y les tengamos siempre presentes. Por ejemplo, hemos sentado entre las reglas de la vida que el Odio debe ser vencido por medio del Amor y de la Generosidad, y no ser compensado con un Odio recíproco. Para tener presente, cuando sea útil, ese precepto de la Razón, es preciso pensar a menudo en las ofensas que se hacen comúnmente los hombres y meditar sobre ellas, así como sobre la manera y el medio de rechazarlas lo mejor posible por medio de la Generosidad; de esta suerte uniremos la imagen de la ofensa a la imaginación de esta regla, y no dejará nunca de ofrecerse a nosotros cuando una ofensa nos sea inferida.

Si también tenemos presente la consideración de nuestro verdadero interés y del bien que produce una amistad mutua y una sociedad común, si no perdemos de vista además que nace de la conducta recta de la vida un contento interior soberano y que los hombres, como los demás seres, obran por una necesidad de su naturaleza, la ofensa entonces, es decir, el Odio que nace habitualmente de ella, ocupará una parte muy pequeña de la imaginación y será fácilmente dominada; o si la Cólera, que nace habitualmente de las ofensas más graves, no se domina tan fácilmente, lo será, sin embargo, aunque no sin fluctuación del alma, en un espacio de tiempo mucho menor que si no hubiésemos tenido anteriormente ocupada el alma en esas meditaciones, como se ve por las Prop. 6, 7 y 8. De igual modo, para alejar el Temor, debe pensarse en el empleo de la Firmeza de alma; se debe pasar revista e imaginar con frecuencia los peligros comunes de la vida y, cómo se les puede alejar mejor y dominarlos por medio de la presencia de espíritu y de la fuerza de alma. Pero debe observarse que al ordenar nuestras imágenes y nuestros pensamientos nos es preciso siempre considerar lo que hay de bueno en cada cosa, a fin de estar así siempre determinados a obrar por una afección de Gozo. Si, por ejemplo, comprende alguno que está demasiado ávido de Gloria, piense en el buen uso que se puede hacer de ella, y en el fin por qué debe buscarla, así como en los medios de adquirirla, pero no en el mal uso de la Gloria y en su vanidad, así como en la inconstancia de los hombres, o en otras cosas de esta especie, en las que nadie piensa sin pesar. Los más ambiciosos son los que se dejan afligir por tales pensamientos cuando desesperan de alcanzar el honor que ambicionan, y quieren parecer prudentes cuando la cólera les domina. Los que desean más la Gloria son ciertamente los que hablan más alto de su mal empleo y de la vanidad del mundo. Esto por otra parte no es propiedad exclusiva de los ambiciosos, sino que es común a todos aquellos a quienes es contraria la fortuna y que son impotentes interiormente. El avaro, cuando es pobre, no cesa tampoco de hablar del mal uso del dinero y de los vicios de los ricos. Lo cual no tiene otro efecto que afligirle y demostrar a los demás que no sufre solamente con su propia pobreza, sino con la riqueza de otros. De igual modo también, los que son mal acogidos por su querida sólo piensan en la inconstancia de las mujeres y en su falsedad de corazón, y olvidan todo esto tan pronto como su querida les acoge de nuevo favorablemente. Por tanto, el que trabaja en gobernar sus afecciones y sus apetitos sólo por amor de la Libertad, se esfuerza cuanto puede en conocer las virtudes y sus causas y en proporcionarse la plenitud de satisfacción que nace de su conocimiento verdadero, pero de ningún modo en considerar los vicios de los hombres, rebajar la humana naturaleza y satisfacerse con una falsa apariencia de libertad. El que observase diligentemente esta regla (lo cual no es difícil) y se ejercitare en seguirla, podrá ciertamente, en un corto espacio de tiempo, dirigir sus acciones conforme al mandato de la Razón.

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