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De tres comercios

diciembre 4, 2002

No hemos de anclarnos tanto en nuestros gustos y actitudes. Nuestra principal capacidad es saber adaptarnos a distintas costumbres. Es ser, mas no vivir, el permanecer atado y obligado por necesidad a una sola manera. Las almas más hermosas son aquéllas que tienen más variedad y flexibilidad.

He aquí un honroso testimonio sobre Catón: «Huic versatile ingenium sic pariter ad omnia fuit, ut natum ad id unum diceres, quodcumque ageret». (¨Tenía el espíritu tan versátil y apto para todo que, hiciera lo que hiciera, se hubiera dicho que había nacido para ello.¨)(Tito Livio,XXXIX)

Si de mí dependiera el formarme a mi modo, no habría postura tan buena en la que quisiera fijarme tanto como para no saber deshacerme de ella. Es la vida movimiento desigual, irregular y multiforme. No es ser amigo de uno mismo y menos aún señor sino esclavo, el obedecerse constantemente y estar tan preso por las propias inclinaciones que no pueda uno desviarse de ellas ni torcerlas. Dígolo ahora por no poder librarme fácilmente de la importunidad de mi alma, pues no sabe entretenerse por lo general sino cuando se ocupa, ni emplearse si no es tensa y por entero. Por liviano que sea el tema que le den, gusta de aumentarlo y estirarlo hasta haber de trabajar en él con todas sus fuerzas. Su ociosidad me es por ello penosa tarea y que ataca a mi salud. La mayoría de las mentes necesitan de materia ajena para desentumecerse y ejercitarse; la mía la necesita para asentarse y relajarse: «vitia otii negotio discutienda sunt», (¨Los vicios del ocio deben ser combatidos con el trabajo¨) (Séneca, Cartas), pues su más laborioso y principal estudio es estudiarse a sí misma. Son los libros para ella, de ese genero de ocupaciones que la apartan de su estudio. Al primer pensamiento que le viene, agítase dando pruebas de su vigor en todos los sentidos, ejerce su actividad ora hacia la fuerza, ora hacia el orden y la gracia, se regula, se modera, se fortalece. Tiene con qué despertar sus facultades por sí misma . La naturaleza le ha dado, como a todos, bastante materia propia para utilizar y temas suyos bastantes sobre los que pensar y juzgar.

Es la meditación poderoso y rico estudio para quien sabe palparse y dedicarse vigorosamente: prefiero crear mi alma que amueblarla. No hay tarea ni más débil ni más fuerte que la de alimentar los propios pensamientos, según el alma de la que se trate. Las más grandes hacen de ello su ocupación. «quibus vivere est cogitare». (¨Para quienes vivir es pensar.¨)(Cicerón, Tusculanas). Además hale concedido la naturaleza el privilegio de que no haya nada que podamos hacer durante tanto tiempo, ni acto al que nos entreguemos más a menudo y más fácilmente. Es el trabajo de los dioses, dice Aristóteles, del cual nace su beatitud y la nuestra. Sírveme la lectura especialmente para despertar mi raciocinio con distintos temas, para atarearme el juicio, no la memoria.

Pocos pasatiempos detiénenme pues, sin vigor y sin esfuerzo. Verdad es que la elegancia y la belleza me llenan y ocupan tanto o más que el peso y la profundidad. Y como no hago sino dormitar con cualquier otra comunicación prestando sólo superficialmente mi atención, ocúrreme a menudo en tal suerte de conversaciones de cortesía, el decir y responder fantasías y necedades indignas de un niño y ridículas, o el permanecer en un obstinado silencio más inepto e incivil aún. Tengo un natural soñador que me encierra en mí mismo, y por otra parte una pesada y pueril ignorancia de muchas cosas comunes. Por estas dos cualidades he conseguido que se puedan contar con verdad cinco o seis anécdotas sobre mí tan necias como del más necio. Y siguiendo con el tema, resulta que este carácter difícil me hace exquisito para las relaciones con los hombres (he de seleccionarlos muy escogidamente) y me vuelve incómodo para los actos comunes. Vivimos y tratamos con el pueblo; si su conversación nos importuna, si desdeñamos adaptarnos a las almas bajas y vulgares, y a menudo son las bajas y vulgares tan ordenadas como las más sutiles (toda sapiencia es insípida si no se acomoda a la ignorancia común) no hemos de ocuparnos entonces ni de nuestros propios asuntos ni el de los demás; tanto en los públicos como en los privados hemos de vérnoslas con estas gentes. Las actitudes menos envaradas y más naturales de nuestra alma son las más bellas; los mejores quehaceres, los menos esforzados. Dios mío, ¡qué gran favor hace la sabiduría a aquéllos cuyos deseos adapta a su poder!. No hay otra ciencia más útil. Según se pueda, era el proverbio y el dicho favorito de Sócrates, dicho de gran sustancia. Hemos de dirigir y detener nuestros deseos en las cosas más fáciles y cercanas. ¿No es necio humor el disentir con un millar de hombres a los que el destino me une, de los que no puedo prescindir, para limitarme a uno o dos con los que no trato, o más bien a un deseo fantástico de algo que no puedo alcanzar?. Mis hábitos cómodos, enemigos de toda acritud y dureza, pueden haberme librado fácilmente de envidias y enemistades; jamás hombre alguno dio más ocasión, no diré que de ser amado, más sí de no ser odiado. Mas la frialdad de mi trato me ha robado, y con razón, la benevolencia de muchos a los que he de excusar si la interpretación en otro y peor sentido.

Soy muy capaz de hacer y conservar amistades raras y exquisitas. Como me ato con tanto apetito a las uniones que son de mi gusto, me encuentro, me abalanzo tan ávidamente que no puedo dejar de ligarme fácilmente y de dejar huella cuando me voy. A menudo he hecho la prueba con felicidad. Para las amistades comunes soy algo estéril y frío pues mi andar no es natural si no es a toda vela; aparte de que la fortuna, al haberme acostumbrado y engolosinado desde mi juventud con una amistad única y perfecta, en verdad que de algún modo me ha hecho perder el gusto por las demás y me ha grabado en el cerebro que soy animal de compañía y no de tropa, como decía aquel clásico. También porque por naturaleza me cuesta comunicarme a medias y con disimulo, y con esa servil y desconfiada prudencia que se nos ordena principalmente en esta época en la que no se puede hablar del mundo sin peligro o falsedad.

Y es el caso que veo sin embargo que quien tiene como fin al igual que yo los bienes de su vida (me refiero a los bienes esenciales) ha de huir como de la peste de esas dificultades y exquisiteces de humor. Alabo a un alma de distintos niveles que sepa tensarse y distenderse, que esté bien en todo lugar al que el destino le lleve, que pueda cambiar impresiones con el vecino sobre su casa, la caza y sus disputas, que pueda charlar con placer con el carpintero y jardinero; envidio a aquéllos que saben confraternizar con el último de su séquito y llevar la conversación con su propio paso.

Y no me agrada al consejo de Platón de hablar siempre en tono de amo y señor de nuestros servidores, sin jovialidad, sin familiaridad, ya sea a los varones como a las hembras. Pues es inhumano e injusto hacer valer tanto semejante prerrogativa de la fortuna, más allá de lo natural; y las sociedades en las que menos diferencias hay entre los criados y señores, parécenme las más equitativas.

Los otros se estudian para hacer gala de una mente elevada y afectada; yo, para rebajarla y reclinarla. Sólo peca en extensión.

Narras, et genus Aeaci,
Et pugnata sacro bella sub Ilio:
Quo Chium pretio cadum
mercemur, quis aquam temperet ignibus,
Quo praebente domun, et quota,
Pelignis caream frigoribus taces.

¨Me cuentas la raza de Eaco, los combates librados bajo la murallas de Troya; pero cuál es el precio de un barril de vino de Chio, que calentará mi agua, en casa de quién y cuándo puedo encontrar refugio contra el frío de Pelignes, eso te lo callas.¨(Horacio, Odas,III. XIX.3)

Así al igual que el valor lacedemonio necesitaba de moderación o del sonido dulce y gracioso de las flautas para suavizarlo en la guerra, para que no se lanzara, temeraria y furiosamente, mientras que otras naciones emplean por lo general sonidos y gritos agudos y fuertes que exciten y enardezcan a ultranza el valor de sus soldados, paréceme también que, contra lo habitual, en el uso de nuestra mente, la mayor parte necesitamos más de plomo que de alas, de frialdad y reposo que de ardor y agitación. Sobre todo prefiero hacerme el tonto que el entendido entre aquéllos que no lo son y hablar con afectación, » favellar inpunta di forchetta». (¨Hablar sobre la punta de un tenedor¨, proverbio italiano que significa: hablar con rebuscamiento y afectación). Se ha de poner uno a la altura de aquéllos con los que está y a veces fingir ignorancia. Dejar a parte fuerza y sutileza; para la práctica común ya hay bastante con reservar el orden. Arrastraos por tierra entretanto si es necesario.

A menudo tropiezan los sabios en esa piedra. Exhiben siempre su magisterio y van sembrando sus libros por todas partes. En esta época, han golpeado tan fuerte con ellos los gabinetes y los oídos de las damas, que si no han retenido la sustancia al menos tienen la pátina; en todo tipo de tema y de materia, por bajos y populares que sean, sirvense de una manera de hablar y de escribir nueva y sabia,

Hoc sermone pavent, hoc iram, gaudia, curas,
Hoc cuncta effundunt animi secreta; quid ultra?
Concumbunt docte,

¨Temor cólera, alegría, tristeza, incluso los secretos de su carazón se expresan en esa lengua. ¿Qué más? Hacen el amor con sabiduría¨ (Juvenal, VI. 189),

y citan a Platón y a Santo Tomás en cosas para las cuales servirá igual de testigo el primer recién llegado. La doctrina que no ha podido llegarles al alma, se les ha quedado en la lengua.

Si me hacen caso las bien nacidas, se contentarán con hacer valer sus propias naturales riquezas. Ocultan y encubren sus bellezas bajo bellezas ajenas. Es gran simpleza apagar la propia claridad para brillar con luz prestada; se entierran y sepultan bajo el artificio «De capsula totae». ¨Todas sacadas de una caja¨.( Séneca, Epístolas,115). Es que no se conocen lo bastante; no tiene el mundo nada más bello; a ellas corresponde honrar las artes y resaltar los afeites. ¿Qué más quieren que vivir amadas y honradas? Tienen y saben demasiado para esto. No es menester sino despertar y encender algo las facultades que hay en ellas. Cuando las veo ligadas a la retórica, a la astrología, a la lógica, y a otras drogas semejantes tan vanas e inútiles para sus necesidades, temo que los hombres que se las aconsejan, lo hagan para poder dominarlas con ese pretexto, ¿pues qué otra excusa podría hallarles?. Basta con que puedan, sin nosotros, expresar con la gracia de sus ojos la alegría, la severidad o la dulzura, sazonar un no con dureza, duda o favor, y que no nos busquen intérprete en las razones que se dan para su servicio. Con esta ciencia, llevan la batuta y enseñan a los maestros y en la escuela. Y sin embargo les enoja reservarnos cosa alguna, y quiere, por curiosidad, tener parte en los libros, es la poesía entretenimiento propio para su necesidad; es un arte juguetón y sutil, disfrazado y hablador, todo placer, toda exhibición, como ellas. Sacarán también distintos beneficios de la historia. En cuanto a la filosofía de la parte que sirve para la vida, tomarán las razones que les enseñan a juzgar de nuestros humores y de nuestra condición, a defenderse de nuestras traiciones, a moderar la temeridad de sus propios deseos, a conservar su libertad, a prolongar los placeres de la vida, a soportar con humanidad la inconstancia de un servidor, la rudeza de un marido y las molestias de los años y de las arrugas; y cosas semejantes. He aquí como mucho, la parte que les asignaría en las ciencias.

Hay naturales individualistas, retirados e íntimos. Mi carácter esencial es propio para la comunicación y la exhibición; todo lo nuestro y exteriorizo, he nacido para la sociedad y la amistad. La soledad que amo y predico no es sino volver principalmente mis afectos y pensamientos hacia mí, restringir y apretar no ya mis pasos sino mis deseos y cuidado, abandonado la solicitud ajena y huyendo a muerte de la servidumbre y de la obligación, y no tanto del gentío de los hombres como del de los asuntos. A decir verdad, la soledad local más bien me esparce y ensancha hacia fuera; lanzándome a los asuntos de estado y al mundo más fácilmente cuando estoy solo. En el Louvre y entre el gentío, acurrúcame y contráigome en mi interior; empújame el gentío dentro de mí y jamás me hablo a mí mismo tan loca, licenciosa y privadamente como en los lugares de respeto y prudencia ceremoniosa. No me hacen reír nuestras locuras sino nuestras sapiencias. Por naturaleza no soy enemigo del bullicio de las cortes; he pasado en ellas gran parte de mi vida y estoy hecho a conducirme con alegría en las grandes compañías, con tal de que sea a intervalos y a gusto mío. Mas esa blandura de juicio de la que hablo, me ata por fuerza a la soledad; incluso en mi hogar, en medio de una nutrida familia y de una casa de las más frecuentadas. Veo allí a bastantes gentes, mas raramente a aquéllas con las que gusto de comunicarme; y reservo para mí y para los demás una inusitada libertad. Hácese una tregua en la ceremonia, en la cortesía y en los cumplidos, y en otras ordenanzas semejantes y penosas de nuestra educación (¡ oh costumbre servil e importuna!); cada cual se conduce a su modo; alimenta allí quien quiere sus pensamientos; yo, manténgome callado, meditabundo y encerrado en mí mismo, sin que mis invitados se ofendan.

Los hombres cuyo trato y sociedad busco son aquéllos a los que llaman hombres honestos y hábiles; la imagen de éstos me hace perder el gusto por lo demás. Es, pensándolo bien, el carácter más raro de los nuestros, y carácter debido principalmente a la naturaleza. El fin de esta relación es simplemente la intimidad, el trato y la conversación: el ejercicio de las almas sin más fruto. Todos los temas me son iguales para nuestras charlas; me es indiferente que tengan peso o profundidad; siempre están presentes la gracia y la penitencia; todo está teñido por un juicio maduro y constante, y mezclado de bondad, franqueza, alegría y amistad. No sólo en el tema de las sustituciones y en los asuntos reales muestra nuestra mente su belleza y su fuerza; muéstrala igualmente en las conversaciones privadas. Conozco a los míos incluso por su silencio y su sonrisa y quizá los descubra mejor en la mesa que en las deliberaciones. Hipómaco decía efectivamente que conocía a los buenos luchadores viéndolos simplemente andar por la calle. Si tiene a bien la doctrina mezclarse con nuestras palabras, será bien recibida: no magistral, imperiosa e importuna como de costumbre, sino sufragánea y dócil por si misma. Sólo queremos pasar el tiempo; para instruirnos y estudiar ya iremos a buscarla a su trono. Háganos el favor de someterse a nosotros en esta ocasión: pues por útil y deseable que sea, doy por sentado que incluso en caso de necesidad podríamos prescindir y pasarnos de ella por completo. Un alma bien nacida y entrenada a tratar con los hombres resulta plenamente agradable por sí misma. El arte no es otra cosa sino el control y registro de los productos de tales almas.
Es también para mí sociedad muy amena la de las bellas y honestas mujeres: «Nam nos quoque oculos eruditos habemus». ¨Pues nosotros también tenemos ojos sagaces.¨ ( Cicerón,paradojas.V.2.) Si no tiene el alma tanto de lo que gozar como en la primera, los sentidos corporales, que tienen a su vez más parte en ésta, llévanla a una medida parecida a la otra, aunque, a mi parecer, no igual. Mas es una sociedad en la que es menester mantenerse algo en guardia y especialmente aquéllos en los que el cuerpo puede mucho, como yo. Escáldeme en mi infancia y padecí todas las rabias que dicen los poetas acometer a aquéllos que se dejan llevar sin orden ni juicio. Verdad es que aquel latigazo sirvióme después de lección,

Quicunque Argolica de classe Capharea fugit,
Semper ab Eobocis vela retorquet aquis.

¨Quien , perteneciendo a la flota de Argos, se ha salvado de Cafarea, desvía siempre sus velas de las aguas de Eubea. (Ovidio,Tristes,I.I.83)

Locura es dedicarle todos los pensamientos y comprometerse con una pasión furiosa e imprudente. Mas, por otra parte, meterse en ella sin amor ni obligación de la voluntad, como los comediantes, para representar un papel común a la edad y a la costumbre poniendo de lo propio sólo las palabras, es en verdad velar por la seguridad de uno, mas bien cobardemente, como aquél que abandonare su honor o su provecho o su placer, por miedo al peligro; pues es cierto que de tal práctica aquéllos que la ejercen no pueden esperar fruto alguno que afecte o satisfaga a un alma hermosa. Es menester haber deseado a conciencia aquello de lo que se quiere obtener placer a conciencia gozando de ello; y digo cuando la fortuna favoreciera injustamente su fingir; cosa que suele ocurrir pues no hay ninguna por mal hecha que esté, que no crea ser agradable y que no se dé a valer por su edad, su sonrisa o movimiento; pues no hay feas totales así como tampoco bellas; y las jóvenes brahmanas que carecen de otra gracia, van a la plaza donde se reúne el pueblo tras un pregón a ese efecto, para mostrar sus partes matrimoniales, por si así al menos consiguen un marido.

Por consiguiente, no hay una que no se deje persuadir fácilmente con la primera promesa de servirla que se le haga. Y de esta traición general y ordinaria de los hombres de hoy, forzoso es que acontezca lo que ya nos muestra la experiencia, que se alían y encierran en sí mismas o entre ellas para huir de nosotros; o bien hacen ellas por su lado lo mismo, siguiendo el ejemplo que les damos, representar su parte en la farsa prestándose a ese trato sin pasión, sin cuidado, y sin amor. «Neque affectui suo aut alieno obnoxiae» ; ¨Desligadas de toda pasión propia o ajena¨(Tácito, Anales ,XIII.45) estimando, de acuerdo con la convicción de Lisias, en Platón, que pueden dedicarse más útil y cómodamente a nosotros, cuanto menos las amemos.

Ocurrirá como en las comedias; el pueblo disfrutará tanto o más que los comediantes.

Yo por mi parte entiendo tan poco a Venus sin Cupido como una maternidad sin fruto; son cosas que se entremezclan y se deben recíprocamente la esencia. Así este engaño recae sobre aquél que lo hace. Nada le cuesta, mas tampoco obtiene nada que valga. Aquéllos que hicieron diosa a Venus consideraron que su principal belleza era incorpórea y espiritual; mas que estas gentes buscan no sólo no es humana sino que ni siquiera es bestial. ¡No la quieren las bestias tan pesada y terrena! Vemos como la imaginación y el deseo enardécelas a menudo solicitando antes el cuerpo; vemos cómo en uno y otro sexo eligen y seleccionan sus afectos entre la multitud y cómo tienen entre ellas relaciones de largo cariño. Incluso aquéllas a las que la vejez priva de la fuerza corporal, siguen estremeciéndose, relinchando y sobresaltándose de amor. Vémoslas antes del acto llenas de esperanza y ardor; y cuando el cuerpo a cumplido su papel, gozan aún con la dulzura del recuerdo; y vemos algunas hinchadas de orgullo al partir, que emiten cantos de alegría y de triunfo: cansadas y embriagadas. Quien sólo ha de librar al cuerpo de una necesidad natural, para nada ha de ayuntarse con tan curiosos aprestos; no es alimento para hambre tan grande y material.

Como aquél que no quiere que le consideren mejor de lo que es, diré esto de los errores de mi juventud. No sólo por el peligro que corre la salud ( no supe hacerlo de forma que no sufriese dos amagos, aunque ligeros y preambulares), sino también por deprecio, apenas si me entregué a los ayuntamientos venales y públicos; quise aguijonear el placer con la dificultad, el deseo y cierta gloria; y placíame el estilo del emperador. Tiberio que elegía sus amores tanto por la modestia y la nobleza como por otras cualidades, y la actitud de la cortesana Flora que no se entregaba más que a un dictador, a un cónsul o a un censor, y obtenía el placer de la dignidad de sus enamorados. Ciertamente las perlas y los brocados ayudan de algún modo, y los títulos y el lujo. Aparte de esto tenía muy en cuenta la inteligencia, mas con tal de que el cuerpo no dejara nada que desear; pues, si he de hablar sinceramente, si una u otra belleza hubiera habido de faltar, habría elegido prescindir de la espiritual; tiene utilidad en cosas mejores; mas en cuestión de amor, cuestión en la que tienen que ver principalmente la vista y el tacto, hácese sin las gracias del espíritu mas nada sin las gracias del cuerpo. Es la belleza el verdadero bien de las damas. Es tan suya como la nuestra, a pesar de exigir rasgos algo distintos, sólo alcanza la cúspide de confundirse con la suya, pueril e imberbe. Dicen que el Gran Señor, a aquéllos que le sirven por razón de su belleza, que son infinitos, los despide a los veintidós años a más tardar.

El juicio, la prudencia y los oficios de la amistad se dan más en los hombres; por ello gobiernan los asuntos del mundo.

Estos dos comercios son fortuitos y dependen de otros. El uno es enojoso por ser tan raro; ajase el otro con la edad: y por ello no habrían saciado las necesidades de mi vida. El de los libros, que es el tercero, es mucho más seguro y más nuestro. Deja a los primeros demás ventajas mas tiene para sí la constancia y la facilidad de su servicio. Acompaña éste toda mi andadura y siempre me asiste. Consuélame en la vejez y en la soledad. Me libra del peso de una ociosidad tediosa; y me salva en todo momento de las compañías que me resultan enojosas; Lima los pinchazos del dolor si no es del todo extremo y dueño absoluto de mi. No hay como recurrir a los libros para distraerse de un pensamiento importuno; desvíanme fácilmente hacia ellos, ocultándomelo. Y además, no se enfadan por ver que solo los busco a falta de esos otros placeres más reales, más vivos y naturales; siempre me reciben con buena cara.

En vano va a pie, dícese, quien lleva el caballo por la brida; y Jacobo, nuestro rey de Nápoles y de Sicilia, el cual, siendo hermoso, joven y sano, hacíase transportar por los países en camilla, acostado sobre una vil almohada de pluma, ataviado con un vil vestido de paño gris y un gorro igual, seguido sin embargo por gran pompa real, literas, caballo armado de todas clases, gentil hombre y oficiales, hacia gala de una austeridad muy tierna aún y vacilante; no es de compadecer al enfermo que tiene la curación a su alcance. En la práctica y aplicación de esta sentencia que tengo por verdadera, consiste todo el fruto que saco de los libros. En efecto, apenas si los utilizo más que los que no lo conocen. Gozo de ellos como los avaros de los tesoros, sabiendo que gozaré de ellos cuando me plazca; se sacia y contenta mi alma con este derecho de posesión. Ni en la guerra ni en la paz viajo sin libros. Sin embargo pasarán días y meses sin que los use: lo haré dentro de nada, pienso, o mañana o cuando me plazca. Corre el tiempo mientras tanto y se va, sin herirme. Pues no puedo decir cuánto me calmo y apaciguo con esta consideración, que están a mi lado para darme placer en su momento, y pensando cuánto ayudan a mi vida. Es la mejor munición que he hallado para este viaje humano y compadezco en extremo a los hombres de entendimiento que de ella carecen. Acepto gustoso cualquier otra clase de esparcimiento, por liviano que sea, porque éste no puede faltarme.

En casa suelo prestar más atención a mi biblioteca, desde la que alcanzo a gobernar mi hacienda. Estoy en la entrada y veo abajo mi jardín, mi corral y la mayor parte de los miembros de mi familia. Allí hojeo ya un libro, ya otro sin orden ni concierto, de modo deshilvanado; ora sueño, ora apunto y dicto, mientras paseo, las ideas aquí presentes.

Está en el tercer piso de una torre. El primero es la capilla, el segundo una habitación y sus aposentos en la que me acuesto a menudopara estar solo. Encima tiene una guarda ropa. Era en el pasado el lugar más inútil de la casa. Paso en el la mayor parte de los días de mi vida y la mayor parte de las horas del día. Jamás estoy allí por la noche. Hay un gabinete contiguo asaz apañado, capaz de albergar fuego en invierno, abierto de modo muy agradable. Y si no temiera las preocupaciones más que los gastos, preocupaciones que me apartan de toda tarea, podría añadir fácilmente a cada lado una galería de cien pasos de largo y doce de ancho, al mismo nivel, pues hallé levantados los muros para otro uso a la altura que necesito. Todo lugar retirado exige un paseo. Mis pensamientos dormitan si los dejo parados. No funciona mi mente si la mueven las piernas. A todos aquéllos que estudian sin libros les ocurre otro tanto.

Es de forma redonda y no tiene liso más que lo que necesito para la mesa y la silla, y al curvarse, me ofrece, con sólo echar un vistazo, todos mis libros colocados en cinco niveles todo alrededor. Tiene tres vistas de rica y abierta perspectiva y dieciséis pasos libres de diámetro. En invierno estoy allí menos continuamente pues está mi casa encaramada en un cerro y no hay aposento más aventado que éste; y pláceme por ser de acceso algo difícil y estar apartado, tanto por el fruto del ejercicio como por alejar el gentío de mi. Este es mi cubil. Intento conservar totalmente el dominio sobre él y sustraer este único rincón de la comunidad conyugal, filial y civil. En cualquier otra parte tengo sólo una autoridad verbal: en esencia, confusa. ! Mísero aquel, a mi parecer, que no tenga en su casa un lugar donde pertenecerse, donde hacerse a si mismo la corte, donde ocultarse! La ambición exige a los suyos estar siempre exhibiéndose como la estatua de un mercado: ´Magna servitrus est magna fortuna¨ Una gran fortuna es una gran esclavitud.¨ (Séneca,consolación a Polibio, XXVI). ¡Ni siquiera tiene su retiro para retirarse! Nada me parece tan duro en la austeridad de vida que profesan los nuestros religiosos, como lo que sé de algunas de sus compañías que tienen como regla una perpetua sociedad de lugar y asistencia numerosa entre ellos, para cualquier acto. Y halló más soportable de algún modo el estar siempre solo que el no poder estarlo jamás.
Si alguien me dice que es envilecer a las musas el servirse de ellas sólo como juguete y pasatiempo, no sabe como yo, cuanto vale el placer, el juego y el pasatiempo.

Poco me falta para decir que todo otro fin es ridículo. Vivo al día: y con todos mis respetos, diré que sólo vivo para mi: ahí termina mis designios. De joven estudié para la orientación; después algo, para asentarme; ahora, para divertirme; jamás para el provecho. Un gusto vano y derrochador que tenía por esa clase de libro, no para acudir únicamente para mi necesidad, sino tres pasos más allá para cubrirme y adornarme con él, helo perdido ya.

Tienen los libros muchas cualidades agradables para aquéllos que saben elegir; mas ningún bien sin esfuerzo: es un placer que no es más limpio y puro que los otros; tiene sus inconvenientes y de mucho peso; ejercítese con ellos el alma, mas el cuerpo, cuyo cuidado tampoco he olvidado, permanece entonces inactivo, se debilita y entristece. No conozco otro exceso más perjudicial para mi, ni nada que haya que evitar más en esa decadencia de la vida

Estas son mis tres ocupaciones favoritas y particulares. No hablo de aquéllas que debo al mundo por civil obligación.

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