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Elogio de la filosofía

diciembre 4, 2002

Revolviendo los vientos las llanuras
del mar, es deleitable desde tierra
contemplar el trabajo grande de otro;
no porque dé contento y alegría
ver a otro trabajando, mas es grato
considerar los males que no tienes:
suave también es sin riesgo tuyo
mirar grandes ejércitos de guerra
en batalla ordenados por los campos:
10 pero nada hay más grato que ser dueño
de los templos excelsos guarnecidos
por el saber tranquilo de los sabios,
desde donde puedas distinguir a otros
y ver cómo confusos se extravían
y buscan el camino de la vida
vagabundos, debaten por nobleza,
se disputan la palma del ingenio
y de noche y de día no sosiegan
por oro amontonar y ser tiranos.
20 ¡oh míseros humanos pensamientos!
¡Oh pechos ciegos! ¡Entre qué tinieblas
y a qué peligros exponéis la vida,
tan rápida, tan tenue! ¿Por ventura
no oís el grito de naturaleza,
que alejando del cuerpo los dolores,
de grata sensación el alma cerca,
librándola de miedo y de cuidado?
Vemos cuán pocas cosas son precisas
para ahuyentar del cuerpo los dolores,
30 y bañarle en delicias abundantes,
que la naturaleza economiza.
Si no se ven magníficas estatuas,
de cuyas diestras juveniles cuelguen
lámparas encendidas por las salas
que nocturnos banquetes iluminan,
ni el palacio con plata resplandece,
ni reluce con oro, ni retumba
el artesón dorado con las liras;
se desquitan, no obstante, allá tendidos
40 en tierna grama, cerca de un arroyo,
de algún árbol copudo sombreados,
a cuyo pie disfrutan los placeres
que cuestan poco; señaladamente
si el tiempo ríe y primavera esparce
flores en la verdura de los campos:
maligna fiebre no saldrá del cuerpo
si en púrpura y bordados te revuelves
con más celeridad que sí encamares
entre plebeyas mantas y sayales.
50 Porque sí la fortuna, el nacimiento,
el esplendor del tronco hacer no pueden
a nuestro cuerpo bienaventurado,
presumimos que al ánimo tampoco;
si no es acaso cuando tus legiones
veas que hierven por los anchos valles
en simulacro y ademán de guerra;
cuando veas que el mar tus velas cubren,
y que le hacen gemir por todas partes,
te figures con esto que aterrada
60 la superstición huye con espanto
del ánimo, y el miedo de la muerte
deja entonces el pecho descuidado.
Pues si vemos que son ridiculeces
y vanidades estas cosas todas;
y a la verdad los miedos de los hombres
y los cuidados que les van siguiendo
no temen el estruendo de las armas
ni las crueles lanzas; audazmente
se sientan con los reyes y señores:
70 ni sus fulgentes púrpuras respetan
ni sus diademas de oro; único fruto
de la ignorancia dudarás que es todo,
nuestra vida en tinieblas sepultada.
Así como los niños temerosos
se recelan de todo por la noche,
así nosotros, tímidos de día
nos asustamos de lo mismo a veces
que despavorir suele a los muchachos:
preciso es que nosotros desterremos
80 estas tinieblas y estos sobresaltos
no con los rayos de la luz del día,
sino pensando en la naturaleza

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