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Habla animal

diciembre 4, 2002

Las fábulas de Esopo, cuyas historias son protagonizadas por animales que hablan, se hizo realidad en el 2009, después de que un neurólogo japonés, cirujano él, aficionado a los lenguajes informáticos, desarrolló un microchip que insertado en el hemisferio izquierdo de los animales permitió que estos hablaran.

Para probar su invento no dudó en insertárselo a su gato. Dos semanas después se les podía ver juntos charlando amenamente en un Mc Donald de Tokio; él bebiendo un capuchino y su mascota té con leche.

No llamó la atención que hablara con su gato. La gente suele hablar con sus mascotas. Ni siquiera causó estupor que el gato se dirigiera a las personas de una manera clara y erudita. Lo que admiró a los parroquianos del cafetín fue la habilidad de ventrílocuo del propietario del felino.

Hasta le echaron algunas monedas por la gracia.

Animado por el éxito de su invento, el neurólogo japonés insertó otro microchip a su perro y también a un ratón de laboratorio que tenía en casa, en una jaula. Con estos tres animales, perro, gato y pericote, viajó a Londres para presentar a la comunidad científica internacional algo revolucionario.

Los elocuentes discursos de esos animales causaron impacto. El presentador de noticias de la BBC dijo que hasta hablando se entienden los animales. Revistas como Nature, National Geographic, Newsweek o Time, calificaron la noticia como un hecho sin precedente en la historia de la humanidad.

El invento del japonés pasó a los libros como el microchip evolutivo.

Sólo después de que las patentes fueran compradas por las transnacionales de la informática y de la electrónica, los microchips se empezaron a fabricar masivamente, en variedades multilinguales, para ser insertado en cuanto animal caminara, volara o se arrastrara.

El Vaticano se opuso tajante. El Papa, en una homilía, dijo que era contra natura romper con el orden establecido por Dios. Y hasta se especuló que detrás de ese millonario negocio estaba metido el diablo. Era un asunto de contenidos, de dogmas y hasta de impresión. ¿Sería posible modificar en la Biblia el párrafo ese que aseguraba que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza?

El hecho de que pudieran hablar, de que pudieran plantear sus puntos de vista, de discutirlos y hasta de discrepar, significó un cambio profundo en las relaciones del hombre con el reino animal. Un trastorno que cambió, como ya se preveía, el curso de la historia.

La gastronomía fue la primera actividad humana que acusó el golpe de ese nuevo orden natural. El hombre tuvo que cambiar radicalmente sus hábitos alimenticios, renunciar a sus debilidades carnivoras y volverse vegetariano.

Y es que, apenas pudieron hablar, miles y millones de pollos, cerdos, reses y otros animales proteicos -incluidas ranas, tortugas y lagartos- se organizaron alrededor del mundo en frentes de defensa para luchar por sus derechos.

Inmediatamente recibieron el respaldo de grupos Verdes, el asesoramiento de ONG, la solidaridad de las agrupaciones ecologistas y de derechos humanos que alentaron un cambió radical en la legislación internacional y en las constituciones de los países que señalaría con claridad el sacrificio de animales era un vil asesinato y el consumo de carne animal como un delito de lesa animalidad.

Este fue el punto de partida del llamado Nuevo Orden Natural que obligó a reescribir constituciones, códigos civiles, penales, imponer nuevas, homogéneas y democráticas relaciones económicas, políticas, sociales y culturales , entre hombres y animales, donde las cuotas de poder se repartieron de una manera justa y equitativa, evitando que un especie impusiera su dominio o control sobre cualquier otra.

Un siglo más tarde, el mundo se convirtió en una suerte de paraíso terrenal. Ya no llamaba la atención los matrimonios mixtos. Muchas especies, encontraron en otras, su complemento sentimental. Su media naranja. Era común los matrimonios de humanos con equinos, con porcinos o de felinos y caninos con roedores. Hasta habían focas casadas con gaviotas, tortugas con liebres y zorros con gallinas.

También comenzaron a desempeñar todo tipo de oficios: gorilas abogados, perros generales, gallinazos empresarios, cocodrilos peluqueros, policías jirafas, hienas periodistas, lobos sacerdotes, koalas filósofos, leones dentistas, hipopótamos enfermeras y hasta habían gallinas de la vida alegre.

Tampoco se puso en duda la capacidad de un loro para dirigir los destinos de una nación, o que el Estado de Illinois eligiera a un caballo como senador, a un búho se le otorgara la jefatura de la policía de la ciudad de Bogotá, o que una llama, nacida en Australia, recibiera el Nobel de literatura.

Hasta el panorama de los Juegos Olímpicos cambió. En las pruebas de natación se pagaba una fortuna a delfines y tiburones, y los países nacionalizaban felinos africanos para las competencias de atletismo.

El neurólogo japonés, sin embargo, no vivió para ver las hondas repercusiones de su invento. Un lustro más tarde, cuando no había cumplido ni los cuarenta años de edad, fue atacado y devorado por un tigre en una reserva natural de Nairobi cuando se encaminaba hacia una conferencia sobre la globalización de las especies.

Durante el sonado juicio, el tigre se declaró culpable, pidió disculpas a la familia y en su defensa dijo que fue un acto inevitable. Hacia años, le dijo al juez, que le apetecía comer carne humana. Lamentablemente, el señor neurólogo pasaba por allí, señor magistrado…

Noticias como esas son las que aún conmocionan a la opinión pública. Animales y humanos que no pueden refrenar sus apetitos asesinos. Algunos casos son patéticos. Personas que han sido condenadas a la horca o a la silla eléctrica por haber matado a un ave de corral o a una res sólo porque le apetecía comer pollo frito o una hamburguesa de carne con lechuga, tomate y mostaza. Hay, incluso, de los que carecen de escrúpulos y se casan con una gallina sólo porque les encanta comer huevos. ¡Algo atroz!

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