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Los Retos de Jaime Alberto

diciembre 4, 2002

Jaime Alberto es un muchacho de 25 años que no hace mucho terminó su carrera universitaria y tiene dos años de experiencia en su trabajo. Allí en la empresa maneja buenas relaciones con sus compañeros, a saber, Teresa la misteriosa, que siempre lo saluda amablemente; Jairo el seudosicólogo, que lo estima mucho, según lo dice; Nicolás el pragmático que no lo mira muy bien, pero mucho le habla; Blanca la administradora de profesión, bonita y femenina, que le atrae fuertemente; Mauricio el estadístico que lo mira como con ganas y Rafael el abogado, muy místico, que le prodiga muchos consejos.

Con frecuencia almuerzan juntos. En la mesa se hacen chanzas, se ríen del jefe, se carcajean recordando chascos de otros funcionarios, comentan sobre fútbol, películas, música y también, en ocasiones, hablan en serio. Rafael, por ejemplo, ha insistido varias veces en la importancia de la meditación; “le hace aseo a la mente, refresca, predispone para cosas grandes”, y Jairo, el seudosicólogo, remata insistiendo en el “conócete a ti mismo”; “antes de meditar tengo que encontrarme a mí mismo, conocerme, solo así recibiré los beneficios de la meditación”.

Jaime Alberto ha intentado varias veces el ejercicio del autoconocimiento; se ha plantado frente al espejo del baño preguntándose “¿quién soy yo?” y se contesta “Jaime Alberto Barreneche Jaramillo, con cédula número 20.205.405”; “ahora ¿qué más me pregunto? – ah… ¡sí! dirección y teléfono – son tal y tal”; “mi edad, mi profesión,… mis gustos: el fútbol europeo, las baladas, el jazz, el rock sinfónico, el pescado y los mariscos, el ron, el brandy, las mujeres bonitas… ¿qué más? ¡No se, no se!, mas bien le digo a un amigo que me cuente todo lo que conoce de mi; los amigos lo conocen a uno mejor que uno mismo”. Y hasta ahí llegaba el intento.

En fin, a nadie tenía que darle razón de sus reflexiones, entonces seguía departiendo con sus compañeros, al lado de la cafetera y a la hora del almuerzo. Un día, comentando sobre aquel deportista que dejó el fútbol para dedicarse al ciclismo, hablaron Mauricio y Jairo de la importancia de trazarse un proyecto de vida, para andar seguros en busca del éxito. Jaime Alberto se quedó pensando –además de en las, para él fastidiosas, miradas que le dirigía Mauricio– en su falta de un proyecto de vida y ahí fue donde se le ocurrió que para encontrarlo debería hacer el ejercicio de meditar.

Se tendía en la cama, relajado y con las luces apagadas, en plan de meditar, pero no sabía como empezar; trataba de dejar la mente en blanco, como le habían indicado, pero pronto ese blanco se pintaba de Blanca, la que tanto le gustaba; se pintaba de Bayern München, Mónaco, selección Colombia; se pintaba del informe sin elaborar en el trabajo; del dinero que le debía a un amigo; del carro que ansiaba comprar; del paseo que debía planear para vacaciones… Perdido, pasaba a pensar en el proyecto de vida; “¿que importa que me salte un paso?; un proyecto es algo concreto, la meditación es muy abstracta”. Después de muchas vueltas en la cabeza, lo vencía el sueño, se despertaba a las 2, se empiyamaba y ahora sí dormía “como un angelito” hasta el momento de castigar al despertador por inoportuno.

Comentó en el almuerzo sobre el frustrado intento de formular su proyecto; Jairo hizo una perorata que quizá ni él mismo se entendió; Nicolás lo llamó a ser práctico, a adoptar como proyecto algo concreto que quisiera conseguir a lo largo del tiempo, ya en bienes materiales, ya en progreso personal; Rafael le recomendó partir de su propia consciencia del objeto de su existencia, el que encontraría por medio de la meditación; Blanca le dijo que, sin dar tantas vueltas, tomara en cuenta sus propias capacidades y atributos, combinados con sus mejores sueños. Fue la oportunidad de Mauricio para hablarle de “los tesoros que tú tienes; están a la vista y no eres consciente”; Teresa doró la píldora hablándole de los múltiples potenciales del alma, pero Blanca lo volvió a aterrizar en que debía partir de lo que el mismo se sentía capaz de hacer para conseguir con ello las aspiraciones personales mas significativas.

Se moría por Blanca, pero no era capaz de hablarle, más allá de los asuntos de trabajo y de las charlas en grupo. Era ella una morena bien proporcionada, con una linda carita de mirada juguetona y sonrisa conquistadora; hasta los adminículos de ortodoncia le lucían de maravilla. Ese martes llegó ella con su negro, lacio y brillante pelo cogido en dos trenzas que la hacían ver como una chiquilla traviesa, con una mirada coqueta en sus saltones ojos negros, luciendo un suéter rojo vivo muy ajustado, que hacía resaltar su par de lujosas delanteras, y un pantalón blanco forrado y reluciente que no permitía desviar la mirada de esa redonda retaguardia. Jaime se puso pálido al verla y tuvo que salir corriendo a tomar agua; recuperó los arrestos y se dirigió a buscarla en su escritorio, mas cuando lo fulminó con su mirada solo atinó a preguntarle como iba con el informe que le habían asignado para el miércoles.

Llegó por la noche frustrado a casa y sacó de una gaveta sus revistas de Playboy que allí mantenía, para consolarse contemplando a aquellas a quienes no tenía que dirigirles la palabra, mas en pocos minutos recordó aquello de “alejar las tentaciones” y dejó las revistas junto a la puerta de salida con el firme propósito de llevarlas por la mañana, de salida, al depósito de elementos reciclables. Blanca merecía toda su atención, no se iba a desviar e iba a ser capaz de hacerle la corte. Quizás ella iba a ser la esencia de su proyecto de vida.

Salió temprano con las revistas bajo el brazo, las dejó sobre el material reciclable y debió devolverse al apartamento a recoger el teléfono celular, que había dejado olvidado. Al volver al primer piso, lo esperaba Gladys, la empleada del aseo del edificio, otro churro, menos pulido que Blanca, pero igual de joven y deseable. Con una sonrisa socarrona, le preguntó si podía disponer de “esas” revistas; “claro, las he descartado”; “¿es que prefiere pasar de las virtuales a las reales?”; Jaime se sonrojó y dijo, como por salir del paso, “exactamente”; “yo puedo hacerle un contacto, conozco a alguien muy especial”; “ya veremos, voy de afán”.

Todo el día estuvo distraído en el trabajo; pensaba en la tentadora oferta, pero se le atravesaba Blanca, bien fuera pasando por el corredor o pasando por su mente; se decía que debía alejar las tentaciones, trabajaba algún rato y volvía a pensar en lo de Gladys. En el almuerzo, casualmente, Blanca no pudo estar porque salió para alguna diligencia personal y el tema que planteó Teresa fue el del autodominio, “llave de la vida espiritual, requisito para el contacto con los seres del más allá y buen compañero para lograr lo que se debe conseguir con esfuerzo”. Todos se preguntaban entre carcajadas si fue autodominio lo que les faltó a los jugadores de la selección Colombia, que no pudieron ganar el partido de la víspera.

Al final del día se dirigió a su apartamento decidido a buscar a Gladys a la mañana siguiente y aceptarle la oferta. Pero al entrar a su recinto, de repente, se dijo “domínate, no hagas locuras”. Se preparó una comida ligera y se acostó, pero dio vueltas en la cama toda la noche, pensando a ratos que debía aceptar la oportunidad que Gladys le ofrecía y, a ratos, que debía ser prudente y practicar el autodominio. Saliendo del ascensor por la mañana, se encontró a Gladys de frente; “¡que casualidad!, dijo esta, acabo de entrar y me lo encuentro” (había llegado temprano para esperar a Jaime Alberto y aún no se había cambiado, para aparentar estar apenas entrando); estaba vestida de minifalda y buzo apretado, sobre unos pechos sin sostén, muy maquillada y de uñas pintadas de rojo intenso. Al muchacho se le vino al suelo el “autodominio” y le disparó: “dame los datos del contacto”; “el contacto lo hacemos tu y yo, si te gusto”; “ehhh,… pues… pues sí, mamita, pero… ¿como hacemos?”.

Ella le pintó todo el plan en un instante, pues ya lo tenía bastante bien tramado: el llegar ía temprano del trabajo como todos los jueves y se irían a su apartamento; para que nadie los viera juntos, el subiría primero y después ella, que iba a tener aisladas las cámaras del primer y sexto piso, para que no quedara registro de su entrada y salida del apartamento. A el le pareció genial, le dijo que se encontrarían, pues, a las 5 de la tarde y se despidió picándole un ojo.

A las 10 debieron pasar a un pequeño auditorio para la charla de un asesor de la empresa sobre misión, visión y valores. Después de las consabidas pautas para la definición de la misión y la visión, se centró el hombre en una interesante discusión con Teresa y Jairo sobre los valores, a los que daban la mayor importancia porque serían los determinantes para no ostentar una misión vacía ni una visión anodina; el no comprometerse con unos valores claros y positivos impediría formular una misión válida o, incluso si se formulaba, no se cumpliría con un significado humano y social; y el no ser fieles a los valores a lo largo del tiempo impediría el llegar a materializar correctamente la visión.

Nueva preocupación para Jaime Alberto, quien resultó identificando su misión en la vida con su proyecto de vida y concluyó que para llegar a conquistar a Blanca tendría que adoptar unos limpios “valores morales”. Salió a almorzar resuelto a no concretar con Gladys lo pactado para esa noche y estuvo toda la tarde autoconvenciéndose de que iba a hacer gala de pleno autodominio e iba a despachar a aquella mujer sin mas explicaciones y le iba a dedicar la noche a la meditación.

Al abandonar la oficina por la tarde, pensó un momento en irse a un cine y llegar tarde al apartamento, de modo que la chica se hubiera ido, cansada de esperarlo, mas su talante honesto le hizo pensar que era mejor hablarle de frente y explicarle que no estaba dispuesto a correr esas aventuras; “encontraré las palabras adecuadas y la convenceré”. Apenas entrando al edificio, la encontró en el seductor atuendo de la mañana, con una cara de encanto y una pose incitante; todas sus precauciones se le vinieron al suelo mientras la libido era la que se le alzaba. Solo supo decir “espera un ratico para subir; no conviene que nos vean juntos; te dejaré la puerta entreabierta”.

Entró Jaime Alberto a su guarida, cerró tras de sí la puerta, físicamente con el trasero, y se quedó recostado a ella pensativo; “¿que hago?; ¡esta mujer está muy buena! ¡No, no! No le puedo abrir” y le echó doble llave a la cerradura. Se fue a su habitación a descargar sus objetos personales. No mas ponerlos en su sitio, sonó el timbre. “¿Que hago? ¡Cómo la dejo afuera, eso no es de caballeros!”. Se dirigió a abrirle, ella lo miró entre asombrada y disgustada, el le dio la mano y la entró prácticamente arrastrada, pero al cerrar la puerta un impulso lo llevó a pegarse a ella y rodearla con sus brazos; comenzaron a besarse y, a partir de allí, el autodominio de Jaime Alberto se disolvió como azúcar en el agua.

El viernes, el jefe propuso un paseo dominical a un embalse cercano, para disfrutar de un bote inflable que se había comprado y ofreció su propio vehículo para llevar a algunos. Salieron pues el domingo muy temprano ocho personas, incluida la esposa del jefe, distribuidas en su carro y el de Jairo. Iban llenos de fiambres y elementos de juego. El día estuvo muy bonito, pleno de sol y se situaron en una ribera empradizada, colocaron las cosas sobre la hierba y armaron una pequeña carpa que serviría para protegerse del sol o de una eventual lluvia; unos caminaron hacia un punto de la orilla desde donde se podía pescar; el jefe salió con su esposa en el bote a remar un poco por las serenas aguas pues, como propietario y anfitrión, le correspondió el honor de ser el primero; se quedaron los demás, que eran Jaime Alberto, Blanca y Rafael, jugando sobre la hierba, primero con unos boliches plásticos, después con una pelota. Cerca del medio día regresaron los del bote hablando bellezas del paisaje aguas adentro y de los interesantes animales que se observaban; se animaron Teresa y Jairo a salir a su ronda por las aguas y los demás se quedaron preparando el almuerzo, incluyendo unos pequeños pescados que los improvisados pescadores se habían cobrado de la represa.

Después del almuerzo, todos hicieron una medio charla, medio siesta, sobre la mullida hierba y luego empujaron a Blanca y Jaime a salir juntos en el bote; no se hicieron rogar y salieron haciendo chanzas y recibiendo “recomendaciones”: “no muchos besos”, “no se queden en la isleta”; “no vayan a naufragar por estar entretenidos en lo que no se debe”… Por la forma del embalse, pronto quedaron fuera de la vista del grupo, entre bosques de pinos, y Blanca se mostraba algo nerviosa, pues indudablemente el Jaime le gustaba mucho, pero no se atrevía a demostrarlo; se lanzaban manotadas de agua; amagaban, en broma, a lanzar el uno al otro fuera de borda, se reían a carcajadas y así en ese gozo, como de niños pequeños, sin nada de romance explícito, avanzaron muy lejos dentro de la laguna y súbitamente empezaron a encontrar piedras y turbulencias y tuvieron que esforzarse para enderezar el rumbo y regresar.

Todavía se extraviaron por uno de los brazos de la laguna y estuvieron muy solos en medio del apabullante silencio… Se miraban por largo rato y ninguno de los dos tomaba iniciativa alguna, Blanca por timidez, o tal vez pensando que la iniciativa la debe llevar el hombre, y Jaime porque la carga del “pecado” reciente le hacía pensarse indigno de esta mujer; también el susto de que empezaba a oscurecer y debían encontrar pronto el camino de regreso los inhibía completamente. Por fin llegaron y sus compañeros, que tenían todo preparado para salir y ya estaban preocupados por la larga ausencia, los miraron maliciosamente, haciéndoles preguntitas capciosas.

Durante las semanas siguientes, Blanca y Jaime se saludaban muy cálidamente en la oficina buscando oportunidades para conversar, aunque fueran meros asuntos de trabajo. Jaime Alberto volvió a sus intentos de meditación, ya no para encontrar el objeto de su existencia sino para hallar la manera de dar el paso con Blanca sin cargar con el consabido remordimiento.

Un viernes tenían celebración en grupo de la septembrina fiesta de “Amor y Amistad” a las 5 de la tarde en la oficina. Estuvo muy animado el intercambio de obsequios, deliciosas las bebidas y muy rica la tertulia; ese día parecían estar todos muy relajados, amigables y dispuestos. Cuando oscureció, propuso el jefe salir juntos a una atractiva tasca recién inaugurada para continuar las animadas conversaciones y comer. Ni cortos ni perezosos se fueron todos para el sitio y ocuparon una mesa larga muy bien dotada. Al calor de los brindis y el gusto de las viandas, se animaron mas las conversaciones en los grupitos que se fueron conformando de acuerdo con la cercanía en la mesa (cercanía no muy casual, pues mas de uno buscó quedar situado junto a alguien).

El jefe se trenzó, sorprendentemente, en conversaciones de temas místicos con Teresa; de la cábala pasaron al horóscopo y de allí a las cartas astrales; Rafael empezó a discutir sobre reforma a la justicia con otro abogado de la empresa; hay quienes no se desprenden de los temas serios ni en los momentos de descanso; Jaime Alberto, Blanca y Nicolás continuaron una discusión sobre misiones y visiones que traían desde la tertulia en la oficina; Mauricio se las ingenió para buscarles charla a dos programadores jóvenes que se habían vinculado esa semana y se le veía muy animado con ellos.

Jaime, con los tragos, quería buscarle el lado a Blanca, pero no sabía como deshacerse de Nicolás, hasta que al rato un angelito lo salvó, Jairo, quien vino a proponerle una apuesta sobre fútbol; se fueron ambos a discutir lo suyo y la parejita quedó a sus anchas y, como los que los rodeaban estaban muy posesionados de sus respectivos temas, estos pudieron materializar el encuentro “a solas” que hacía tiempo quería cada uno volver a tener con el otro; pero se miraban y no sabían de que hablarse; tímidamente, cada uno le hablaba al otro del clima, de las bufonadas de un presidente extranjero, del ganador de los 60.000 millones con las balotas…

Similarmente Mauricio encontró que uno de los novatos programadores vibraba con él pero el otro era muy “serio”, y no pudo deshacerse del último ni con los mas ingeniosos subterfugios; así que siguieron charlando de temas generales, pero sin economizar dicientes miradas. Precisamente esto fue lo que les dio el motivo a Jaime y Blanca: esta le comentó “¿has visto como se miran aquellos?”; el contestó “así quisiera yo que me miraran”; “¿quién?”; “alguien que tengo cerca”. Con eso bastó para que ella le lanzara una tierna y conquistadora mirada y le tomara la mano; el enrojeció, pero le sostuvo la mano y se le soltó la lengua; volaron las confesiones sobre el reprimido amor de parte y parte y quedaron abstraídos del paso del tiempo.

A media noche empezaron las despedidas; alguien que tenía vehículo ofreció llevar a casa a uno que era vecino suyo; entonces otros se pusieron de acuerdo para pagar juntos un taxi que los fuera dejando por el recorrido; Mauricio logró que el programador joven aceptara irse con el, y Jaime Alberto tuvo la valentía de invitar a Blanca a pasar juntos por otro lugar antes de volver a casa.

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