Dark
Light

Modo Avión

diciembre 4, 2002

-Pon tu móvil en modo avión-insistió la mujer.

El hombre la miró fastidiado pero lo hizo. Bastante tenía con el pánico a volar como para discutir con la pesada de su esposa. Para qué narices tendrían que viajar a Palma de Mallorca a celebrar su cuarenta aniversario de boda. Si cuando fueron allí, en barco, por supuesto, ella se mareó tanto que se puso enferma durante toda la semana y no pudo ni siquiera estrenar el matrimonio en condiciones. Sí, ella cedió, por su insistencia, pero con mala gana y apresurándole. Así no se puede pasar una noche de bodas, ¡leches!.

Tampoco es que ella fuera muy apetecible en esos momentos. Olía a vómito y a sudor agrio. Y sólo le repetía, “¡vamos vamos!” como si tener un orgasmo fuera cosa de apretar un botón. Y desde entonces cuando a veces tienen sexo y ella no tiene ganas, si le dice “vamos” una sola vez, su pene, ya no muy en forma, se desliza flaccidamente hacia dentro y el finge. Finge que se corre, para que ella no piense que es impotente, que no es capaz de cumplir con su hombría, de la que siempre ha presumido, igual delante de ella que de sus amigotes de la partida de cartas.

“¿Qué le ha pasado estos años?” su rostro ensimismado en una revista de moda parece distinto. Ahora tiene arrugas, pero no le importa, si siguiera mirándolo con el aprecio de los primeros años de casado. Tampoco le importa sus pocos quilos de más aunque ella diga que le sobran diez. O sus manos ásperas del trabajo como peluquera, siempre con productos químicos. Nunca le importó que ella tuviese sus manías de limpieza, o que no le gustasen los pimientos y que jamás cocinara algo con ellos.

Porque siempre la amó. Amaba cada uno de sus tics, como cuando sacaba la lengua ligeramente al concentrarse. El la devoraría a besos en esos momentos. O cuando en los días fríos, aplastaba sus pechos en la espalda de él, buscando el calorcito y encontrando siempre un revolcón. Amaba cuando se levantaba y le hacía un café delicioso, o cuando se le quemaba la tortilla de patata. Él siempre trabajó mucho y estaba poco en casa, pues era chófer de camión y aun así, le hizo tres hijos. Porque la amaba.

Cuarenta años de casados más seis de novios. ¡Qué pronto había pasado el tiempo! y cómo había cambiado ella. “¿Habré cambiado yo?” Es cierto que estoy arrugado, pero fuerte, y que tengo más pelos en el cuerpo que en la cabeza, pero me siento joven, a mis sesenta y cinco y recién jubilado. Me siento igual que cuando tenía treinta. Mi cabeza piensa igual aunque he de confesar que mi cuerpo no me acompaña.

-¿Has puesto el modo avión?-repite la esposa levantando la cabeza de la revista.

-Sí cariño.

Y ella, volviendo al crucigrama, se concentra sacando la punta de la lengua entre los labios, lo que provoca una sonrisa en el esposo, y un pensamiento. “No, realmente, no ha cambiado”.

Don't Miss

La Cura

Cuando uno desconoce la enfermedad incluso la cura aparenta ser

La muerte de Isolda

No ha mucho que en Nápoles un hombre pobre tomó