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Cultura, mente y educación

diciembre 4, 2002

Empezaré con algunas cuestiones básicas. Aparentemente, hay dos formas generales en las que los seres humanos organizan y gestionan su conocimiento del mundo y estructuran incluso su experiencia inmediata: una parece más especializada para tratar de las cosas “físicas”, la otra para tratar de la gente y sus situaciones. Éstas se conocen convencionalmente como pensamiento lógico-científico y pensamiento narrativo. Su universalidad sugiere que tienen sus raíces en el genoma humano o que vienen dadas (revirtiendo a un postulado anterior) en la naturaleza del lenguaje. Tienen modos variados de expresión en distintas culturas, que también las cultivan de forma diferente. No hay cultura sin ambas formas, aunque distintas culturas las privilegian de forma diferente.
Ha sido una convención para la mayoría de las escuelas tratar las artes de la narración -la canción, el teatro, la ficción, lo que sea- como más “decoración” que necesidad, algo con lo que aderezar el ocio, a veces incluso como algo moralmente ejemplar. A pesar de ello, enmarcamos las explicaciones sobre nuestros orígenes culturales y nuestras más celebradas creencias en forma de historia, y no es sólo el “contenido” de estas historias lo que nos engancha, sino su artificio narrativo. Nuestra experiencia inmediata, lo que sucedió ayer o el día anterior, está enmarcado en la misma forma relatada. Todavía más sorprendente, representamos nuestras vidas (así como las de otros) en forma de narración. No es sorprendente que los psicoanalistas reconozcan ahora que la persona implica narración, siendo la “neurosis” reflejo de una historia ya sea insuficiente, incompleta o inapropiada sobre uno mismo. Recuérdese que cuando Peter Pan le pide a Wendy que vuelva a la Tierra de Nunca Jamás con él, da como razón que podría enseñar a contar historias a los Niños Perdidos de allí. Si supieran cómo contarlas, los Niños Perdidos podrían crecer.

Es muy probable que la importancia de la narración para la cohesión de una cultura sea tan grande como lo es para la estructuración de la vida de un individuo. Tómese la ley como ilustración. Sin una idea de las narrativas de problemas comunes que la ley transcribe en sus mandatos legales comunes, se vuelve árida. Y esas “narrativas de problemas” aparecen de nuevo en la literatura mítica y en las novelas contemporáneas, mejor contenidas en esa forma que en proposiciones razonadas y lógicamente coherentes. Parece evidente, entonces, que la habilidad para construir narraciones y para entender narraciones es crucial en la construcción de nuestras vidas y la construcción de un “lugar” para nosotros mismos en el posible mundo al que nos enfrentaremos.

Siempre se ha asumido tácitamente que la habilidad narrativa viene dada “naturalmente”, que no tiene que enseñarse. Pero una mirada más aproximada muestra que esto no es cierto en absoluto. Sabemos, por ejemplo, que atraviesa etapas definidas, queda severamente afectada en caso de daño cerebral de ciertos tipos, se manifiesta pobremente bajo el estrés y acaba en literalismo en una comunidad social mientras que se vuelve prolífica en una comunidad vecina con una tradición distinta. Obsérvese a estudiantes de Derecho o a jóvenes abogados preparando sus argumentos finales para una litigación o un ensayo de juicio y rápidamente quedará claro que alguna gente tiene el don más que otra; sencillamente, han aprendido a hacer que una historia sea creíble y que merezca la pena pensar en ella.

[…] Ninguno de nosotros sabe tanto como debería sobre cómo crear sensibilidad narrativa. Dos supuestos compartidos parecen haber aguantado la prueba del tiempo. El primero es que un niño debería “saber”, tener una “idea” de, los mitos, las historias, los cuentos populares, los relatos convencionales de su cultura (o culturas). Enmarcan y nutren una identidad. El segundo supuesto compartido reclama a la imaginación a través de la ficción. Encontrar un lugar en el mundo, por mucho que implique la inmediatez de la casa, el colega, el trabajo y los amigos, es en último extremo un acto de imaginación.

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