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El mapa de las metaforas

diciembre 4, 2002

El mundo de las fábulas es un mundo matinal. Casi en cada página, el Pentamerone está iluminado por un alba o por una aurora. Diríase que, para Basile, el tránsito de la noche al día (y a la inversa) forma parte de la puntuación, obedece a una necesidad sintáctica y rítmica, sirve para indicar una pausa y una reanudación, un punto y aparte.

Pero mientras que los signos de puntuación son forzosamente iguales siempre, las albas de Basile se manifiestan con una metáfora distinta cada vez; si procediésemos a enumerarlas todas, reuniríamos una colección sumamente rica. Croce empezó su ejemplificación del arte perifrástico de Basile con cuatro «albas escogidas». No nos queda más que continuar con el catálogo.

(Es imposible decir nada sobre este libro sin partir de Benedetto Croce, sin seguir las huellas de sus pasos, que lo han explorado en todas las direcciones, y no sólo por los caminos por los que quería llevar al lector, sino también por aquellos por los que quería hacerlo pasar de largo. Por lo demás, es de un libro Basile?Croce del que hablo, porque no conozco al primer autor sino a través del segundo.)

Ofreceré, pues, de las albas de Basile un inventario no exhaustivo, sino diversificadamente representativo:

…cuando la Noche manda publicar a las aves el bando en que promete una buena recompensa a quien le dé nuevas sobre una bandada de negras sombras extraviadas…

… cuando los pájaros, trompeteros del Alba, toca él todos a caballo para que monten las horas del día…

… cuando el Sol, despertado por las trompetas de los gallos, ensilla su caballo para hacer las acostumbradas postas…

… había salido el Alba a ungir las ruedas del carro del Sol y, por su afán de quitar con el cayado los hierbajos de en medio de la rueda, estaba ya roja como una manzana bermellona…

… antes de que el Sol enseñase a sus caballos a saltar el círculo del Zodíaco…

…cuando el gallo, que es espía del Sol, avisó a su amo que las sombras se habían debilitado y que ya era hora, como sabe el soldado experto, de salir en su persecución y masacrarlas…

… cuando el Sol, blandiendo con dos manos el sable de la luz en medio de las estrellas, grita: ¡atrás canallas!…

… Acababan de ser liberadas, por la visita del Sol, todas las sombras que habían sido encarceladas por el tribunal de la Noche…

… cuando las sombras de la Noche, seguidas por los esbirros del Sol, dejan el pueblo…

… Los pájaros estaban refiriendo al embajador del Sol todos los embrollos y las trampas que se habían hecho durante la noche…

… no bien el Sol abrió banco para liberar los depósitos de la luz a los acreedores del día…

… cuando por la mañana la Luna, maestra de las sombras, da vacaciones a los discípulos por la fiesta del Sol…

… cuando el Sol hubo salido a oír la lección que recitaban las aves y con el azote de sus rayos hubo barrido a los grillos que habían ensuciado la escuela de los campos…

… cuando el Sol con el cortaplumas de los rayos rae los disparates que la Noche ha dejado escritos en el papel del cielo.

…en cuanto el Sol con la escoba de rusco de los rayos hubo.limpiado las telarañas de la Noche…

… antes de que el Alba desplegase la manta de España colorada para sacudir las pulgas en la ventana de Oriente…

… a la hora en que sale la Aurora a arrojar el orinal de su viejo, lleno de arenilla roja, por la ventana de Oriente…

Y así se podría seguir, y tal vez esbozar una primera clasificación de los códigos a través de los cuales se articula la operación metafórica: militar?ecuestre, judicial, escolar, doméstico, patológico…

Menos numerosos que las albas, aunque también abundantes, son los ocasos y los anocheceres: cuatro de los más hermosos ya han sido anotados por Croce; añadiré aquí alguno más:

…aún la Noche no había salido a la plaza de armas del cielo para pasar revista a los murciélagos…

… a la hora en que al Sol, como a un ladrón, lo llevan embozado a la cárcel de Occidente…

…cuando el Sol, queriendo dormir a la orilla del río de la India sin mosquitos, apaga la luz…

… en el momento en que la Luna sale a apacentar con rocío a las Pléyades…

… cuando la Noche extendió sus ropajes negros para preservarlos de la polilla…

Si siguiésemos catalogando metáforas, veríamos que, después del tránsito noche?día y día?noche, el tema natural que con más frecuencia estimula el reflejo metafórico de Basile es el bosque espeso y tenebroso, donde «se juntaban las sombras para conjurar contra el Sol», donde «los ríos se quejaban porque al avanzar por la oscuridad tropezaban con las piedras». Así pues, nos hallamos en todo momento en el territorio semántico de la oposición luz?oscuridad.

De otras categorías de metáforas paisajísticas no localizo más que casos aislados, excepción hecha de la montana que sobrepasa las nubes, un tema que da ocasión a algunas variantes ingeniosas.

… una montaña tan desmesuradamente alta que, traspasando el confín de las nubes, llegaba con la cabeza seca donde nunca llueve…

… una montaña, la cual, espía de los otros montes, sacaba la cabeza por encima de las nubes para ver qué se hacía por los aires…

A la alternancia de los días y de las noches debería añadirse la alternancia de las estaciones; pero una exploración de este campo me deja casi con las manos vacías: algún recurso al repertorio zodiacal, y punto. A Basile no le interesan las metáforas del ciclo estacional; una buena ocasión para extenderse sobre el tema podría haberla encontrado en el cuento «Los meses»; pero no la aprovecha. Como tampoco lo incita mucho la meteorología: escasas las lluvias y los temporales, ausentes las nieves, irrelevantes el calor y el frío; como si un determinismo climático ligase la producción metafórica a la localidad templada en la que nació el libro.

Siguiendo con el inventario de las metáforas, paso a las situaciones de la existencia humana. Una ficha de la que me prometía mucho era aquella en cuyo encabezamiento, algo apresuradamente, había escrito: cópulas. Ha quedado casi en blanco; y lo poco que he recogido, al transcribirlo fuera de su contexto, no revela la fuerza autónoma de las metáforas de otras áreas semánticas. Con todo, en el Pentamerone hay páginas de una pasmosa intensidad sensual, como en la fábula «El mirto». Una madre da a luz, en lugar de una niña, una rama de mirto, que planta con cariño en un tiesto. Un joven príncipe se encapricha de la planta y se lleva el tiesto a su aposento. Por la noche, mientras el príncipe duerme, de la rama brota una muchacha y se acuesta al lado del joven. Uno de los más delicados pasajes de Basile es aquel en que, a oscuras y en medio del sueño, el joven descubre al tacto que en su cama se ha metido una chica:

…Mas cuando notó que se aproximaba la cosa y descubriendo al palparla que era lisa y que allí donde esperaba tocar púas de puerco espín topaba con una cosita más suave y mullida que la lana berberisca, más esponjosa y blanda que la cola de una marta, más delicada y mórbida que las plumas de un jilguero, fue en pos suyo y, juzgando que era un hada (lo que en efecto era), se le abrazó como un pulpo y, jugando a la pájara pinta, se pusieron a correr sortija.

Mas ?antes de que el Sol saliese como protomédico a visitar a las flores enfermas y marchitas? el cliente se levantó y esfumó, dejando al príncipe colmado de dulzura, repleto de curiosidad, rebosante de asombro.

La inexcusable metáfora del alba no está dada aquí por la sobreposición de una figura retórica intercambiable con otras, sino que germina del campo de sugerencias verbales del contexto y contribuye a prolongar las vibraciones. La única nota desafinada, la única fisura en la fluida homogeneidad verbal, está precisamente en las metáforas que denotan el acto sexual en sí: dos denominaciones populares de juegos infantiles que interrumpen abruptamente la exaltación amorosa que antecede y que prosigue.

Exaltación que continúa predominando en el párrafo siguiente, donde se relata la curiosidad del príncipe, su estratagema para ver a la visitante nocturna a la luz, su asombro al descubrir aquellas beldades. Y aunque después el lenguaje barroco se haga más intenso, y sea justo aquí donde cae en una de esas parrafadas que para Croce cumplen «las reglas y los modelos de los tratados de retórica florida», la intimidad Y la ternura no quedan relegadas y hallan su espacio.

… No bien terminó de hablar se abrazó a ella cual sarmiento para no quedar abrasado, y, mientras le estrechaba el cuello, ella despertó de su sueño y al momento respondió con un gracioso bostezo al suspiro del príncipe enamorado, quien, al verla despierta, le dijo…

Sigue otra parrafada, en la que podría destacarse cómo uno de los códigos metafóricos de Basile, el de la medicina, al que por lo general recurre para resaltar lo prosaico, la molesta fisiología, aquí obedece, en cambio, a la expresividad sensual:

¡Y tú, bella médica mía, conmuévete, ten piedad de un enfermo de amor que, por haber pasado de la oscuridad de la noche a la luz de tu beldad, ahora tiene fiebre! Ponme la mano en el pecho, tómame el pulso, dame una receta. Pero ¿por qué busco recetas, alma mía? ¡Aplícame cinco ventosas en los labios con esa preciosa boca! ¡No quiero en esta vida otra fricción que la caricia de tu manita, pues seguro estoy de que con el cordial de este portento y la raíz de esta lengua de buey he de quedar sano y salvo!

De este registro el cuento no se aparta ni siquiera en la truculenta continuación de la trama: las siete mujeres de mala vida que, durante una ausencia del príncipe, por celos sacan del mirto al hada y la destrozan; la desesperación del príncipe al ver la planta deshojada; la reaparición de la bella y el castigo de las culpables. Croce ya ha señalado la nota amable en medio de la escena feroz: la más joven de las mujeres de vida airada no se atreve a hacerle daño al hada y será librada del suplicio.

Aunque las historias de una novia y un novio embrujados e invisibles abundan en el Pentamerone, la noche de amor narrada con más generosidad es indudablemente la de «El mirto». La mayor parte de las veces el encuentro amoroso es resuelto en términos expeditivos y convencionales: «recogió los frutos de amor», o similares. El deseo sexual es sin duda uno de los resortes inventivos de Basile, pero se diría que lo manifiesta de preferencia allí donde la cópula queda excluida y es sustituida por una acción simbólica, por ejemplo en la fábula «La esclavita», en donde una chica se queda encinta por arte de magia a consecuencia de una carrera de saltos con sus amigas en un jardín.

…Un día, hallando una bella rosa muy abierta, hicieron una apuesta para ver quién de ellas era capaz de saltarla sin tocar un pétalo.

Las chicas, pues, se pusieron a saltar, pero todas rozaban la rosa y ninguna conseguía salvarla con limpieza; por fin, siendo el turno de Lilla, que así se llamaba la hermana del barón, aquélla, partiendo de cierta distancia, tomó tal carrerilla que logró saltar por encima de la rosa y, aunque en el salto arrancó uno de sus pétalos, fue tan astuta y diestra que, cogiéndolo en un santiamén del suelo, se lo tragó y ganó la apuesta.

Pero cuando aún no habían pasado tres días se sintió preñada…

Con más frecuencia que la noche de amor feliz aparece en el Pentamerone el tema de la noche que una pareja se ve obligada a pasar en blanco: o porque el hombre, en vez de a la bella que esperaba, encuentra entre sus colchas a una fea (situación de la que Basile sabe extraer los efectos grotescos con los que mejor se aviene); o porque, por respetar un deber de fidelidad, planta la espada en medio de la cama; o porque es la muchacha la que con un hechizo obliga al hombre a repetir un gesto durante toda la noche: cerrar una puerta, soplar una vela, peinarla. Éstos son los tres hechizos mediante los cuales Rosella (heroína de la fábula homónima) deja fuera de juego a tres pretendientes y se mantiene fiel al novio. Y tres veces seguidas las metáforas de Basile traslucen, a través del mecanicismo de aquel viejo motivo del cuento popular, una vibración psicológica de fiasco stendhaliano:

… después de haber luchado toda la noche, cuan larga y grande es, con una maldita puerta y sin haber podido usar la llave. Y en añadidura a este encargo recibió un buen rapapolvo de Rosella, que lo llamó zoquete y le dijo que, pese a no haber sido capaz ni de cerrar una puerta, había pretendido abrir el escritorio de los gozos de Amor. Y fue así que aquel desventurado, corrido, confuso y afrentado se marchó, la cabeza afiebrada y la cola resfriada, a ocuparse de sus asuntos.

Así, en esa sopladura se pasó la noche entera y fue que, por apagar una vela, como vela se consumió. Por fin cuando la Noche se oculta para no ver las variadas locuras de los hombres, el infeliz, denigrado con un nuevo jarabe de insultos, se marchó como el otro.

… hasta el punto de que se pasó toda la noche sin hacer una a derechas, y por arreglar una cabeza puso en tal desbarajuste la suya que no le quedó más remedio que estrellarla contra una pared.

Pero la fábula en la que las frustradas cópulas desencadenan el grotesco fisiológico por medio de una representación de miseria humana del barroco más negro, es aquella que está exactamente en el centro del libro: «La cucaracha, el ratón y el grillo». Trata de un simplón Nardiello que, tras obtener la mano de la triste princesa por haberla hecho reír gracias a tres animales mágicos, pierde su derecho porque (dormido por el opio) no consuma el matrimonio y es encarcelado. El rey vuelve a casar a su hija con un gran señor alemán; Nardiello, al que los tres animales han ayudado a huir de la prisión, se las agencia para chafarle al alemán las primeras tres noches nupciales. La cucaracha entra en el ano del novio «sirviéndole de supositorio de tal forma que le destaponó bien el cuerpo», y le provoca una disentería. Sería inútil que yo tratase de resumir lo que hace el alemán para evitar el inconveniente en las noches siguientes y la manera en que los tres bichos sortean los obstáculos, ya que lo que cuenta es la riqueza verbal con que Basile celebra los fastos de la defecación en sus colores y olores («los arábigos humores infestaron el palacio»).

La alternativa relación sexual?defecación, a cuyo alrededor gira este cuento, puede indicamos un posible eje a lo largo del cual se distribuyen las funciones de la vida humana en el universo metafórico de Basile. El Pentamerone ?así como abarca un mundo cósmico dividido entre las figuras del día y las figuras de la noche? abarca un mundo humano en el que el campo semántico de la defecación gira alrededor de un polo, mientras que el campo semántico del amor lo hace alrededor del polo opuesto.

Hay que recordar además que, por norma, Basile representa otra función humana a través de metáforas: me refiero a la muerte. En el Pentamerone no se dice nunca que alguien ha muerto, sino, por ejemplo, que «amainó las velas y entró en el puerto de todos los lamentos de este mundo». Llegados al lecho de muerte («a punto de saldar las cuentas con la Naturaleza y de desgarrar el cuaderno de la vida»), los padres (en las fábulas, los únicos que mueren de muerte natural son los padres) anuncian a los hijos su fallecimiento inminente con analogías tan alambicadas como ésta:

… Hijos míos benditos, no pueden tardar mucho los esbirros del Tiempo en derribar la puerta de mis años para perpetrar, contra las constituciones del reino, ejecución sobre los bienes dotales de esta vida por aquello que le debo a la tierra…

Así pues, podríamos establecer que la muerte es otro polo de metáforas contrapuesto al del amor, aunque el hallazgo resulte menos original. Porque observamos que las metáforas de la muerte son en el Pentamerone accesorias y marginales, forman parte del ornato, no de la sustancia temática del texto, mientras que la imaginación escatológica tiene un lugar central en la inventiva verbal basiliana y, valiéndose de motivos fabuladores de amplia fortuna popular, como el del asno cagadineros («El cuento del ogro»; o bien una oca con la misma virtud en la fábula titulada precisamente «La oca», toda ella centrada en imágenes anales), instaura, alrededor del tema de la defecación animal, otra ilustre oposición?equivalencia: la que hay entre heces y dinero.

(Por lo demás, la muerte, evacuación del alma por parte del cuerpo, o deyección de los restos mortales por parte del espíritu, podría asimilarse perfectamente a la defecación. Pero aquí el lector dirá que estoy corriendo el peligro de dejarme contagiar por los procedimientos mentales de la analogía barroca, por este continuo deslizamiento de los signos y de los significados en una dinámica de vasos comunicantes que tiende a la universal equivalencia de todo con todo.)

.Una lectura como la que estoy intentando, en la que las metáforas, antes que un ornamento que embellece la estructura conductora de las tramas y de las funciones narrativas, han de ser vistas como la verdadera sustancia del texto, contorneadas por el filiforme arabesco decorativo de las peripecias fábuladoras, resulta ciertamente legítima en un libro como el Pentamerone, donde la materia verbal tiene tanto espesor. Sin embargo, importa notar que la densidad del barroquismo de Basile varía de una página a otra, y que un estudio estilístico tendría ante todo que reconstruir la forma en que el espesor de la perífrasis se hincha o se dilata, se dispone en estratos o en grumos en los distintos lugares del libro. Me inclino a pensar que existe una relación de proporción inversa entre el barroquismo del lenguaje y la fantasía de la fabulación: por ejemplo, uno de los cunti donde, más que en ningún otro, es la redundancia verbal la que ocupa todo el campo, «El compadre», está absolutamente falto de elementos maravillosos, no es una fábula, sino un simplísimo chascarrillo de pueblo (con algo del retrato de carácter de tradición clásica: el tragón parásito), todo él resuelto en clave de lenguaje popular, a través de largas listas de epítetos, proverbios, modos de decir y secuencias de sinónimos:

… engullía, zampaba, papaba, devoraba, embaulaba, embocaba, trituraba, adentellaba, ingurgitaba, manducaba, jalaba, jamaba, tragaba, arrebañaba y arrasaba con todo lo que había en la mesa…

Mientras que un lenguaje que persigue sobre todo la eficacia denotativa y la vivacidad del ritmo narrativo, y cuya transparencia florece sólo por una rala polvareda de expresiones populares y perífrasis literarias, lo encontramos en «El ignorante», una fábula en la que la fuerza metafórica está encarnada en las acciones de los personajes, los cinco ayudantes de habilidades extraordinarias: Fulgor, Orejas de liebre, Atina siempre, Soplador, Recia espalda. La carrera con la princesa corredora es la perla de esta fábula y quizá de todo el Pentamerone.

…«Que venga quien quiera», respondió Ciannetella, que era la hija del rey, «que me importa un comino y para todos hay».

Así, estando la plaza repleta de gente para ver la carrera, tanta que los hombres parecían hormigas, y las ventanas y las terrazas llenas como huevos, apareció Fulgor, que se puso en un extremo de la plaza esperando la señal de salida. Y hete aquí que llega Ciannetella con una falda recogida hasta la mitad de la pierna y con un hermoso y ajustado zapatito de suela que no pasaba del número diez. Se colocaron, pues, hombro con hombro y, oído el tarara y el tututurú de la trompeta, se pusieron a correr tan rápido que los talones les tocaban los hombros. Date cuenta de que parecían liebres perseguidas por lebreles, caballos en estampida, perros con las vejigas en el rabo, asnos con un garrote metido atrás.

Pero Fulgor, que era tal de nombre y de hecho, le sacó más de un palmo de ventaja y, llegados a la meta, tendrías que haber oído los alaridos, el clamor, los chillidos, las ovaciones, los aplausos y el pataleo de la gente, que decía: <! Viva, viva el forastero!».

Como norma de criterio general, diría que la operación de Basile está plenamente lograda allí donde entre fabulación y expresión verbal se forma una especie de ósmosis; por ejemplo, cuando el convulso antropomorfismo del mundo inanimado pasa del plano de las metáforas al de los hechos narrados. Como en «La cierva encantada»: la tradición popular dice (y aquí volvemos al tema de la preñez mágica) que un corazón de dragón hervido deja encinta simultáneamente a la reina, a la cocinera, a la yegua y a la perra; en Basile, con un bello gesto de prolongación fantástica, la misma suerte toca a los muebles y a los enseres del palacio:

… apenas puso el corazón al fuego y subió el humo de la cocción, no sólo la bella cocinera se quedó embarazada, sino que además todos los muebles se inflaron y pasados dos días parieron, y así la cama tuvo una camita, el baúl un baulito, las sillas, sillitas, la mesa una mesita y la bacina una bacinica tan bonitamente decorada que estaba de rechupete.

La trama fabuladora y el lenguaje barroco pueden contar de antemano con un punto de encuentro en un tema central para ambos, como lo es la oposición belleza?fealdad. Pero puede ocurrir que los dos planos se sobrepongan sin que se verifique ningún cambio imprevisto: los vuelcos de la trama se limitan a servir de pretexto al virtuosismo de las expresiones preciosas y grotescas, y la redundancia de las metáforas a dar sustancia a la elemental simplicidad del argumento. Tal es el caso de una fábula como «Las tres hadas», en la que la belleza y la fealdad se recrean en largas sartas de atributos.

La belleza:

… una moza, de nombre Cicella, la cosita más maravillosa y hermosa que cabía encontrar en el mundo: tenía unos ojos risueños que te hechizaban, una boquita besadora que arrebata, un cuello de nata que hacía sufrir a la gente; en resumidas cuentas, era tan jugosa, sabrosa, juguetona y apetitosa, y hacía tantos mohínes, melindres, muecas, cumplidos y chanzas que arrancaba los corazones de los pechos: pero ¡para qué tanta palabrería! Baste decir que parecía hecha con pincel y que no le hallabas el menor defecto.

… tres hadas, a cuál más bella; tenían los cabellos de oro hilado, las caras de luna llena, ojos parlanchines, bocas que invitaban, al son de músicas, a ser satisfechas con besos azucarados. ¿Y qué más? Un cuello delicado, un pecho suave, una mano tierna, un pie fino y, en suma, una gracia que era el marco dorado de todas sus beldades.

La fealdad:

… una hija llamada Grannizia, que era la quintaesencia de las pestes, el primer corte de las orcas marinas, la flor y nata de los toneles revenidos: tenía la cabeza piojosa, los cabellos desgreñados, las sienes peladas, la frente amartillada, los ojos hinchados, la nariz abuhada, los dientes picados, la boca de mero, el mentón en forma de zueco, el cuello de urraca, las tetas como alforjas los hombros abovedados, los brazos en forma de devanadera, las piernas ganchudas y los talones guangochos; en resumidas cuentas, que de la cabeza a los pies era un digno espantajo, una exquisita peste, un horrible borujón; y sobre todo, era una enana, un macaco, un mostrenco. Pero, pese a todo esto, a su mamá la cucarachita le parecía bonita.

…Parecía una cucaracha embutida en una tela dorada, pues ni los adobos, ni los ungüentos, ni los afeites ni los adornos que le pusiera su madre sirvieron para quitarle la caspa de la cabeza, las legañas de los ojos, las pecas de la cara, las picaduras de los dientes, las verrugas del cuello, los granos del pecho y la roña de los talones, que el miasma de la sentina se sentía a una milla.

Un repaso en esta dirección no tarda en convencernos de que es el área de la fealdad lo que permite a Basile llevar la deformación barroca hacia las soluciones «expresionistas» que se avienen mejor con su gusto por lo grotesco y lo atroz, o incluso por lo repugnante, como en «La vieja desollada», otra fábula basada en la alternativa fealdad?belleza y en la que la fealdad se queda con lo mejor del reparto. (Dos vejetas viven ocultas en un «bajo» a los pies de la casa de un rey y, sin que él las vea, hablándole y mostrándole tan sólo un dedo, lo inflan de deseos amorosos, tan es así que consiguen que reciba en su cama, a oscuras, a una de las dos. El rey, cuando descubre qué monstruo tiene entre sus brazos, arroja a la vieja por una ventana; la vieja queda colgada de las ramas de un árbol y provoca la hilaridad de tres hadas, que para recompensarla la transforman en una hermosa joven. Una vez que recupera el favor del rey, la vieja rejuvenecida suscita la envidia de su hermana, que le pregunta cómo ha logrado ese milagro. « ¡He hecho que me desoyen, hermana mía!» Y la hermana hace que un barbero le arranque toda la piel, «hasta la ese del ombligo», y muere.)

Diré más: si la moral que sirve de fondo histórico a estas fábulas es a la vez cortesana y popular, y en esa medida tiende a identificar belleza y virtud con la nobleza (como condición previa o, más a menudo, como premio para el joven o la joven pobres, bellos y corteses), la operación de Basile, su manera de dar sangre dialectal, plebeya y picaresca al preciosismo literario barroco, tiende a privilegiar poéticamente ?a través de una mayor expresividad? el mundo de la falta de valor estético y moral. Hay un Basile «maldito» que mira más allá de la tradicional moral explícita de la fábula; hay un Basile que se adentra en la noche, incluso cuando proclama el triunfo del alba.

No faltan, desde luego, las descripciones de belleza en las que Basile (o Basile?Croce: en todo momento hablo de este bicéfalo autor) halla énfasis de espontaneidad e invenciones felices, como en el delicioso retrato de Cicella más arriba transcrito, al que las repetidas desinencias en ?ella dan como un ritmo de danza, o en expresiones más discursivas y domésticas de rapto amoroso, resaltadas con encomios, como en este pasaje de «La pulga»:

… Porziella, su hija, que parecía hecha toda de leche y sangre: bien mío, veías un husillo que abrigabas con la mirada, tan hermosa era.

Pero en la mayor parte de los casos, Basile, así como a la hora de expresar lo feo pone un acento doloroso y cruel, una nota fisiológica, a la hora de representar la belleza se distancia con más trabajo del repertorio de las hipérboles al uso, ya las maneje o no con intención irónica.

Lo importante es determinar si esta alternativa belleza?fealdad se agota en inventarios de atributos yuxtapuestos, o si la fuerza metafórica consigue transformarse en cuento. Habíamos empezado comprobando que la alternativa día?noche es el tema central del mundo metafórico del Pentamerone. Extendiendo nuestra observación a la estructura narrativa general del libro, vemos que la fábula que sirve de marco a las otras cuarenta y nueve trata de una fea esclava negra que sustituye a una hermosa princesa y se casa con el príncipe; la hermosa desplazada consigue que la usurpadora reúna a diez comadres para que durante cinco días le cuenten fábulas; este plan tiene como finalidad llegar (casi por un agotamiento de las combinaciones de lo narrable) a una fábula que, por analogía de situación, explique el engaño y desenmascare a la usurpadora. Tal fábula, dotada de poder hermenéutico (como en Lévi Strauss, dentro de un sistema mítico, una variante puede explicarse sólo por otra variante), será precisamente la última del libro (o penúltima, porque la fábula?marco sirve de introducción y de final), «Las tres toronjas», que trata de un hada blanca como el requesón y roja como la sangre, a la que una esclava negra usurpa el amor de un príncipe.

Si este personaje de pequeña sarracena malévola y renuente a la condición servil está representado en ambos cuentos con tal vivacidad, con tan jocosa petulancia en las cómicas deformaciones del habla, diríamos casi que con tal simpatía poética, no obstante el papel odioso que el azar le impone, es sin duda por su correspondencia con un dato «realista» («las esclavas moras ?dice Croce? tienen los andares y la manera de hablar de las muchas esclavas que se veían entonces en las casas de Nápoles, como consecuencia de las incursiones contra los berberiscos»), pero también porque es precisamente en este personaje donde el sistema simbólico del Pentamerone confirma y festeja el buen funcionamiento de su metáfora fundamental: la alternancia del día y de la noche.

La analogía entre fea?negra?noche y bella?blanca?sol ya está enunciada en la parte introductoria de la fábula?marco:

… Tadeo, que, como un murciélago, no hacía sino volar en derredor de la negra noche de la esclava, y que se convirtió en águi la de tanto fijarse en la figura de Zoza…

Y la belleza del hada, en «Las tres toronjas», está representada mediante los colores de la aurora: blanco, rojo, oro, llama, rosado:

… una muchacha tierna y blanca como la cuajada, con una raya roja que parecía un jamón de los Abruzos o una sobrasada de Nola, cosa jamás vista en el mundo, belleza sin medida, blancura incomparable, gracia exorbitante: en sus cabellos había llovido oro Júpiter ( … ); en aquellos ojos había prendido dos candiles el Sol, para que en el pecho de quien la viese se prendiese la pólvora y estallasen cohetes y triquitraques de suspiros; por aquellos labios había pasado Venus con sus carmines, dando color a la rosa para que pinchase con sus espinas a mil almas enamoradas; sobre aquel pecho había exprimido sus tetas Juno, para lactar los deseos humanos. En suma, era tan bella de la cabeza a los pies que no se podía contemplar nada más esplendoroso…

No sólo, sino que además el campo metafórico noche-negrura-fealdad se identifica con el fecal,anal, en contraposición al campo solar que abarca la belleza del rostro. En efecto, la esclava de «Las tres toronjas», fingiéndose víctima de un hechizo para explicar su metamorfosis al príncipe que la encuentra en lugar de a la bella joven, define así su aspecto: «año cara blanca, año culo negro». Del esquema bosquejado por mí, otros sabrán profundizar en motivaciones lingüísticas y semiológicas, etnográficas y sociológicas, psicoanalíticas del inconsciente del autor y del inconsciente colectivo. Yo me detengo aquí, satisfecho de haber logrado encontrar unas cuantas constantes de coherencia interna en el universo semántico del Pentamerone. Y de haber llevado los hilos de mi argumentación a converger en «Las tres toronjas», fábula en la que el aporte inventivo de Basile desborda el dictado popular (tanto que los estudiosos de folklore comparado y esta vez Croce no tendría nada que decir, se inclinan a considerarla una «fábula de autor») y que bien podemos considerar emblemática de su arte: un arabesco de metamorfosis multicolores hilvanadas unas con otras, como en el dibujo de una «alfombra persa».

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