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Ideas que subyacen al enfoque narrativo

diciembre 4, 2002

DONALD: ¿Podrías por favor explicar para los lectores a qué te refieres con el concepto de «la vida como relato o narrativa» que está en la base de tu trabajo?

MICHAEL: Es afirmar que los seres humanos son seres interpretantes: que interpretamos activamente nuestras experiencias a medida que vamos viviendo nuestras vidas. Es afirmar que no nos es posible interpretar nuestra experiencia si no tenemos acceso a algún marco de inteligibilidad que brinde un contexto para nuestra experiencia y posibilite la atribución de significados. Es afirmar que los relatos constituyen este marco de inteligibilidad. Es afirmar que los significados derivados en este proceso de interpretación no son neutrales en cuanto a sus efectos en nuestras vidas, sino que tienen efectos reales en lo que hacemos, en los pasos que damos en la vida. Es afirmar que es el relato o historia propia lo que determina qué aspectos de nuestra experiencia vivida son expresados y es afirmar que es el relato o historia propia lo que determina la forma de la expresión de nuestra experiencia vivida. Es afirmar que vivimos a través de los relatos que tenemos sobre nuestras vidas, que estas historias en efecto moldean nuestras vidas, las constituyen y las «abrazan».

Muchas personas confunden la propuesta narrativa con una forma de representacionismo. Algunos suponen que cuando invoco la metáfora narrativa estoy hablando de una descripción de la vida, no de la estructura misma de la vida; suponen que estoy sugiriendo que el relato es un espejo de la vida, un reflejo de la vida tal como es vivida: un mapa del «territorio» de la vida. Y algunos suponen que estoy proponiendo algún tipo de idea perspectivista: que un relato de vida específico nos presenta tan sólo una de las muchas perspectivas de la vida igualmente válidas, de manera que si las personas relatan experiencias dolorosas, todo lo que tenemos que hacer es alentarlas a adoptar una perspectiva diferente sobre sus vidas y contar una historia diferente. Esos son supuestos representacionistas que se basan en la tradición del pensamiento fundacionalista, no en la orientación construccionista que acompaña la metáfora narrativa.

Si suponemos que nuestras vidas son constituidas a través de la narrativa, se hace realmente imposible que tomemos la posición de que «un relato es tan bueno como otro». El relativismo moral queda descartado. En cambio, nos ocuparemos especialmente de atender a los efectos reales de esas historias que constituyen las vidas de las personas.

DONALD: ¿Hay un sistema de valores subyacente con el cual evalúas el valor relativo de las historias?

MICHAEL: Sí, siempre. Pero no es un sistema de valores aliado con las normas establecidas o los llamados «universales».

DONALD: Entonces es algo así como una perspectiva construccionista, dentro del contexto de un sistema de valores subyacente.

MICHAEL: Pienso que no existe ninguna posición construccionista que pueda eludir una confrontación con cuestiones de valores y ética personal. De hecho, a mi entender, la posición construccionista pone el acento en estas cuestiones y exalta esta confrontación. Por lo tanto, la idea de que las posiciones construccionistas conducen a un estado de relativismo moral (en el que no hay ninguna base para tomar decisiones acerca de diferentes acciones) no concuerda con lo que yo sé sobre esta posición. Si reconocemos que lo que compone o moldea o constituye nuestras vidas son las historias que se han negociado sobre nuestras vidas, y si en la terapia colaboramos con las personas en la negociación ulterior o renegociación de las historias de sus vidas, estamos entonces realmente en la posición de tener que enfrentar y aceptar, más que nunca, alguna responsabilidad por los efectos reales que tienen nuestras interacciones en las vidas de los otros. Nos vemos confrontados con un grado de responsabilidad en la evaluación de los efectos reales que producen los autorrelatos alterados o alternativos.

SHELLY: Cuando hablas de que los relatos moldean nuestras vidas, me recuerdas el concepto de que «el relato nos vive», en lugar de ser nosotros quienes vivimos nuestra historia. ¿Cuál es tu visión a este respecto?

MICHAEL: Esta idea acerca de que los relatos nos viven es una parte importante de la ecuación. Sin embargo, es probable que al señalar que nuestras vidas son abrazadas por los relatos, privados pero construidos, que tenemos sobre la vida haya sido demasiado enfático. Si la idea de que los relatos «nos viven» o «abrazan nuestras vidas» conduce a la noción de que las personas van por la vida más bien a la deriva, representando una y otra vez o reproduciendo estos relatos, entonces me parece que es una idea problemática. Los relatos proporcionan el marco que nos hace posible interpretar nuestra experiencia y estos actos de interpretación constituyen logros en los que nosotros somos parte activa. Además, un único relato no puede vivir por nosotros completamente, porque no existe relato que esté libre de ambigüedad y contradicción y que además pueda manejar todas las contingencias de la vida. Estas ambigüedades, contradicciones y contingencias amplían nuestros recursos para la creación de significados. Nos esforzamos realmente para resolver o darles sentido a estas contradicciones y ambigüedades y a nuestra experiencia de estas contingencias: darles sentido a experiencias significativas que no pueden ser interpretadas tan fácilmente por medio de los relatos dominantes sobre nuestras vidas con los que contamos, darles sentido a experiencias que amenazan con dejarnos desconcertados, confundidos o perplejos. En este proceso, a menudo exaltamos o invocamos algunos de los sub-relatos de nuestras vidas y es precisamente esta índole multi-relatada de la vida la que requiere al menos algún grado de mediación activa de nuestra parte.

DONALD: Cuando las personas solicitan asesoramiento psicológico, ¿cuáles son tus supuestos respecto de lo que constituyen problemas humanos?

MICHAEL: Cuando las personas vienen a consultarme, supongo que sus maneras de ser y pensar, o las maneras de ser y pensar de otros, de alguna manera son problemáticas para ellos (que los efectos reales de estas maneras de ser y pensar son vividos como negativos). Algunas personas son más capaces que otras de expresar claramente su vivencia de estas maneras de ser y pensar. Por ejemplo, algunas personas hacen claras afirmaciones acerca de las experiencias de la vida que consideran que sojuzgan o descalifican sus maneras preferidas de ser y pensar.

DONALD: ¿Podrías hablar un poco sobre el tema de la «cultura como relato» y sobre cómo se vincula también con los problemas que las personas pueden experimentar en la vida?

MICHAEL: En nuestra cultura hay un relato dominante acerca de qué significa ser una persona moralmente valiosa. Este relato exalta la seguridad en sí mismo, la autonomía, la realización personal, etcétera. Desde la posición que estamos discutiendo aquí, se considera que estas ideas especifican o prescriben una manera de ser y pensar que moldea eso que suele llamarse «individualidad». Esta individualidad es una manera de ser que, en realidad, no es más que una manera culturalmente preferida de ser. Por ende, para nosotros las nociones que acompañan este relato dominante acerca de lo que en nuestra cultura significa ser una persona moralmente valiosa no representan un modo de vida auténtico o una expresión real o genuina de la naturaleza humana sino, más bien, una especificación o prescripción de preferencias culturales. No podemos hablar de seguridad en sí mismo o realización personal sin hacer una descripción o contar una historia sobre cómo sería una vida si fuese segura de sí y personalmente realizada. Y estas mismas descripciones o relatos de cómo sería una vida si fuera «correcta» moldean la vida. Y lo «correcto» es específico de cada cultura. Lo «correcto» requiere de ciertas operaciones sobre nuestras vidas, muchas de las cuales tienen una especificidad de género y de clase. Por medio de estas operaciones, gobernamos nuestros pensamientos, nuestras relaciones con los demás, nuestra relación con nosotros mismos, incluso la relación con nuestros cuerpos (nuestros gestos, la disposición de nuestros cuerpos en el espacio, incluso el modo en que nos sentamos y nos movemos, etcétera). Todo al servicio de reproducir la «forma privilegiada» o el modo de ser dominante de una cultura.

DONALD: «Diversidad» es una de esas palabrejas que nadie com-prende demasiado bien que circulan para describir nuestro tiempo, y supongo que es probable que el construccionismo social esté poniéndose a la vanguardia porque puede adaptarse a esta diversidad cultural mejor que otros paradigmas. ¿Qué piensas acerca del motivo por el cual el construccionismo social parece expresar mejor nuestro mando en este momento?

MICHAEL: Espero que «diversidad» no sea tan sólo un neologismo rimbombante y vacío de nuestro tiempo. Pero temo que pueda serlo y yo no estoy para nada convencido por esas argumentaciones que postulan que estamos siendo testigos de la emergencia de una cultura «posmoderna». Algunas de estas argumentaciones se basan en los presumibles efectos de los recientes y extraordinarios desarrollos en la tecnología de las comunicaciones: que estos desarrollos exponen a las personas a múltiples realidades y las incitan a participar en ellas y que tienen el efecto de sacudir todas las viejas «certezas» e introducir a las personas en experiencias alternativas del yo y en la diversidad. Pero yo pregunto: ¿es posible que el desarrollo mismo de estas tecnologías de las comunicaciones esté desvinculado de la ideología? No lo creo. ¿Es posible que estas tecnologías atenúen la supremacía de las ideologías dominantes? No lo creo. Puede argumentarse sólidamente que sucede justamente lo contrario: que estas tecnologías contribuyen a la producción de un yo transcultural «monolítico». Tomemos el ejemplo de la televisión: sin duda, a través de este medio ahora se nos confronta con muchas otras imágenes de la vida (de la vida vivida de otro modo), pero en la presentación de estas imágenes siempre hay una interpretación. Es decir que la presentación y recepción de estas imágenes y de los significados atribuidos a ellas son mediadas por la ideología dominante. De modo que creo que hay un riesgo muy real de que estemos desarrollando algo más parecido a una monocultura internacional, y es obvio que esto podría tener el efecto de reducir aun más los márgenes de libertad personal y cultural. Pienso que Chomsky (1988) así lo ha establecido en sus observaciones acerca de la «fabricación del consenso» y lo que argumenta me parece muy convincente.

Pero no tenemos porqué resignarnos a un yo monolítico transcultural o al desarrollo de una monocultura. Muchas personas, quizá más que nunca antes, están proponiéndose desafiar muchos de los «grandes conceptos» tradicionales y su cuestionamiento ha tenido algún éxito. Tomemos por ejemplo el gran concepto de familia nuclear. En realidad no se ajusta a lo que está sucediendo en el mundo (nunca en verdad lo hizo). Después de todo, fue básicamente una producción de la ideología dominante de la década de 1930.

Creo que es cada vez más evidente, para todo aquel que se tome el trabajo de observar y escuchar, que allí afuera hay virtualmente tantas formas de familia como familias existentes y que muchas formas significativamente diferentes parecen funcionar bastante bien. En algunos círculos, existe ahora un mayor interés en explorar cómo funcionan las formas familiares alternativas por el expediente de consultar a dichas familias. De este modo, es menos probable que las personas que pertenecen a familias que no cumplen con los requisitos del modelo de la familia nuclear se sientan marginadas. Y, asimismo, pueden exaltarse y comunicarse más ampliamente saberes alternativos sobre la vida familiar. Creo que las investigadoras feministas han liderado la exploración y exaltación de otras formas de organización social y, como terapeutas, creo que ya es hora de que dejemos de renunciar a nuestra responsabilidad y de que en cambio comencemos a tener un rol más activo: en otras palabras, es hora de sumarnos a ellas en esta importante tarea.

De manera que, si «diversidad» es tan sólo un término ampuloso y vacío, realmente pienso que con la ayuda de lo que llamamos construccionismo social, podríamos hacer un aporte importante para darle vida y contenido a esta palabra. El construccionismo social podría aplicarse a está tarea no sólo porque conduce a consideraciones que facilitan la expresión de la diversidad, sino también porque constituye dicha diversidad.

DONALD: Volviendo a la terapia, tú argumentas que allí afuera existen múltiples relatos y propones maneras en que podríamos intentar incorporarlos en nuestro trabajo, en lugar de intentar, como lo hemos hecho en el pasado, producir un relato cultural dominante que, como tú dices, margina a esas otras formas y las mantiene fuera de la corriente cultural principal.

MICHAEL: Pienso que algunos de los desarrollos recientes en nuestra disciplina, en las áreas de teoría, práctica e investigación, efectivamente desafian algunas de las políticas centrales a la preocupación por la reproducción de la cultura dominante en el ejercicio del asesoramiento psicológico y en la terapia. Por ejemplo, ha habido un desafio generalizado a algunas de las prácticas de poder que incitan a las personas a medir sus vidas, relaciones, familias, etcétera, según alguna idea acerca de cómo deberían estas ser; y también se ha cuestionado hasta qué punto los terapeutas han obrado intentando moldear a las personas y las relaciones para que se ajustaran a las estructuras «ideales» que sustentan estas ideas. Me gustaría reiterar que no creo que nuestra misión sea la de cómplices absolutos con la reproducción de la cultura dominante y, al menos hasta cierto punto, algunos de los recientes desarrollos en la teoría y la práctica en efecto nos permiten alejarnos de esa posición. Estos desarrollos nos alientan a reconocer y cuestionar el aspecto político de la terapia, rechazar el ejercicio de la terapia como forma de dominación sobre las personas y considerar algunas de las cuestiones de poder que forman parte de toda interacción terapéutica.

DONALD: Desde tu punto de vista, ¿cuáles serían los criterios que definirían una terapia exitosa?

MICHAEL: Estoy especialmente interesado en lo que las personas determinan que son sus maneras preferidas de vivir y de interactuar consigo mismas y con los demás. Este es uno de mis mayores intereses en este trabajo. Si, por cualquier razón, las maneras de vivir y pensar que las personas traen a terapia no están funcionando bien para ellos, lo que me interesa es brindarles un contexto que contribuya a la exploración de otras maneras de vivir y de pensar. Siempre existe un reservorio de historias alternativas acerca de cómo podría ser la vida, otras versiones de la vida en tanto vivida. Me interesa ver cómo puedo ayudar a las personas a internarse en esos relatos que ellos juzgan preferibles: poner en práctica las interpretaciones o significados alternativos que estos relatos alternativos hacen posibles. Por supuesto, esta tarea no está exenta de problemas, y en nuestra sociedad existen muchas instituciones que la obstaculizan. En ocasiones, esta tarea implica acompañar a las personas en el cuestionamiento de determinadas estructuras que hacen posible esta dominación. De modo que, a veces, esta práctica terapéutica incluye alguna forma de acción política, a lo que nosotros llamamos «nivel local».

DONALD: ¿Cómo defines el punto en que la terapia ha concluido?

MICHAEL: Bueno, sin duda no es cuando las personas tienen concepciones diferentes del mundo. Algunos suponen que el trabajo al que me refiero está informado por la teoría cognitiva. Esta no tiene que ver conmigo, si bien no podría decir que estoy en modo alguno al día en cuanto a los desarrollos en teoría cognitiva. Una parte importante de mi trabajo se vincula con facilitar la expresión de aspectos de la experiencia vivida que previamente han sido desatendidos y con apuntar a una nueva expresión -a través de marcos de inteligibilidad alternativos- de otras experiencias de vida. De manera que, inevitablemente, al privilegiar y revivir diversos aspectos de la experiencia, este trabajo es intensamente emotivo. En el proceso de la terapia, a medida que la experiencia estructura la expresión y a medida que la expresión estructura y reestructura la experiencia, las respuestas emotivas de todos los participantes en la interacción terapéutica pueden ser muy intensas.

Me preguntaste por el punto en que una terapia ha concluido y en mi respuesta quisiera destacar la índole transformadora de este trabajo. Al abrirse un espacio para que los integrantes de la familia pongan en práctica los relatos alternativos y preferidos de sus vidas y para el reconocimiento de muchas de las afirmaciones alternativas asociadas con esas puestas en práctica, el terapeuta va siendo cada vez más desplazado del lugar central hasta que se lo despide de la terapia. La despedida del terapeuta no suele demorar en suceder y rara vez sorprende mucho cuando sucede. Si bien el terapeuta ha desempeñado un papel importante en la coautoría de los relatos alternativos y preferidos de las vidas de las personas, también ha trabajado para asegurarse de que las personas consultantes resulten las coautoras privilegiadas en esta tarea en colaboración. Por ende, a medida que las personas avanzan un poco en la articulación y la experiencia de otras maneras de ser y pensar que están a su disposición, a medida que experimentan algunos de los objetivos, valores, creencias, compromisos, etcétera que están asociados a estos relatos alternativos de la vida, se acercan a un punto en el cual la contribución del terapeuta ya es innecesaria. Es perfectamente sensato despedir en este punto al terapeuta, lo que es de celebrar.

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