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Guia y aviso de forastero

diciembre 4, 2002

Vino, como sabéis, Gaudencio a esta corte, después de haber servido su majestad algunos años en Italia y Flandes a satisfacción de los capitanes que tuvo, a pretender una conducta que se le dio para Indias. En cuanto se hallaba pretendiente, pegáronsele dos gentiles hombres un día en la Comedia y otro en la Lonja de San Felipe, que diciendo le conocían de Flandes, por buen camino hubieron de ser sus convidados. Era esto a la sazón, que había poco que pisaba las calles de Madrid Gaudencio. Son dos sogas que le habían dado a cabo a este navichuelo recién echado al agua de la corte. Eran dos hombres bien sobrados en esta república, ociosos y vagantes, sin que lloviese Dios sobre heredad suya en los campos, ni ocupación honesta, que se conociese que les tocase en lo poblado. Hay de esto en la corte más que conviniera.. . Ya conocisteis la condición de Gaudencio, que cuanto tenía de valiente tenía de sencillo y bueno. Era hombre que a cuchilladas resistiera un ejército y llegado a agudezas y sutilezas de ingenio, le hiciera un niño, como dice el proverbio, del cielo cebolla. Estos dos gentiles hombres o hombres de vida gentil, le persuadieron a que ellos tenían inteligencias con hombres de importancia, cuya amistad les sería de consideración para sus pretensiones, y así paseaba con ellos a menudo.

Sucedió, pues, un día entre otros que pasando Gaudencio a espacio con los dos amigos la calle Mayor, vio cómo uno de ellos se apartaba a menudo y hablaba muy en secreto con cuantos hombres encontraba de buen hábito, y algunos echaban mano a la bolsa y parece le daban dineros. No reparó por entonces Gaudencio en aquello y estando otro día en una casa Juego, jugando largo, y corno perdiese, sacó impaciente y colérico un puñado de escudos y parólos todos. Aquel con quien jugaba, que era hombre principal, volvió a otro amigo suyo que le estaba al lado y díjole:

-Hasta ahora he callado y ya no puedo sufrirlo. Esto tiene malo esta casa y el garitero de ella, que a trueque de cuatro reales de barato más, ni pícaro ni follastre a quien no abra la puerta y deje que se ponga en la tabla. ¿Quién pensáis que es este hidalgo que para todos estos escudos? Aquel para quien ayer nos pidieron limosna aquellos dos que andaban con él, que debían ser otros tales, diciéndonos que era un soldado honrado que venía a pretender, y que entre Barcelona y Zaragoza había dado con él una cuadrilla de bandoleros y le habían quitado hasta la camisa que traía puesta, y que por conocerle ellos y haber sido un gran soldado en Flandes, le habían sacado fiado aquel vestido que traía, y para ayuda a palo nos pidieron limosna, y me acuerdo que vos le disteis un real de ocho y yo le di uno de a cuatro por no llevar allí más.

-Tenéis razón -dijo el otro con quien hablaba éste-, que ahora le he mirado con atención y es el mismo hombre que decís, y ésta es una gran desvergüenza y bellaquería; ¡mirad los escudos que juega y pide limosna!. Esta manera de hombres ociosos y desalmados, de día hacen eso y de noche capean; mejor sería dar cuenta a uno de los señores alcaldes, para que diesen con éstos en el banco de una galera.

No fue dicho esto con tanto silencio y recato que no entendiese lo más e ello Gaudencio. Dejólos acabar de decir y, volviendo los escudos donde los había sacado, les dijo:

-Señores hidalgos, yo me llamo alférez Gaudencio, por si no saben mi nombre; habrá quince días que estoy en Madrid, que así he entendido toda esa plática y la razón que ha habido para que dejen el juego. A estos dos hombres que iban ayer conmigo, he hablado de dos a tres veces, por haberme dicho ellos eran soldados de Flandes, ni sé quienes son, ni en qué parte viven, ni de qué. Ayer vi al uno de ellos apartarse a menudo y con lo que he oído ahora he caído en lo que hacía, que debía de pedir limosna para mí. En el juego se habrá echado de ver, que no vine tan pobre e Flandes que no me sobren doscientos escudos de oro, que juego. Él mintió como ruin hombre, que debajo de esa capa de pedirla para mí la pedía para él, y yo haré que la pidan para él y para el otro bellaco antes de muchas horas si los alcanzo de vista, y quien pensare que no es verdad lo, que digo, también miente.

Y como hombre tan diestro en desenvolverse y menear las manos, dando con la mesa en el suelo y con los dineros y naipes que en ella había, puso mano a la espada y se vino a quedar dueño de la sala, y sólo a pocas cuchilladas, aunque no dadas tan en el aire, que no hubiese de una de ellas abiértole la cabeza al que movió la conversación de la limosna, que salió clamando justicia y pidiendo confesión, diciendo que le había muerto.

Gaudencio se hizo lugar, y viendo que se llegaba gente a las voces, dio vuelta a la esquina y volviendo la espada a la vaina con mucha disimulación, como si tal no hubiera hecho, llegó a su posada

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