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Decisiones

diciembre 4, 2002

Me he despertado en una encrucijada. Ahora estoy cubierto de polvo y no se como volver. El viento borró mis huellas y no se que sendero tomar.

Abro la maleta que se encuentra a mi lado. Sucia y desgastada. En ella encuentro unas monedas y billetes para tren. No veo vías ni ningún lugar donde poder comprar algo para comer. La ropa que allí había no era mía, estaba muy limpia, con algún que otro descosido en los pantalones a la altura de la rodilla. Las coderas desgastadas, pero todo estaba muy pulcramente guardado. Aquello no era mío, no era de mi talla. O muy grande o muy pequeño.

Debajo de la ropa, había un mapa y una brújula. El papel del mapa estaba borroso, a duras penas podía distinguir las montañas y caminos; la aguja de la brújula giraba como loca. Estaba perdido.

Seguí rebuscando entre los bolsillitos, en ella, había juguetes, más monedas, una navaja de afeitar, espuma, una pitillera y un diario. Abrí la maleta completamente y seguí buscando comida y agua. Pero en allí no había nada que se le pareciese. Agarré la pitillera y no había tabaco. Notaba como dentro de mí algo se ahogaba. La garganta la tenía seca y los latidos de mi corazón sonaban más fuertes.

Me exasperé y rasgué la ropa, rompí la maleta y los juguetes, alejé de mí todo y cuanto había allí. Grité hasta dejarme la voz, golpeé el suelo hasta dejarme los nudillos en carne viva. Y cuanto más me enfadaba, más triste me encontraba y perdido. Por las lágrimas, apenas podía vislumbrar los senderos. Y cuando me di cuenta, el sol había desaparecido. Me acosté abatido.

Una fuerte ráfaga de viento, arrastró el diario. Aun algo furioso, lo ignoré. Pasaron las horas y no podía dormir. Me levanté del suelo y recogí todo el estropicio. ¿Por qué? No lo sé. Me sentía mal conmigo mismo, no tenía porque pagarlo con aquellas cosas.

La maleta estaba tirada, las ropas rasgadas y los juguetes destrozados. Cogí todo y lo metí como pude en la maleta y la cerré. Cuando ya había podido cerrar la maleta, vi el diario al lado de un manzano. Agarré dos manzanas y me las comí. Entonces con la tripa llena, empecé a leer. Tal vez allí encontrase algo.

Cuando salió el sol, agarré la maleta y me metí en los bolsillos unas manzanas más. A los pocos pasos, me volví a encontrar en la encrucijada. Había un sendero, un camino llano y otro que, si solo entrecerrabas los ojos, podías distinguirlo entre las ramas de los árboles. El primero se dirigía hacia la puesta de sol, otro hacía las montañas y el último no lo sabía. ¿Qué era aquello que me depararía el camino? ¿Qué ruta debía escoger? Entonces recordé el diario. Sonreí.

Todos los caminos llevan al mismo sitio, hacia el futuro. Da igual de donde vengas, a donde vayas. El mañana llegará. Y es nuestro deber decidir, a pesar de las dudas, del miedo y la rabia. Anda, que llegar el solo una parte del camino.

Aunque todo esto es una metáfora, la maleta era yo mismo, el diario mi pensamiento y la maleta mi corazón. Donde allí guardaba mis recuerdos de la infancia y lo que yo quería ser. Y aunque esté roto o sea viejo, aunque esté desgastado, soy lo que decido tomar y dejar. Soy el camino que yo elijo.

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