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Había una vez un cuento

diciembre 4, 2002

Había una vez un género literario al que todos creían feo y aburrido: los cuentos son cosa de niños, los grandes escritores deben escribir novelas para demostrar su valía. Tras siglos de desprecio había sido arrinconado en estantes polvorientos con etiquetas de literatura menor. Pero un día un grupo de autores se dio cuenta de que aquel género no era peor que los demás, sino diferente, que se podían contar con él cosas bien interesantes y que para conocerlo y admirarlo sólo era preciso contemplarlo sin comparaciones ni prejuicios. Entre todos (E. A. Poe, Chejov, Julio Cortázar, JL. Borges, I. Calvino, R. Carver y muchos más) lograron que aquel género volviese a ser considerado por los lectores, y ahora luce hermoso y resplandeciente en los expositores de las librerías. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado ¿o no se ha acabado?.

Es verdad que hoy día existen en nuestro país magníficas colecciones de cuentos y editoriales especializadas, Cuentos completos de Alfaguara, Páginas de Espuma, Tusquets, etc., a las que los suplementos literarios dedican interesantes espacios, es cierto también que son abundantes los talleres de creación que tratan de orientar y encauzar a los aspirantes a relatista como abundantes son los concursos que se organizan a lo largo del país. Todo esto podría dar la impresión de que el género breve ha alcanzado por fin entre nosotros el lugar que le corresponde, si bien a veces se observan carencias y contrasentidos que me gustaría exponer. Por ejemplo los lanzamientos de las editoriales rara vez son de relatistas, ni de colecciones ni de premios multimillonarios como hay en novela o poesía, y por otro lado, los libros de texto de escuelas e institutos continúan dando más importancia a determinados autores y repitiendo los mismo tópicos respecto a los valores literarios que es pertinente asimilar.

De manera que por un lado los entendidos y visitantes habituales de las librerías sí que se han acostumbrado a comprar volúmenes de cuentos, formando un público fiel y entendido aunque minoritario, mientras que la gran mayoría de lectores sigue mirando el género con indiferencia y desconocimiento.

Y es que la literatura breve implica cambios profundos en la manera de entender la narrativa pues exige un lector que valore la intensidad del texto y no su extensión, algo que conocen bien los poetas; exige un trabajo de imaginación y reconstrucción por parte del lector, algo que a algunos resulta todavía penoso o contraproducente; y exige ganas de poner en duda la solemnidad literaria. Y sobre todo exige cambios en los formatos de edición que la industria editorial no está dispuesta a realizar. Un ejemplo: queda mucho aún para que los españoles se acostumbren a comprar un cuento en un pequeño volumen y lo lean durante un trayecto de autobús o un desayuno. Y sin embargo es algo que puede llegar a ser muy entretenido.

Así pues contemos de nuevo el viejo cuento del patito feo, pero entre pato y pato, entreténganse de cuando en cuando con un cisne.

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