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Prácticas

diciembre 4, 2002

Cuando me diplomé en Trabajo Social e iba a comenzar mis primeras prácticas como profesional, una sensación de bienestar me invadía de arriba hasta abajo.

¿Seré un buen profesional? ¿Sabré redactar correctamente un informe? ¿Cómo me comportaré en mi primera entrevista cara a cara con un usuario?. Estas y otras preguntas fueron las que me asediaron la noche antes de comenzar y casi sin pegar ojo cavilé toda la noche si iba a estar a la altura.

Al comenzar las prácticas una amable directora me explicó que por razones transitorias y momentáneas no era posible realizar prácticas propias del Trabajo Social, pero que en breve me pondría a trabajar codo con codo junto a los profesionales que desempeñaban su labor en el centro. Y tenía reservado para mi un bonito lugar muy conectado con el Trabajo Social: el cuarto de la fotocopiadora.

La fotocopiadora, quien ha sido mi mejor amiga desde el principio hasta el final de mis prácticas ya que por razones transitorias y momentáneas no ha sido posible despegarme de ella.

He sido su más fiel compañero, incluso en algunas mañanas parecía que era una prolongación de mi propio cuerpo. He realizado fotocopias en tamaño DIN-A4, DIN-A3, en calidad foto, en opción “fotocopiar libros”, en modo apilación…

La he cuidado como si fuese parte de mí, he cambiado cuidadosamente el toner que la alimenta, he ido introduciendo folios en su interior cuando lo ha necesitado, la he limpiado por dentro cuando ha estado poco receptiva e incapaz de fotocopiar una sola letra y he desatascado papel de sus adentros (siempre con sumo cuidado) cuando ha desfallecido y no ha podido sacar por sus labios aquel informe urgente o ese expediente importantísimo que no se podía perder.

Después de esto, no me queda más opción que aceptar la realidad:

¿Cómo pude estudiar Trabajo Social?
¿Cómo no pude darme cuenta que lo mío es fotocopiar?
Amable directora, le estaré eternamente agradecido.

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