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Asalto al tren

diciembre 4, 2002

Desde donde estábamos no se veía el tren, aunque estábamos en un terreno bastante elevado, que nos daba una amplia vista del terreno desértico circundante. La verdad es que estábamos demasiado lejos para ver el tren. Pero a pesar de ello, no era difícil saber dónde estaba exactamente, ya que el tren desprendía una gran columna de humo, que se podía observar a varios kilómetros de distancia. De todas formas, quise asegurarme, y gracias a los holoprismáticos que llevaba para la ocasión, pude ver el tren cada vez más cerca, hasta verlo como si lo tuviera delante, a tan solo unos metros de distancia. Se podría decir que lo veía con total nitidez, pero en aquel momento no llevaba las gafas totalmente limpias, para que así fuera. Pero estaba claro que era el tren en cuestión, el tren que debíamos asaltar.
El tren tenía la apariencia de uno de esos trenes del lejano oeste, que se veían en las películas terráqueas llamadas de vaqueros o cowboys. Y no necesariamente porque sus protagonistas llevaran pantalones de los llamados tejanos, o jeans o porque fueran montados en vacas.
Tras comprobar la presencia del tren en la zona, verificando así la información previa que nos había facilitado el Alto Mando Cardasiano, me volví hacia mi acompañante, la siempre bella Xeni-Guay.
—Bueno, pues el tren ya se está aproximando, es hora de repasar el plan —le dije.
—¿Repasar el plan? ¿Qué profesional te has vuelto, no? —replicó ella.
—Es que hace tiempo que no trabajo para los cardasianos y quiero quedar bien, que no siempre me salen bien las misiones que me encargan.
—Sí, como aquella en la que ni siquiera fuiste capaz de realizar una simple compra en una tienda de chinos —recordó ella.
—Ah, pues precisamente en esa misión estuviste tú también implicada.
—Sí, claro, ahora las culpas para mí.
—No, no es eso.
—Pues en aquella misión con el mago aquel, yo no estuve implicada, como dices tú.
—Sí, es verdad, y esa tampoco salió bien del todo. Debe ser que cuando hay una bella alienígena de por medio, me pongo nervioso y no atino.
—Ya, y curiosamente siempre hay una alienígena estupenda de por medio.
—Bueno, dejemos de hablar de mujeres —nunca pensé que diría esto—, y centrémonos en nuestra misión actual.
—Querrás decir en tu misión —corrigió ella.
—Está bien, mi misión, en la que me ayudas tú amablemente.
—Eso está mejor.
—Pues a ver, repasemos una vez más el plan, que tiene que salir todo bien.
—Básicamente, tenemos que asaltar ese tren que viene por ahí.
—Esto es como en los exámenes del cole: desarrolla la respuesta.
—Está bien. Yo conduciré la lanzadera hasta situarla encima del vagón que debemos asaltar, igualando la velocidad del tren. Entonces tú bajarás hasta el vagón, entrarás dentro de él y cogerás lo que hemos venido a buscar.
—¿Qué es? —pregunté yo.
—Pues ni idea, a mí solo me dijiste que teníamos que asaltar un tren.
—Ah, es verdad, perdona. Pues tenemos que recuperar una valiosa pieza de tecnología cardasiana que ha ido a parar por accidente a este primitivo planeta.
—¿Una pieza?
—Bueno, un elemento, un artilugio, un chisme, no sé. A mí tampoco me han dado más detalles. Yo soy un mandao.
—¿Pero qué pasa? ¿Que los cardasianos tienen también una especie de primera directiva que les impide mezclar su avanzada tecnología con las culturas de otros planetas menos avanzados, como este?
—Que yo sepa, no. No hay que recuperar el artilugio porque vaya a causar un daño a esta cultura, sino porque es un elemento valioso para el glorioso Imperio Cardasiano y, evidentemente, lo quieren recuperar.
—Ah, vale. Pues manos a la obra, que con tanta cháchara, se nos va a escapar el tren.
Gracias a la tecnología moderna de la lanzadera, enseguida estuvimos encima del vagón que debíamos asaltar, según nos habían informado los servicios secretos y de espionaje del Imperio Cardasiano. Siguiendo el plan, Xeni-Guay, se quedó dentro de la lanzadera, y yo bajé hasta el techo del vagón, el cual tenía una trampilla para bajar dentro del vagón. Por suerte, en dicha trampilla había una escalerilla que bajaba hasta el interior del vagón en cuestión. Una vez dentro, vi con gran sorpresa que el vagón estaba totalmente vacío. No había nada en él. Tras limpiarme las gafas, miré de nuevo por todos los lados sin encontrar nada, ni el objeto más pequeño, que pudiera pasar desapercibido en un primer vistazo. Así pues me paré un momento a repasar el plan, para ver qué podía haber fallado. Hasta que fui interrumpido por estas palabras:
—¿Ey, qué pasa? —dijo Xeni bajando por la escalerilla del vagón.
—Eso digo yo, ¿qué haces tú aquí? ¿No tendrías que estar pilotando la lanzadera?
—A ver, tú, que durante muchos años has sido piloto de una nave estelar, tendrías que estar familiarizado con el concepto de piloto automático —respondió ella.
—Ah, vale, ¿pero qué haces aquí?
—Bueno, como tardabas en subir, he bajado a mirar qué pasaba, por si acaso era un objeto voluminoso y tenía que echarte una mano para subirlo.
—Pues no, ya ves.
—Pues no, no veo nada, solo a ti.
—Eso mismo, que el vagón está vacío.
—Oh, vaya. Bueno, creo que aquí hay que aplicar aquello de la navaja de Occam, que dice algo así como que la explicación más sencilla es la acertada —dijo Xeni-Guay.
—Mmm, tienes razón.
Entonces me puse a caminar por el vagón con los brazos extendidos, como si estuviera todo a oscuras y tuviera miedo de chocar con algo, y para evitarlo iba dando manotazos al aire.
—¿Se puede saber qué haces? No es momento de hacer el tonto, so melón.
—Está claro, sigo tu teoría, aquello de la navaja de Occam que decías.
—¿Qué quieres decir? No te pesco.
—Pues que está claro, que el objeto que andamos buscando debe estar relacionado con un sistema de ocultación, y entonces es invisible, pero si nos recorremos todo el vagón al final chocaremos con él, por muy invisible que sea.
—Yo no me refería a eso, melón, pienso que la explicación más sencilla, es que el objeto que hemos venido a buscar, no está en el vagón, como se puede ver a simple vista. Que debe estar en otro vagón, quizás.
—Sí, esa es una buena explicación también, los servicios secretos y de espionaje cardasianos no son tan exactos y efectivos. Se han podido confundir de vagón, claro está.
—Pues vamos, espabila, iremos a mirar el vagón de al lado y si no, al otro.
Así, posicionamos la lanzadera en el siguiente vagón y repetimos la operación: Xeni se quedó a los mandos de la lanzadera y yo bajé por la escalerilla de la trampilla del vagón. Y esta vez sí que encontré algo, aunque no parecía un objeto, al menos a simple vista. Y es que al llegar al suelo del vagón, vi que en el centro había una silla, donde había sentado un señor, aparentemente dormido o inconsciente. Y la verdad es que esa figura adormilada me sonaba mucho. Me resultaba bastante familiar. Así que me acerqué, viendo con sorpresa que tenía mi misma cara. Era yo mismo. ¿Cómo era eso posible? Pero claro, enseguida recordé, que no era la primera vez que me encontraba con alguien idéntico a mí, ya que podía tratarse de uno de mis hermanos gemelos o, quizás, uno de mis otros yos de alguna realidad alternativa. Un yo alternativo, de estos que me iba encontrando últimamente.
En cualquier caso, para salir de dudas, decidí despertar a mi otro yo para preguntarle al respecto: si era acaso uno de mis hermanos o algún álter ego de otra realidad alternativa. Así pues, con decisión zarandeé a la persona en cuestión, que al poco rato despertó y pronunció estas palabras:
—Eh, eh, ya vale, ¿no?, ¿qué es tanta violencia?
—Perdona, es que quería despertarte para preguntarte: ¿quién eres?
—Un momento. Pero si tú eres yo. Digo, yo soy tú…
—Sí, eso ya lo veo, veo que somos exactamente iguales —dije yo.
—Ah, vale, ya entiendo. Yo soy tu yo del futuro.
—Sí, claro, y has venido a traerme un detergente del futuro, como en el anuncio aquel.
—No, no, en serio, soy tú en el futuro. Soy tú mismo, pero dentro de unos años.
—Sí, ahora que lo dices, veo que eres ligeramente diferente a mí, tienes más entradas, y el pelo más canoso y estás claramente más gordo —observé yo, el yo verdadero.
—Tampoco te pases, que te recuerdo que yo soy tú. Yo soy tú, dentro de unos años.
—Bueno, bueno, pues a ver si eso me decide a ponerme a dieta. ¿Y qué estás haciendo aquí?
—Verás, estaba probando un TUP retocado que, al parecer, aparte de hacerte viajar por realidades alternativas y entre planetas, también hace viajar a su portador por el tiempo. Este nuevo TUP del futuro, permite viajar por el espacio-tiempo.
—Vaya, veo que el profesor Jones aún no ha conseguido que el chisme este funcione y sigue haciendo pruebas. Y seguirá haciendo pruebas en el futuro, por lo que me explicas. Aunque ya sospechábamos que el TUP también podía hacerte viajar por el tiempo.
—Así es. Y experimentando con el TUP, hace unas semanas llegué del futuro a este planeta, pero me capturaron gentes del gobierno de este mundo. Se ve que eso de aparecer de repente en los sitios, es algo sospechoso, y más si eres un ser alienígena totalmente diferente a la especie nativa del planeta. Así que me detuvieron y me metieron en este tren para llevarme a alguna especie de laboratorio secreto del gobierno, para estudiarme y hacerme pruebas. Diseccionarme y esas cosas, me imagino.
—¡Ay, cuánta incomprensión hay en el mundo!
—Cuánta incomprensión hay en la galaxia, diría yo —corrigió él.
—Pues eso.
—La cuestión es que antes de ser capturado, pude enviar un mensaje al Gul Goauld, para que enviara a alguien a rescatarme. Lo que no imaginé, es que me enviaría a mí mismo. Bueno, a mi yo del pasado.
—Jo, no sé por qué siempre me tiene que encargar el Gul misiones tan complicadas. No podría simplemente encargarme comprar algo en los chinos o pagar dinero por mujeres verdes, por ejemplo.
—No te quejes tanto, que la cosa no es tan complicada, simplemente has de desatarme y ya está —explicó mi yo futuro.
—¿Ah, sí? ¿Así de fácil? —me extrañé yo.
—Sí, claro. Esta gente me dejó puesto el TUP, pensando que era un reloj de pulsera de diseño o algo así.
—Sí, la verdad es que te queda bien, sí —observé yo (el yo del pasado o del presente, según se mire, claro).
—Gracias. Así que, en cuanto me liberes, utilizaré el TUP para volver a mi tiempo, que es tu futuro.
—Pues sí, parece fácil. Oye, ya que estamos, ¿y no me podrías explicar algo del futuro?
—Hombre, pues no. Que tú has visto muchas pelis de viajes en el tiempo y sabes que cualquier información que te diera alteraría el futuro, tu futuro, que es mi presente, vamos.
—Venga, hombre, alguna cosilla podrás decir. ¿O es que hay alguna especie de primera directiva temporal que te prohíba hacerlo?
—Que te estoy diciendo que sí, que así es. Que no te puedo contar nada de tu futuro. Que si te contara algo, eso cambiaría el futuro. Con consecuencias desastrosas.
—¿Nada de nada? —pregunté yo.
—Ostras, esto de hablar con uno mismo es agotador —observó mi yo futuro.
—Supongo, más siendo yo. Vamos, digo, más agotador en mi caso, en el caso de que seas el Sr. Jim, quiero decir, y tengas que hablar con otro Sr. Jim, claro. Conozco la experiencia, créeme, es realmente agotador.
—Bueno, déjate de rollos y desátame ya de una vez para que pueda volver a mi tiempo.
—Pero cuéntame algo del futuro, ¿no? Algo de lo que me va a pasar. O aquello típico, de que me des los números premiados en la lotería del futuro.
—Que no, no me seas pesaíco. Que en el futuro no existe ya la lotería.
—Mira que no te desato —amenacé yo.
—Que no te puedo decir nada.
—Va, venga, porfi, dime algo de mi futuro.
—Que no.
—Que sí.
—Que no.
—Que sí.
—Bueno, bueno, vale ya. Por no oírte… —se rindió mi yo del futuro.
—¡Bien!
—Verás, estate bien atento, que solo lo diré una vez.
—OK.
—Lo que te diré es algo del futuro, muy importante, algo de extrema relevancia.
—Vale, vale.
—Es una cosa de tu futuro importantísima.
—De acuerdo, pero dímelo ya de una vez, jo.
—Es una advertencia sobre tu futuro, un aviso que te has de tomar muy en serio.
—Que sí, leñe, que sí, que ya me ha quedado claro. Dímelo ya de una vez.
—Después de contártelo, me tendrás que liberar, para que vuelva a mi tiempo, ¿entendido?
—Que sí, pesado, que sí, que me lo digas ya de una vez.
—Está bien, está bien. Presta mucha atención, ahí va: pase lo que pase, nunca mientas a Xeni-Guay.
—¿Ya está? ¿Es eso? ¿Es ese el importante mensaje del futuro? ¿Esa cosa tan relevante para mi futuro? ¿Es eso?
—Eso es.
—Pues perdona que te diga, pero vaya porquería de mensaje del futuro.
—Eh, oye, un respeto, que no te tenía que haber dicho nada y como me has insistido mucho al final te he dicho este importante mensaje de tu futuro.
—Pues vaya, vaya tontería de mensaje del futuro. Está claro que yo nunca voy a mentir a Xeni-Guay. Vamos, no hay motivo alguno para ello.
—No sé, yo solo te aviso. Ahora suéltame.
—Es que es un mensaje muy escueto y muy raro.
—Tú verás, yo ya he cumplido con mi parte, ahora libérame.
—No sé. Es una cosa tan extraña…
—Bueno, es lo que tiene el futuro, es extraño, es desconocido.
—Sí, como aquel país desconocido. Ya sé.
—Pues venga, suéltame ya.
—Pero es que es una cosa tan rara, ¿que no mienta a Xeni nunca?
—Eso es.
—Es que yo no tengo ninguna intención de mentirle.
—Bueno, pues no sé. Algo que te parezca poco importante, algo sin importancia, que no se lo digas, que no se lo cuentes. O algún tipo de mentira piadosa, no sé. No te puedo decir más. Demasiado estoy hablando ya.
—Pues vaya.
—Venga, suéltame, que al final el tren llegará a su destino y no podré escaparme de esta gente.
—Bueno, bueno, ya voy, ya voy —dije mientras le desataba de la silla.
—Pues ya está. Ahora partiré raudo y veloz hasta mi tiempo. Ah, una última cosa, también muy importante.
—Sí, dime.
—No tienes que hablar de mí a nadie, pues eso podría alterar el futuro. No le puedes explicar a nadie lo que ha pasado en este vagón.
Y tras estas palabras, mi yo del futuro tocó un botón del TUP y desapareció de mi vista.
—Pues vaya.
En ese instante la cabeza de la bella Xeni-Guay apareció por la trampilla del techo y pronunció estas palabras:
—Venga tú, espabila, que el tren está por llegar a su estación de destino.
—Ah, sí, vale, vale, ya voy —dije mientras subía presuroso por la escalerilla de la trampilla.
Una vez en la lanzadera:
—Venga que nos vamos ya.
—¡OK! —dije yo.
—Pero vuelves con las manos vacías.
—No, error. Llevo estas cuerdas conmigo.
—Sí, pero eso no es ningún objeto de alta tecnología cardasiana ¿o sí?
—No exactamente.
—Pero, ¿es que no hemos venido a recuperar tecnología cardasiana?
—Eso mismo.
—No lo acabo de entender, ¿este vagón estaba también vacío como el otro?
—No del todo.
—Bueno, me lo vas a explicar ¿o no?
—Es que…
—Estaba vacío o no. Y si estaba vacío, ¿qué hacías tanto rato en el vagón, entonces? ¿Qué ha pasado allá abajo?
—Es que… esto…
—Siempre tan misterioso, y seguro que es una chorrada.
—Es que…
En aquel instante comprendí que me encontraba ante una paradoja temporal. Pues si explicaba a Xeni-Guay lo ocurrido con mi yo del futuro, rompía la promesa de no comentar el hecho con nadie. Pero si no se lo explicaba, o me inventaba lo que había pasado, entonces estaría mintiéndole, que justo era el aviso que me había hecho mi yo futuro. Menudo dilema. Finalmente opté por la filosofía vulcana, por aquello de “el bien de la mayoría supera al bien de la minoría”, o al de uno solo. Y me sacrifiqué, en pro del bien futuro. Y tuve que reconocer con cierto pesar, que una vez más había fracasado en mi misión ¿o no?
En aquel momento tampoco lo sabía a ciencia cierta, no sabía qué pasaría en el futuro. Bueno de hecho nadie o casi nadie sabe lo que le deparará el futuro ¿o sí?
¿Acaso yo sí?, que sabía el futuro que me esperaba, que en el futuro, tal día como hoy, estaría atado dentro de un vagón destino a un laboratorio ultrasecreto de una especie alienígena. Pero no tenía nada que temer, pues vendría yo mismo a rescatarme, encarnado en mi yo del pasado y sería liberado con la ayuda de mi buena amiga Xeni, ¿o no? Quizás lo que yo había hecho o dicho, o lo que mi yo del futuro había hecho o me había explicado, había alterado el futuro y eso jamás pasaría. En cualquier caso, lo que tenga que pasar pasará o habrá pasado, en el futuro o en el pasado. Depende desde donde se mire, claro.
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