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La doncella de mis noches

diciembre 4, 2002

«Cada noche la veía irse por el pasillo. Con su vestido blanco, claro como el brillo de una estrella. Con su cabello largo, color cobrizo, unos rizos que pasaban y cubría toda su espalda. La veía cada noche. Hermosa. Atrayente. Siempre a la misma hora, paseaba con un paso armonioso. Era una doncella perdida en este mundo.

Recuerdo la primera vez que la vi. El silencio pesaba en el aire. El viento soplaba con la fuerza de una tormenta. Ella apareció en el pasillo. Despreocupada. Abstraída. Muda. Con los ojos fijos al frente y la cabeza en alto. La aparición más bella que jamás había visto en mi vida. Vagó por el largo pasillo, bañada con la luz de la luna. Toda ella brillaba, como una piedra preciosa. Desde entonces mis noches han sido suyas. La he esperado siempre, conteniendo mi curiosidad cuanto podía.

Una sombría noche, mientras las arañas rehacían sus telas, mi princesa recorrió su camino. Me paré a un costado y la vi venir. Me miró. La luz de la luna traspasaba sus ojos, que eran dos cristales luminosos, fríos como el invierno. Así un insecto cayó en la trampa del más poderoso arácnido. Me dejé llevar, atrapado por el hechizo de su encanto taciturno. Enamorado de su piel clara, sus cabellos, sus ojos, su expresión, su ser. La seguí, envenenado por mi amor irracional. Hipnotizado por el movimiento de sus rizos, que flotaban como una delgada capa sobre su espalda. Como un sonámbulo la perseguí hasta volverme un inmortal espectro. Detrás de sus pasos fui a la muerte y me convertí, como ella, en un fantasma que transita la niebla nocturna».

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