Dark
Light

Un tono de negro

diciembre 4, 2002

Ya no existía. Nadie sabía que había ocurrido, pero esta era la nueva y terrible realidad a la que se enfrentaba la humanidad. Un tono de negro, desaparecido.

Las alarmas saltaron por primera tras la inauguración de una exposición de arte en París. Las obras, elaboradas por un artista de origen berlinés, hacían especial énfasis en el contraste del blanco roto y el negro, precisamente uno muy concreto. Grande fue la sorpresa cuando abrió las puertas al público y lo único que veían eran lienzos blancos acompañados de… la nada.

La nada. Esa es la única descripción que los testigos fueron capaces de dar, pues sus mentes se vieron gravemente afectadas por aquello que presenciaron. Por algún motivo, aquella ausencia de color les atraía como la luz de un farol atrae a las polillas. Al igual que estas, acercarse tanto a aquel extraño fenómeno terminaba por quemar su raciocinio. El incidente se saldó con siete heridos por daños autoinfligidos y veintinueve ingresados en instituciones psiquiátricas.

En los siguientes días no cesaron de salir a la luz numerosos casos de demencia repentina a lo largo de toda Europa. Aquel mal no hacía distinciones, daba igual la edad, el sexo, la posición social, el dinero… todo el que observase ese vacío en el espectro lumínico estaba condenado.

Los gobiernos y autoridades tomaron cartas en el asunto; los museos fueron cerrados y toda estructura u objeto con tonos oscuros sería cubierto de llamativa pintura. Tal fue la paranoia que la gente comenzó a iluminar plenamente sus viviendas por las noches, ya que temían que en la negrura de la penumbra se ocultase esa absorbente nada.

Este era el mundo en el que ahora debía sobrevivir Lorette Charpentier.

La mujer vivía en la soledad del hogar familiar, pues había enterrado a su padre días atrás. Este había fallecido a causa de un ataque al corazón durante su jornada de trabajo en las minas. Para su desgracia, sus ojos se encontraron con el hueco dejado por aquel tono desaparecido, inoculando en su cerebro terribles nubes de desenfrenada locura. Esta enajenación mental sumada al ya debilitado organismo del envejecido minero derivó en la derrota de su dañado corazón.

Lorette era hija única. Su madre falleció siendo ella muy pequeña. La joven nunca había conseguido encajar con la gente del pueblo; su naturaleza propensa a la enfermedad y una personalidad introvertida habían dificultado entablar lazos con sus vecinos. Y ahora, en esta situación de paranoia y temor que había envuelto al mundo, se sentía más sola que nunca.

Salía a la calle en busca de viandas para almacenar en la despensa y se sentía igualmente aislada. La gente caminaba por el pueblo observándose los zapatos, el vestido o algún objeto que portasen consigo, todo para evitar encontrarse con la terrible ausencia de color. El contacto visual entre las personas era algo del pasado. ¿Y si el negro de la pupila ya no era negro sino una fisura en la realidad?

Los días pasaban y Lorette se encontraba cada vez más y más hundida. A menudo ponía en duda que aquello que estaba viviendo fuese la realidad y no un sueño, pues percibía su entorno con una sensación de surrealismo constante. El aire se notaba más denso, el tacto de las cosas era vaporoso en cierta manera y observaba su día a día como si de una tercera persona se tratara. Era lo más parecido que podía imaginarse a flotar en el reino onírico.

Estaba asegurándose de que todas las lamparas de aceite de la casa estuvieran en condiciones para mantenerse encendidas toda la noche cuando una ola de tristeza y nostalgia la golpeó con dureza. Podía sentir como estaba al borde del llanto, pero algo lo estaba bloqueando. Desesperada, comenzó a vagar por la casa, sin rumbo.

Mientras deambulaba, se encontró con un pequeño estuche de madera. Curiosa, lo cogió y desveló su contenido. Eran pequeños recuerdos de su padre: una piedra de color verdoso, varios anillos, un juego de pendientes (¿quizás habían sido de su madre?), una insignia de sus tiempos como recluta en el ejército y un colgante.

Examinó delicadamente cada uno de estos mementos, recordando tiempos más felices. Volvió a inspeccionar la caja y encontró en el fondo lo que parecía una fotografía boca abajo. La sacó con cuidado y la volteó.

En efecto, era una fotografía. Los rostros de su padre y madre aparecían en ella. Mas aquella imagen que en un pasado debía haber sido en blanco y negro, había ahora grandes parches en el traje de su padre de… fisuras. Desgarros en el tejido que envolvía nuestra realidad. Era una nada absorbente e hipnotizante, como si cantos de sirena atrayeran hacía ella a Lorette.

Acercó la foto frente a su rostro, perdida por completo en aquella anomalía cósmica. La sienes la palpitaban con excitación, sus pupilas de dilataban y contraían incapaces de entender que estaban enfocando, su corazón bombeaba sangre con violencia y su mente estaba dividida en dos, por un parte la alertaba del inenarrable peligro al que se estaba enfrentando mientras que la otra susurraba todo tipo de dulzuras y palabras de calma y sosiego.

Lorette cedió ante aquel succionador misterio. Zambulló todo su ser en aquel vacío. Le aterró lo que habitaba aquel otro lado.

Una titánica masa de materia orgánica pero con el tacto de la piedra y el color de la obsidiana envolvía en un abrazo eterno la diminuta casa de muñecas que era nuestro mundo, alimentándose del detritus sentimental de su ganado humano. Decenas de seres como este flotaban en aquel espacio oscuro y secreto, abrazados a sus distintos mundos con formas de huevos, cubos y otras formas que resultaban imposibles a la simple mente humana de reconocer.

Ante aquel horror, Lorette intentó a empujar a su consciencia de regreso a nuestra insignificante realidad. Se propulsó con todas sus fuerzas y volvió a ver a través de su propio cuerpo. Durante unos segundos.

Con los ojos aún fijados en la fotografía familiar, una energía invisible surgió del hueco dejado por el desaparecido tono de negro y apresó con un tentacular y engarfiado agarre el incorpóreo ser de la joven.

Molécula a molécula, la unión entre el alma de Lorette con su cuerpo se iba desintegrando. Arrastrada para siempre a un oscuro rincón del cosmos, dejando atrás una demente carcasa de humano. Sólida en el exterior, hueca por dentro.

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