Relato Corto Blog de Ficción

Al filo de la luna negra

A

Kisune siempre fue la más débil de sus hermanos, ellos con facilidad la sostenían contra el piso para terminar una confrontación. A muy temprana edad supo que su vida sería diferente, ella debía descubrir sus talentos.

Las mujeres del pueblo tenían ideas diferentes, ellas preferían encontrar la protección en los brazos de un hombre. Pero, Kisune aprendió a confiar solo en ella. El paso del tiempo la llevó alrededor del mundo en búsqueda de maestros, ella descubrió su fortaleza al encontrar a tantos que la subestiman.

Sin opciones, siendo sus súplicas inútiles, aprendiendo con la voz de su mente como único maestro. Kisune se hizo fuerte, intentado esconder esa fortaleza, segura de que su mayor ventaja era la sorpresa. Ella continuó su vida sin la necesidad de aprovechar sus talentos, siempre entrenando escondida.

Kisune vestía igual que las demás mujeres, su figuras escondidas. Aprendiendo a ser una más, pasando desapercibida, esperando que el pasado regrese. Sin embargo, el tiempo le demostró lo inútil de sus temores, y lo positivo de su rutina. Ella recordaba como un sueño lo que pasó, segura de que esa será la última vez.

Se escucharon gritos a la distancia, un estruendo y los cascos de caballos. Ella sacó la cabeza por la venta del segundo piso de su casa, desde ahí se veía a los salvajes llegar con sus grandes espadas. Ellos entraron al notar que la puerta está a abierta, y dieron paso a los jinetes.

Respira, se dijo Kisune a sí misma y caminó hacia las gradas de madera. Ella parecía tranquila al respirar, dejando sus delgados zapatazos para colocarse un par de botas, luego dejó caer su largo vestido gris.

El tiempo pasó despacio y la bulla aumentaba en el exterior. Personas corriendo y gritando, antorchas quemando todo a su paso, ella no podía dejarse llevar por emociones. Tranquila, segura de lo que estaba haciendo, Kisune esperaba junto a la puerta principal de la casa.

Una patada abrió la puerta con fuerza, el hombre grande y alto pasó mirando de un lado al otro, buscando a su presa. A sus espadas otros salvajes estaban listos para entrar en la casa, pero Kisune cerró la puerta antes de que puedan pasar—quedándose sola con el gigante. Golpes y patadas estaban a punto de derribar la puerta, ella permanecía inmóvil, indefensa.

«Esta es mía,» dijo el intruso y los golpes terminaron.

Kisune empezó a caminar hacia atrás, alejándose del hombre que caminaba tras ella.

«Ven aquí,» él dijo, «entre menos luches será mejor.»

Ella caminó alrededor de la mesa, un paso más allá del hombre que intentaba alcanzarla.

«Si pones de parte esto será divertido para los dos.»

Ella tomó la espada escondida bajo la mesa y atacó con los ojos cerrados, esperando que su entrenamiento haya sido suficiente, segura de que no iba a funcionar. Para su sorpresa, la espada estaba perfectamente incrustada en el ojo del hombre. Una vez que ella empezó a sentir el peso del cuerpo inherente a punto de caer, ella regresó el brazo notando lo fácil que la delgada espada salía del agujero.

El hombre se desplomó sin objeción, la vida se marchó más rápido de lo que ella esperaba.

Respira, pensó Kisune. Todo salió tal y como había planeado, pero la satisfacción de su logro no era lo que esperaba. Tantos años preparándose para algo tan simple, esto era por lo que ella había trabajado, y ahora era tan solo parte de su pasado. La vida estaba vacía, sin un propósito. Ella estaba segura de que los hombres no volvería a preguntar, ellos sabían que esta casa estaba ocupada.

El tiempo pasó despacio, un cadáver en el comedor de su casa, la rutina del día destruida por la invasión, pero todo parecía insignificante en comparación a los gritos. Por más que Kisune intentó abrir la puerta trasera para escapar de la protección que da muralla de su aldea, ella no pudo.

Así que, buscando valor, ella regresó para cambiarse de ropa. No tardó mucho en ponerse el uniforme, Kisune debía aprovechar la oscuridad de la noche, perderse entre las sombras. El traje negro cubría por completo su cabeza, dejando espacio solo para sus ojos. Ella se sentía segura bajo el material hecho para protegerla de un corte, amarrando el cinturón al terminar, y tomando armas del closet.

Kisune salió con su cuerpo bajo, moviéndose bajo las sombras hasta la primera casa a su costado. El sonido era obvio, un par de hombres tenían a una muchacha sobre la mesa, uno de ellos la tomaba de los brazos, mientras el otro se forzaba en ella.

Los hombres escucharon el leve sonido del abrir de una puerta, se detuvieron por un instante para continuar con su trabajo. Kisune entró despacio, escondida bajo el sonido del forcejeo, acercándose lentamente al hombre que movía sus caderas de adelante hacia atrás. Ella simplemente incrustó su espada desde abajo hacia arriba por la base del cráneo, el hombre cayó sobre la muchacha en la mesa.

El otro hombre empezó a buscar su espada, pero esta estaba demasiado lejos, él enfrentó al sujeto de negro—Kisune. La vio moverse con destreza y cortar. Cubrirse era inútil, una y otra vez recibió los impactos de la pequeña espada, sintiendo sangre empezar a correr de sus brazos y piernas. Él se sintió perdido y decidió lanzarse contra su rival, corriendo hacia ella.

Kisune aprovechó el movimiento del hombre para atravesar el cráneo de su rival, y dio un paso hacia atrás para dejarlo caer. Luego tomó al gigante sobre la mujer en la mesa y lo empujó hacia un costado. Las dos se miraron por un instante, luego, Kisune salió de la casa.

Ella no había planeado quedarse tanto tiempo, pero qué más podía hacer, Kisune tenía que ayudarlos. Caminando despacio alrededor de la casa vio a Kito, ellos solían jugar juntos cuando eran pequeños, pero su relación ya no era igual, el tiempo los había distanciado. Sin embargo, ella sonrió al verlo, levantando una mano para saludar.

«Soy Kisune,» ella dijo al levantarse la máscara.

«¿Qué está pasando?» él preguntó.

Era posible que Kito no recuerde lo que pasó hace tanto tiempo, la anterior ocasión en la que su aldea fue invadida.

«Tenemos que salir de aquí,» ella dijo.

«No,» dijo Kito, «Sarade está atrapada en esa casa.»

Imposible, pensó Kisune. Ellos debían caminar alrededor de toda la aldea para llegar asalvo.

«Sígueme,» dijo Kisune y volvió a cubrir su rostro con la máscara.

Los dos regresaron a la casa de la que ella acabó de salir, caminando despacio para evitar ser encontrados. El olor de la sangre todavía fresca que seguía derramándose de los cuerpos mutilados cegó a Kito, él se detuvo, sin intenciones de entrar.

«Vamos,» dijo Kisune, «apresúrate.»

Kito intentó contener su asco de la escena que presenciaba, pero no lo logró.

Kisune camino alrededor de los cuerpos, asegurándose de no pisar la sangre, y tomó una espada.

«Si vamos a hacer esto,» dijo Kisune, «voy a necesitar tu ayuda.»

Kito tomó la espada. Su mano temblando mientras su mente aceptaba lo que estaba a punto de hacer.

«Es esto,» dijo Kisune, «o nos vamos sin intentar salvar a tu mujer.»

Kito jamás pensó escuchar una proporción del estilo, peor aún de la pequeña Kisune. Aunque su atuendo negro la hacía verse amenazadora.

«Está bien,» finalmente respondió Kito. «Dime qué tenemos que hacer.»

«Sígueme,» dijo Kisune. «Y cubre mi espalda.»

Kisune desenfundó su katana, el brillo de la espada creó un destello de luz, mientras Kito miraba sorprendió la destreza con la que ella se movía, sigilosamente acechando a su presa. Ella salió de las sombras incrustando su espada a través de las costillas de un hombre, escuchándolo luchar por un poco de oxígeno, cayendo cuando ella rápidamente sacó el arma de su cuerpo.

Kito miró incrédulo, acaso esta era la misma niña que él recordaba. Así que sacudió su cabeza, intentado aceptar lo que estaba sucediendo. Tomó la espada entre sus manos, sintiendo el peso, extrañado a su arma de entrenamiento. Esto va a funcionar, él pensó, lanzando la espada de una mano a la otra.

Ella giró para mirarlo, después movió la cabeza. Kito la siguió, seguro de lo que iba a pasar, con sus temores atrapados bajo el coraje de una espada; él no había matado a un hombre.

Mientras tanto, Luna Negra—el líder de la invasión—ya se encontraba sentado en la silla principal del consejo de la aldea.

«Por favor,» dijo Paku, «ten piedad.»

Luna Negra se levantó del trono, extendió su puño hacia adelante, y apuntó con el pulgar al piso. Enseguida, y sin necesidad de palabras, la afilada hacha cayó sobre el cuello desnudo de Paku, terminando con la vida del líder de la aldea.

Y Sarade seguía intentando escapar del grupo que entró a su casa. Uno de ellos era grande y fuerte, pero para su sorpresa la otra era una mujer. Ella tenía el cuello largo y fuerte, sus músculos brazos parecían los de un hombre, pero resultaba imposible confundirla con uno de ellos. La armadura de Azunde estaba formada por una faja de cuero alrededor de su abdomen, y una pechera de metal. Sin duda, ella era diferente a las mujeres que Kisune ha conocido, más grande, incluso, que un hombre.

Sin imaginarlo, Kisune miraba con cuidado de un lado al otro, ocultándose tras la pared de una casa. Intentando ignorar los gritos, ella concentraba su atención en la casa de Kito. Imaginando a la delicada Sarade luchar contra uno de esos gigantes. Kisune no pudo dejar de admirar la belleza que acompañó a su amiga a través de los años, era una admiración diferente, y esto hacía que su rescate sea aún más importante.

Kito estaba respirando agitado, él esperaba a pocos pasos de Kisune, observando el fuego sobre las cabañas, sosteniendo con fuerza la empuñadura de su espada.

Ellos encontraron una oportunidad y cruzaron corriendo, por medio de la aldea, a las vista de todos. Pero, Kisune calculó el tiempo perfecto para entrar a la casa. Al pasar encontraron a Sarade atada de las manos a una de los pilares de madera, y a uno de ellos acariciaba sus senos, mientras Azunde se encontraba arrodillada frente a ella.

Azunde regreso a ver, limpiando su rostro con una mano. «¿Qué tenemos aquí?» ella dijo al levantarse. «Un par de héroes.»

El hombre dio un paso hacia la mesa para tomar su espada, y se detuvo al sentir el metal incrustarse en la mano.

Azunde miró sorprendía a Kisune, quien mantenía extendida la mano con la que lanzó la estrella de metal.

El hombre tomó la estrella de su mano y en un solo movimiento la sacó, aguantando el dolor para no gritar.

«Eso va a dejar una marca,» dijo Kisune.

«Así que eres una de las nuestras,» dijo Azunde al desenfundar su gran espada.

«Encárgate de ese,» dijo Kisune girando el rostro para mirar Kito, luego desenfundó su katana.

«Veo que tienes un arma de juguete,» dijo Azunde, tomando su espada con dos manos. «Me aseguraré de hacerte sufrir.»

Azunde atacó rápido, oscilando su espada desde arriba, el peso y su velocidad hacían al golpe mortal. Sin embargo, Kisune lo esquivó con facilidad, dejando que la espada continúe hasta estrellarse contra el piso. Después tomando la katana con sus dos manos, y dando un paso hacia adelante, ella impactó la armadura en el pecho de Azunde. Continuando el movimiento con las dos manos en la empuñadura y cortando el cuero que protege el costado de Azunde.

Azunde sonrió. «Tus trucos no funcionarán,» ella dijo, levantando su espada frente al rostro. «Voy a disfrutar esto.»

Kito no podía moverse al ver a las mujeres pelear, dando tiempo a su contrincante para amarrar un pedazo de tela en la mano, y tomar su espada de la mesa. El hombre era más alto y fuerte que Kito, y atacó con seguridad. Él se lanzó contra Kisune, pensando que entre los dos sería más fácil la pelea, menospreciando a Kito.

Mirando lo que sucedía, con Sarade desnuda, atada de sus brazos, sin capacidad de pensar. Kito se lanzó contra el bárbaro, seguro de lo que hacía, consciente de lo cerca que estaba de su muerte.

Kisune sonrió a ver la mirada en el rostro de Azunde, extendiendo una mano para detener a su compañero. Fue inútil, Kisune atacó, obligando al bárbaro a defenderse. Y Kito sintió a su espada atravesar la piel del abdomen del hombre, entrando con facilidad. Kito intentó detener su ataque pero fue inútil, y vio al hombre desplomarse, sosteniendo su estómago con las manos.

Azunde supo que tenía una última oportunidad y la aprovechó impulsandose en dirección de Kito, oscilando su espada. Kisune intentó detener el ataque con su katana, pero le fue imposible. Ella miró a la gran espada caer sobre Kito, él también intentó detenerla, pero solo logró desviar el ataque. Kisune puso toda su fuerza en la cuchilla de su espada, rompiendo la clavícula de Kito.

Kisune vio a la gran espada golpear a Kito antes de girar para continuar con su ataque y cortar la cabeza de Azunde. Voy a terminar esto de una vez por todas, ella pensó. Luego se acercó a Sarade y cortó la soga con su katana.

«Gracias,» dijo Sarade con una venia al pasar junto a Kisune. Ella no la reconoció bajo la máscara negra, y siguió hasta llegar a Kito.

Kito esperaba en el piso, sosteniendo la herida con su mano derecha, cuando Sarade llegó para ayudarlo.

«Todo va a estar bien,» dijo Sarade y giró pero Kisune ya no estaba.

Debo encontrar al que está detrás de todo esto, pensó Kisune al caminar afuera de la casa. Ella caminó bajo las sombras, ignorando los gritos, en dirección al ayuntamiento. Algo le decía que su lucha debía continuar allá.

Luna Negra esperaba en su trono temporal, disfrutando de una jarra de vino. El lugar estaba vacío, excepto por el banquete que fue preparado para los líderes de la aldea. Él tenía una pierna de pollo en su mano, y mucha intriga por lo que estaba por llegar. Sus hombres tenía órdenes precisas, ellos debía llegar con los trofeos de la batalla.

De repente, las puertas del ayuntamiento se abrieron. Dos de los más grandes guerreros entraron con un par de muchachas, ellas se veían asustadas y sucias por el forcejeo que las llevó a lugar en el que se encontraban.

Luna Negra se levantó de su torno. «Traigan a una de ellas,» él dijo. «Aten a la otra.»

Los hombres caminaron hasta Luna Negra, entregando a una de las jóvenes, luego regresaron a la mesa y empezaron a botar todo al piso para hacer espacio. Ellos ataron a la mujer contra la mesa.

«Muy bien,» dijo Luna Negra. «Hagan lo mismo con la otra.»

Ellos regresaron para tomar a la otra chica, y la ataron junto a la otra. Luna Negra observó con tranquilidad, manteniendo su lugar junto al trono, hasta que los vio terminar. «Déjeme solo.»

Los hombres salieron del ayuntamiento, dejando a Luna Negra con las dos mujeres indefensas.

Kisune no esperaba encontrar a Luna Negra, en realidad ella no sabía si él era la persona a la que estaba buscando. Pero cuando lo vio sacarse la armadura de cuero, ella decidió esperar para ver lo que sucede.

Luna Negra se desnudó, mientras hablaba con las mujeres. «Espero que te portes bien,» dijo al golpear a una de ella con su mano. «Veamos que tienes por aquí.»

Kisune vio al hombre levantar la falda larga de una de las mujeres sobre la mesa, y luego hizo lo mismo con la otra. «¿Por qué no buscas a alguien de tu tamaño?» preguntó Kisune al salir de las sombras.

Luna Negra giró al escuchar la voz de Kisune y caminó hacia su espada de hoja ancha. «¿Te quieres unir a la fiesta?»

Kisune se sacó la máscara, dejando libre a su cabello negro. «Más de lo que te imaginas,» ella dijo al desenfundar su katana.

«Esperen aquí,» Luna Negra dijo a las mujeres atadas, «regresaré en un instante.»

Kisune se acercó despacio, sosteniendo su katana con dos manos.

«Esa pequeña cuchilla no te va proteger,» él dijo y se lanzó al ataque.

Kisune escuchó el choque de sus espadas, dando un paso hacia un costado, volviendo a protegerse del siguiente ataque. Luna Negra movía su espada como si fuera un delgado palo de madera, sus grandes músculos hacían que maniobrar la gran espada se vea fácil. Kisune esquivó los ataques, uno por uno, sintiendo la vibración en sus manos con cada impacto de las espadas. Luna Negra continuó usando su fuerza, aprovechando la ventaja, pero la mujer vestida de negro era demasiado rápida. Kisune saltaba de un lado al otro, dejando que la gran espada se estrelle contra todo a su paso. «Deja de huir,» él dijo. «Eres muy lento,» ella respondió. Y la pelea continuó. Luna Negra empezó a respirar con dificultad, sosteniendo la gran espada con dos manos. Kisune mantenía su cuerpo bajo, usando su katana para evadir los ataques, controlando su respiración para seguir la pelea. «Voy a disfrutar amarte como a una de ellas,» él dijo mientras se preparaba para atacar. Esta vez, Kisune anticipó el movimiento, en lugar de utilizar su katana para defenderse, cortó la piel desnuda del muslo de su contrincante. «Maldita,» dijo Luna Negra al caer de rodilla al piso, «te voy a matar.» Kisune esperó con el cuerpo bajo y su katana en una mano. Luna Negra volvió a atacar, esta vez fue más fácil de cortar.

Kisune continuó cortando la piel desnuda de su contrincante, sin disfrutar lo que hacía, pero segura de infringir la mayor cantidad de dolor. Poco a poco, Luna Negra perdió la capacidad de moverse con destreza, sangre corriendo por sus brazos y piernas, con corte en el rostro y pecho. Kisune siguió atacando, asegurándose de mantener levantada su guardia, dejando que su espada haga todo el trabajo.

«Maldita,» gritó Luna Negra, casi incapaz de seguir luchando, casi incapaz de sostener su espada.

Las puertas del ayuntamiento se abrieron, los guerreros, que hace poco tiempo dejaron a los premios de Luna Negra, entraron. Ellos miraron con sorpresa a su líder de rodillas, mientras Kisune mantenía la punta de su katana contra el cuello.

Al verlos entrar, Kisune cortó el cuello de Luna Negra y se preparó para continuar peleando. Sin embargo, y para su sorpresa, los hombres se arrodillaron frente a ella.

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Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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