Relato Corto Blog de Ficción

Segunda Invasión

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Luego de correr desde la cima de la montaña, una vez recibido el mensaje de la costa. Kapac se preparó para hablar con Yaguk—el líder de su aldea. «Señor, las naves de madera se acercan. La profecía se ha cumplido.»

Yaguk hizo una pausa, imaginando lo que estaba a punto de pedir a su tribu. «Estamos listos,» él dijo al levantarse del trono. «Demos inicio a la ceremonia.»

El cuarto real se quedó vacío al poco tiempo de recibir la orden. Cada uno de los presentes tenían una función especial. Unos caminaron para organizar al pueblo, mientras otros fueron a buscar a los guías espirituales, y los demás debían buscar a los participantes de la ceremonia

Yaguk se quedó esperando que todos salgan. «Necesito algo más de ti, Kapac,» él dijo, «asegúrate de que las llamas sean encendidas cuando desembarquen los invasores.»

Con eso Yaguk se retiró, su mente en conflicto por lo que estaba a punto de empezar. Es la única forma, se dijo a sí mismo. Él tenía que ver a su hermosa mujer, esto era lo único que importaba, así que se dirigió a su alcoba, y entró.

«¿Qué sucede, amor mío?» preguntó Pisha, levantando su cabeza de la almohada. «Parece que has visto a un fantasma.»

«La profecía se ha cumplido,» respondió Yaguk.

«No puedes hacer lo que estás pensando,» dijo Picha al levantarse. «Te lo prohíbo.»

«Es nuestra única alternativa,» dijo Yaguk.

«¿Qué pasará si todo sale mal?» preguntó Picha.

«Entonces te llevarás a los niños con mi hermano,» dijo Yaguk

«Pero Yaguk,» ella dijo, «esto es una locura.»

«He visto lo que sucederá,» dijo Yaguk. «No tenemos otra salida. Es mejor que confiemos en Inshi, él sabe lo que hace.»

Picha corrió hacia Yaguk y lo abrazó sin intenciones de dejarlo ir. «Prométeme que regresarás.»

Los miembros de la tribu no sabían cuánto tardarán los invasores en llegar a las costas, así que no podían saber cuando empezará la ceremonia. Al recibir el mensaje, Inshi se congregó con los guías espirituales de la tribu, ellos seguían oponiéndose a ser cómplices de un delito, algo les impedía continuar. Sin embarazo, Inshi sabía que esta era la única salida para salvar a su pueblo; sacrificar a unos pocos en beneficio de los demás. Este era el camino, después de todo, ellos habían visto lo que sucederá después de la llegada de los conquistadores.

La entrada de los invasores será desgarradora, ningún nativo de las tierras estaba listo para enfrentarse a un ejército con pólvora. Pero existen otras opciones, supusieron los guías espirituales, y por generaciones buscaron entre los archivos Akáshicos una respuesta. Era de imaginar que tal poder requeriría más que eso, y siendo la conexión con los Sagras aún palpable. Ellos optaron por un sacrificio de sangre, en lugar de uno espiritual.

Era incierto lo que sucedería, ellos usarían una magia diferente a la que les fue otorgada por los Apus.

Quisiera que sea de otra forma, pensó Yaguk en el camino al templo de la Luna. Allí esperaban sus subalternos y los más altos miembros de su ejército, listos para ser parte de un acto de shamanería. Él tenía sus dudas sobre las consecuencias del uso de plantas medicinales, para Yaguk todo esto era algo en lo que no quería involucrarse. Pese a eso, hoy debía quebrar su única ley, y así perder su conexión con los Apus. Eso era lo que los dioses requerían.

Las embarcaciones se detuvieron cerca de la costa. En pequeños botes se acercaron los conquistadores, todo sucedía tal y como las profecías lo indicaban. Este era el fin inevitable de su imperio, pero todavía podía luchar.

«Hermanos,» dijo Yaguk al detenerse frente a su ejército, «lo que les pido hoy es más de lo que un líder debe pedir de sus hombres. Sin ustedes, jamás hubiese logrado extender nuestro imperio. Pero hoy es el fin de la trayectoria, espero volver a verlos en otros cuerpos.»

Con eso, todos los presentes en el templo de la Luna se quedaron en silencio, girando para mirar a la gran antorcha en la cima de la montaña. Esa era la señal que estaban esperando, el tiempo parecía eterno, cada segundo más largo que el anterior. Ellos esperaban con ansias, todos sosteniendo en sus manos el brebaje preparado por Inshi—un shaman forastero. Por alguna razón, esta era su única salida.

Una vez que las brasas de la gran antorcha se encendieron, las miradas se enfocaron en Yaguk. Él sostenía la vasija de barro con sus dos manos, era hora de dar el ejemplo y dejar la existencia. Así que, juntando todas sus fuerzas, él llevó al veneno a su boca y empezó a beber.

Con eso, todos los presentes hicieron lo mismo. Tomando el néctar que preparó Inshi, confiando en las palabras de hombre que salvó al heredero del trono. Inshi también había escuchado las profecías, al igual que los guías energéticos, con la voz de una misteriosa mujer al pasar la Luna roja.

Los dioses habían hablado, era hora de empezar una nueva misión, sanar al mundo de su enfermedad.

Pero Yaguk no estaba seguro de eso, mientras caía al piso del dolor. El veneno quemando sus venas por dentro, viajando en su interior, destruyéndolo en cuestión de segundos. Hasta que todos los altos representantes de la tribu cayeron agonizando al piso.

«¿Qué haz hecho?» dijo Sasku al ver los cadáveres sobre el piso.

«Lo que tú no fuiste capaz de hacer,» dijo Inshi.

Pocos días después, y gracias a la asistencia de las tropas estacionadas en la costa. Los conquistadores llegaron a la ciudad de la Luna, Picha esperaba junto a sus dos hijos, rodeada por el resto de miembros de la tribu.

Ella esperó en silencio por una señal.

Uno de los hombres de cabello dorado se acercó. «Soy yo amor mío, funcionó.»

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Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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