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El borracho y la calavera

diciembre 4, 2002

Cuentan que un Día de Difuntos paseaban tres estudiantes borrachos por las afueras de una ciudad, después de haber estado de francachela. Acertaron a pasar por delante de un cementerio y les dio por entrar a burlarse de los muertos. Nada más entrar estaba la huesera. Uno de los estudiantes tropezó con una calavera y estuvo a punto de caer. Los otros dos se echaron a reír, y el que había tropezado se vuelve y, dándole un puntapié a la calavera, le dijo:

-¡Pues no estás bonito tú ni ná! No te enfades, pelón, que esta noche te convido a comer en mi casa.

Siguieron los estudiantes su juerga y no se volvieron a acordar del percance. El que le había pegado el puntapié a la calavera estaba ya durmiendo en su casa cuando se oyeron unos golpes tremendos en la puerta.

-¿Quién es? -preguntó el criado, que dormía en otra habitación. Y, viendo que no contestaba nadie, bajó a ver qué pasaba.

Como era noche cerrada, no pudo distinguir bien quién era. Pero una voz le dijo:

-¿Está el señorito en casa?

-Pues… depende.

-Dígale usted que está aquí el que convidó esta noche a cenar.

Subió el criado, despertó al estudiante ‘ante y le contó lo que pasaba.

-¿Tú estás loco o desvarías? -dijo el estudiante. Pero al momento se acordó de lo del cementerio. Se levantó y le dijo al criado que hiciera pasar a quien fuese.

Cuando estuvo dentro, vieron que el convidado era una estatua muy pálida. El señorito ordenó que le pusieran de cenar de todo lo mejor que hubiera en la casa, y así lo hizo el criado. Puso una gran mesa a base de lechón, pavo y frutas de todas clases. Pero la estatua no probó nada y le dijo:

-Yo nada de esto puedo comer, pero he tenido mucho gusto en acudir a su casa. Ahora tengo el honor de convidarlo a usted a mi mesa mañana, en el mismo sitio donde hoy nos hemos encontrado y a la misma hora.

El estudiante les contó a sus amigos lo que había pasado y a todos les dio mucho miedo y dijeron que ellos no iban. Pero el estudiante, que se las daba de valiente, dijo:

-Pues yo sí que voy.

También se enteró un cura de lo que pasaba y le dio al estudiante una reliquia para que se la pusiera en el cuello con una cadena.

Conque aquella noche fue el estudiante al cementerio y, como iba solo, ya empezó a darle un poco de miedo. Todavía le entró más miedo cuando vio que la puerta se abría sola y que en la misma huesera había una mesa con unos candelabros. En un extremo de la mesa estaba aquel señor, en estatua -porque se había bajado del nicho del muerto-, que le dijo:

-Siéntate.

El estudiante empezó a temblar y se sentó.

-Come, hombre, come -le dijo la estatua.

Pero todo lo que había para comer era un plato de ceniza. El estudiante lo miraba sin decir nada.

-¿Qué te pasa? ¿Es que no tienes apetito?

Y el estudiante nada decía. Al cabo de un rato le dice la estatua:

-Así aprenderás a no reírte de los muertos. Y conste que te va a salvar esta noche la reliquia que llevas. Anda, vete ya.

Pero el estudiante se puso muy enfermo y, cuando llegó a su casa, se metió en la cama. No duró ni dos días.
vengo por verte a ti, ni por comer de tu cena; vengo a que vayas conmigo a media noche a la iglesia. A las doce de la noche cantan los gallos a fuera, a las doce de la noche van camino de la iglesia. En la iglesia hay en el medio una sepultura abierta. -Entra, entra, el caballero, entra sin recelo en ella; dormirás aquí conmigo, comerás de la mi cena. -Yo aquí no me meteré, no me ha dado Dios licencia. -Si no fuera porque hay Dios, y el nombre de Dios apelas, y por ese relicario que sobre tu pecho cuelga, aquí habías de entrar vivo, quisieras o no quisieras. Vuélvete para tu casa, villano y de mala tierra, y otra vez que encuentres otra hácele la reverencia, y rézale un Pater noster y échala pa la huesera; así querrás que a ti te hagan cuando vayas de esta tierra.

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