Relato Corto Blog de Ficción

Arquitectura de Colores

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La luz del sol no brilló como acostumbra en las mañanas, incluso se podía sentir el leve rocío de la densa nube que cubre la ciudad. Dentro de una habitación de paredes blancas, sentado en una esquina, tomando sus piernas entre los brazos, mirando con atención la profundidad del vacío frente a él, se encontraba un cobarde.

Años de lucha lo llevaron a perder la batalla, ahora queda un ser que dejó de existir en el exterior. La sinestesia, su único refugio, no había salida de su cárcel de paredes acolchadas, sin embargo, tener los brazos libres, después de tanto tiempo, era una experiencia diferente. Gustavo no recordaba la última vez que pudo abrazar sus piernas, después de todo, él casi no usaba sus manos

Su cárcel tenía las ventajas más simples que uno puede necesitar. Un grupo de doctores se encargaban de su cuidado, ellos aseguraban que la terapia adecuada logre curarlo, sin embargo, algunas de las medicinas que Gustavo recibía eran demasiado fuerte para su mente, dejándolo en un estado de silencio perpetuo. Era como si la voz en el interior de su mente se silenció, como si las palabras perdieron el sentido, como si el lenguaje hubiese dejado de existir.

Él pasaba sus días encerrado entre cuatro paredes, aislado del universo comprensible, solo y sin sus pensamientos. Gustavo no recordaba el nombre que tan elocuentemente dimos al agujero en la parte superior de una pared, ni al trinar de las aves, pero él podía mirar sus sonidos.

Sentado en la esquina del cuadro, con sus brazos alrededor de las piernas, Gustavo navegaba a través de un mar de colores. El viaje era turbulento, dirigido por los cambiantes ritmos del trinar de decenas de aves que habitan el parque a un costado del hospital, para el resto de personas presentes el sonido era irrelevante, y por eso es que hablaban con esos sonidos que crean caos en el universo de colores.

Gustavo sentía las vibraciones acariciar su piel cuando un oscuro café llegó, como una ola que te golpea por sorpresa, él sintió ser arrastrado por el color que se estrellaba contra todo a su paso, después logró él recuperar el balance antes de caer al piso por el mareo. La puerta de su habitación terminó de ser abierta, cuando ruedas metálicas explotan azul oscuro al girar sobre el piso, este desplaza al resto de colores que Gustavo ve a su alrededor, dejando líneas rectas en su camino. Con la turbulencia metálica llegan los pasos verdes de cuatro personas, cada color titilando por un instante antes de desaparecer. Gustavo es cegado con las ráfagas que empiezan a salir de las bocas de los doctores.

Sin embargo, Gustavo no es capaz de entender las palabras, las medicinas poco a poco fueron borrando letras de su vocabulario hasta dejarlo sin lenguaje. Gustavo podía ver blancas nubes contaminar la transparencia del trinar de las aves, lamentablemente, él no podía hacer nada al respecto, los colores del sonido solo eran manipulados por otros sonidos. Para Gustavo, el mundo se convirtió en un eterno choque de sonidos y colores, una océano de brillantes corrientes de colores que bailan entre sí.

Hoy era día más: cada paso, cada palabra, cada ajetreo creaba un cambio a su alrededor, Gustavo era un pez navegando las corrientes de colores. Sin embargo, hoy era un día diferente, sus visitantes llegaron con un plan diferente, después de años de análisis se quedaron sin opciones. Los tratamientos no resultaban como eran de esperarse, nada funcionaba para lograr que Gustavo vuelva a ser una persona normal.

Para ellos este paciente perdió la batalla, uno más de los muchos que residen en esta clínica psiquiátrica. Sin embargo, una nueva teoría fue aprobada por los miembros del comité, y ahora Gustavo sería uno de los primeros en recibir el tratamiento. Él no recordaba la razón por la que perdió contacto con el mundo, quizá algún dolor insoportable, o simplemente se perdió en la sinestesia.

Era demasiado tarde para Gustavo, él no podía hacer otra cosa que disfrutar los colores que le daban vida a su existencia. Después de todo, los doctores lo tomaron con fuerza para que no pueda escapar, él miró los colores que aparecieron cuando empezaron a ajustar las tiras de cuero a sus manos. Esta vez era diferente, Gustavo estaba sentado sobre una silla de madera, sus brazos y piernas inmóviles.

Gustavo miraba las ráfagas de colores chocar entre sí en el interior de su habitación, cada paso de los doctores, cuando sostuvieron su cabeza para colocar la última tira de cuero. Él estaba completamente inmóvil, sus ojos le ayudaban a analizar la situación, cuando, de repente, se escuchó el sonido de un motor eléctrico ser encendido. La bulla fue insoportable; Gustavo no pensó que un sonido fuese capaz de empujar fuera de su habitación los dulces colores del trinar de las aves.

Sin embargo, ahora que está atrapado en la turbulencia, navegando por un océano en medio de la tormenta. Gustavo se sostuvo de la madera bajo sus manos, su silla era incómoda pero incluso eso perdió importancia. El cuarto se llenó de gris, era como estar atrapado bajo una montaña de cemento fresco, las vibraciones se estrellaban contra su piel, lastimando sus sentidos.

El motor cambiaba de colores, era como si dentro de la bulla un nuevo universo apareció, algo que solo podía existir cuanto todo lo demás desaparece. Gustavo se tranquilizó, esta era un sensación diferente, un dolor que se podía disfrutar. El transcurrir del tiempo le enseñó que la voz de los doctores podía ser un bella melodía, ellos se comunicaban bajo el ruido, hablando con frases cortas antes de regresar al silencio, sin embargo, esta vez las ráfagas de colores que brotaban de sus bocas pintaban un bello cuadro.

Gustavo disfrutó el regalo que habían preparado para él. Algo le decía que esta era la verdadera razón para la existencia de sus doctores, más importante que alimentarlo todos los días, incluso más que las conversaciones repentinas que solían tener, antes de… pero ahora era mejor disfrutar la belleza, después de todo, para Gustavo solo existía el presente, nadie le podía hacer daño.

Los doctores colocaron la broca del taladro en el lugar indicado y empezaron a perforar.

Es importante saber que ellos tenían buenas intenciones, la ciencia los llevó a tomar esta decisión, debían comprobar los descubrimientos de sus colegas, después de todo, este es el camino de la ciencia. Así que empujaron la broca hasta que hizo contacto con la piel.

Gustavo jamás pensó que algún día fuese capaz de mirar los colores de su energía, él estaba seguro que ser un sonido. Su vida le demostró que todos a su alrededor era manipulados con su presencia, como si de alguna forma, él fuese igual al trinar de las aves que llenan de colores un cuarto. Sin embargo, el contacto con la broca del taladro, pese a las drogas que fueron administradas para disminuir el dolor, Gustavo fue capaz de ver sus colores.

Eran hermosos, toda su vida miró colores por sonidos, y pese a tantos años de experiencia esta era la primera vez que miraba algo tan hermoso. Sus colores parecen tener aromas, dulces fragancias atadas a cada uno, poco a poco el gris de la habitación desapareció hasta que solo quedó él y los doctores, ellos también brillaban. Después, sin previo aviso, Gustavo empezó a volar, atravesando el techo del lugar, en línea recta hacia el infinito, perdiendo un poco de su luz para impulsarse, sabiendo que es necesario perderse para llegar más alto.

Gustavo se elevó como un cohete, dejando una estela de colores hasta desaparecer.

About the author

Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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