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Campo de Sueños

julio 15, 2020

Slick escuchó la alarma de su celular, inmediatamente metió la mano en el bolsillo de su pantalón… estaba vacío. Esta podría ser la primera vez que escuchaba el tono en su mente. ¿Qué me está pasando? se preguntó, deteniéndose para buscar el aparato en su mochila. Él encontró que tampoco estaba allí, debió olvidarlo en la base. Sin embargo, y sin explicación, había escuchado claramente una notificación.

¿De dónde vino ese sonido? se preguntaba. Volviendo a chequear que sus bolsillos estén vacíos. Él quería estar en otro lugar, su inconsciente simplemente lo ayuda a llegar.

Hace algunas horas el avión de la fuerza treinta y cinco fue derribado en territorio enemigo, una extracción era inconcebible, y lo más probable era que el enemigo esté tras su rastro. Pero de alguna manera, lo único que parecía importarle era la falta que le hace su celular.

La notificación volvió de forma repentina, en intervalos de tiempo diferente, mientras sus pasos lo llevaban a lo más profundo de la selva. El entrenamiento militar lo preparó para cualquier tipo de circunstancia. Tengo que encontrar un escondite, pensó al pasar junto a un árbol inmenso.

Lo denso de la maleza tornaba la travesía casi imposible. Por suerte, y con machete en mano, sus pasos lo llevaban cada vez más lejos del lugar en el que quedó atrapado su paracaídas. La suerte lo acompañaba a través de la jungla, pero sus pasos apresurados estaban a punto de llevarlo por el camino equivocado.

En su brújula estaba marcado el camino correcto. Solo tengo que bajar al río y todo estará bien, pensaba mientras cortaba la maleza en su camino. Años de entrenamiento lo prepararon para todo, pese a lo complicado que sería salir expulsado de un avión en combate; Slick mantuvo su mirada en la selva, y consiguió ubicarse antes de su paracaídas habría quedado atrapado en un árbol.

Pese a todo eso, el sonido lo seguía persiguiendo. En realidad, esta era la segunda vez que le sucedía. Hace varias horas, antes de bajar del árbol, escuchó el mismo sonido pero le dio poca importancia. Sin embargo, ahora era diferente, la alarma tan nítida como si fuese real. Me debo estar volviendo loco, pensó y siguió corriendo. Su única salida era encontrar un lugar para pasar la noche, la extraña idea de escuchar algo que no era real tenía poca importancia.

Es solo mi imaginación, pensó al llegar al acantilado. Excelente, ahora solo tengo que buscar un camino para bajar. La probabilidades de encontrar una cueva mejorarían considerablemente al acercarse al río. Claro, para que eso sea posible, primero debía encontrar un forma segura de bajar. Quizá pueda ir por allá, pensó y tuvo que lanzarse al piso para evitar se observado por un helicóptero. Maldita sea.

Slick estaba atrapado y sin forma de comunicarse con su base, cuando su teléfono volvió a sonar. ¿Qué diablos está pasando? se preguntó al volver a notar que su celular no estaba en el bolsillo. Tengo que encontrar un escondite.

Pero era muy tarde para Slick, un escuadrón se acercaba a su posición, solo le quedaba preparase a lo peor. A unos treinta metros del filo del acantilado se encontraba un camino. Era muy probable que ese, al igual que todos los caminos de la frontera, esté lleno de minas.

No había forma de que pueda escapar a tiempo, así que decidió convertirse en el cazador. Slick abrió bajó su mochila, no tenía muchas municiones, pero un revólver cargado y dos alimentadoras serían suficientes. Así que volvió a caminar, solo que esta vez lo hizo de regreso al camino, y con su machete en mano.

Slick sabía que sus probabilidades de sobrevivir eran altas, siempre y cuando logré evadir a los posibles agresores. En realidad no sabía lo que podría suceder. Al llegar al delgado camino en medio del bosque miró de un lado al otro, era obvio que las minas estarían en la mitad, la única forma de evadirlas era caminar por los extremos altos del chaquiñan.

Luego de unos cinco minutos de moverse con miedo de activar a una de esas cosas, de imaginar el sonido que hace el botón a ser presionado; pensando en la exploción que causa una mina. Hasta que finalmente encontró lo que estaba buscando: un árbol que soporte su peso. Claro que no se trataba de un simple árbol, Slick encontró un lugar desde el que podría defenderse.

Así que subió con destreza hasta llegar a una rama que pasaba sobre el chaquiñán, y esperó. Slick estaba cubierto por maleza, esperando que su disfraz sea suficiente para que nadie lo pueda encontrar, y se aseguró de estar cómodo en caso de que deba esperar por mucho tiempo.

Luego de su encuentro con el helicóptero, Slick aceptó que su única salida era esconderse, las posibilidades de no haber sido observado eran bajas. Además que sus contrincantes deben conocer muy bien el área, era muy probable que se acerquen a su posición con gran velocidad.

Slick decidió su próximo movimiento, y esperó.

Escondido sobre la rama de un árbol el tiempo parece pasar lentamente. La incomodidad aumenta a cada instante, pero Slick estaba acostumbrado. Su entrenamiento para convertirse en piloto fue muy riguroso, ahora solo tenía que esperar; atento a la llegada del enemigo.

Finalmente, después de pasar el tiempo observando detenidamente los dos extremos del chaquiñán en medio de la maleza, unos hombres uniformados aparecieron. Ellos debían estar tras la pista del piloto, Slick los vio pasar uno por uno bajo la rama del árbol. Su corazón acelerado por la adrenalina a la expectativa de lo que estaba por suceder.

Eran solo seis, una vez que el quinto paso bajo la rama, Slick se preparó para cometer una locura, dejando caer su cuerpo hacia atrás, intentando sostenerse con las piernas, y quedar colgado del árbol.

Cuando el último hombre alcanzó a ver la trampa habría sido demasiado tarde. Slick lo atacó con el machete, asegurándose que el impacto sea más que un golpe, moviendo el brazo para que el arma corte la piel del enemigo.

Una vez que el trabajo fue terminando, notando que los demás miembros del escuadrón continuation caminando, Slick se volvió a esconder sobre la rama del árbol.

Eso fue peor de lo que esperaba, pensó con su respiración agitada, intentando relajarse. Tengo que salir con vida.

Slick bajó del árbol para saquear al cuerpo. Tomó sus armas y las colocó en la mochila, también tomó el casco. Por lo menos así, él pensó, me podré esconder con facilidad.

Y el sonido regresó, solo que esta vez provenía del celular del hombre decapitado. Slick tomó al aparato para ponerlo en silencio, y vio la foto de una hermosa mujer con su hija. No había tiempo para pensar, pero la sensación fue imposible de evadir.

Los recuerdos regresaron. Slick no podía sacarles la sonrisa de su hija de la mente, así que sacudió la cabeza y se levantó. Mirando con atención el camino que tomaron los otros hombres, apuntó con el rifle semiautomático que encontró en el cadáver, y los siguió.

Slick no estaba dispuesto a convertirse en una presa, después de todas las historias de torturas; era inconcebible ser atrapado. Así que caminó por los costados del chaquiñán—seguro de esquivar las minas que se mueven con el pasar del tiempo. Una vez que los alcanzó, Slick empezó a disparar, el primero de los hombres cayó al instante, abriendo paso para continuar con los demás.

El siguiente cayó y una bala perdida hizo que otro caiga. Uno de ellos tomó su pistola y disparó antes de ser impactado por una munición. Luego, cayó el último que quedaba cerca, mientras el otro de sus compañeros corría por el chaquiñan hasta que se escuchó una explosión.

Slick se encontraba en el piso, todavía no estaba seguro de su condición. El calor que recorría por su rostro parecía el de la tibia sangre brotando de la herida, el inconcebible dolor se apoderó de su cuerpo; sería imposible salir con vida. Sin embargo, con el tiempo la visión regresó, y el dolor de su cabeza fue disminuyendo hasta que sintió una ráfaga que llegó de su pierna.

Maldita sea, pensó Slick al ver sangre brotar de su muslo derecho. Sin tiempo para pensar, y apresurado para detener la pérdida de sangre, él sacó la caja blanca con una cruz roja de su mochila, y tomó una de las jeringuillas para inyectar cerca de la herida.

Una sensación de claridad borró los dolores de su mente. De repente, el trinar de las aves se volvió vívido, y la fuerza regresó a su cuerpo. Slick se apoyó y bajó su pantalón para ver la herida, la munición atravesó el muslo. Así que tomó un pequeño frasco blanco y lo presionó sobre la herida, el líquido hizo que deje de sangrar, luego cubrió con gasas las heridas y las envolvió con una venda alrededor del muslo.

Slick suspiró, solo, en medio de una selva, a unos doscientos metros de la primer persona a la que mata a sangre fría, rodeado por cadáveres. Pueden seguir con vida, pensó al levantarse y caminar con dificultad. Todos estaban muertos, todos menos el que salió corriendo y activó la mina, pero él no sería un problema. Era hora de saquear los cuerpos.

Entre las pertenencias de los cadáveres, Slick encontró una radio, y tomó todas las municiones que alcanzó a ver. Esto me servirá en caso de alguna emergencia, pensó al cerrar su mochila. Tengo que encontrar un lugar para esconderme.

Cuando, aparentemente de la nada, apareció un hombre de traje azul y se estrelló contra Slick. El golpe lo llevó al suelo, y rápidamente sintió a sus manos ser esposadas tras la espalda. El oficial de policía lo sostenía con una rodilla, pero Slick continuaría forcejeando.

«No me atraparás con vida,» dijo Slick. «Cerdo.»

Pero el oficial no respondió. En su lugar, él presionó el botón de la radio sobre su hombro. «Central… se requiere asistencia médica inmediata. Hombre de mediana edad atacó a peatones en el parque libertadores. Sospechoso bajo custodia. Envíen seis ambulancias.»

Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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