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De Cenizas y Pesadillas, la Vida Otra Vez

noviembre 1, 2023

Las banderas del destino ondeaban ominosamente en la distancia, sus colores vibrantes simbolizando el inminente choque de poderes. El ejército invasor, una formidable fuerza preparada para la batalla definitiva, convergía hacia la ciudad de Edén con una determinación despiadada. Dentro de las murallas de la ciudad, Lucius, cargado con el conocimiento de la falta de preparación de su ciudad, se preparaba para lo inevitable. Una sensación de resignación se apoderaba de él, porque sabía que el fin estaba cerca.

Desde su punto de vista, Lucius contemplaba el espectáculo que se desarrollaba en las afueras de su ciudad. Era una gran exhibición de poder, una arrogante proclamación para detener el progreso del mundo. Sin embargo, en medio del caos, Lucius no podía evitar albergar una chispa de duda. El peso de la responsabilidad descansaba sobre sus hombros cansados, y observaba a los leales seguidores esperando su orden.

Mientras Lucius observaba, sus ojos se posaron en una bolsa de plástico atrapada en los caprichos del viento. Bailaba con una gracia efímera, un recordatorio fugaz de que su causa era justa. En su corazón, creía que el mundo superaba la mera humanidad. Su misión: exterminar a las masas, dar forma al destino del planeta. Un hombre de misterio, conocido solo como Cerberus, el enigmático guardián de la ciberseguridad, se acercó a Lucius, separados por unos pasos.

«¿Cómo están los sistemas, Cerberus?» preguntó Lucius, su voz cargada de anticipación.

«Todos los sistemas están en línea y listos para tu comando», respondió Cerberus, con una confianza tranquila en su voz.

«Excelente», afirmó Lucius, un destello de satisfacción iluminando sus ojos. «No llegarán a tiempo para detenernos».

Gabriel, uno de los generales de confianza de Lucius, se levantó bruscamente de su asiento, su semblante traicionando una desafío que desafiaba la convención. El sistema siempre vigilante detectó este comportamiento no convencional y rápidamente apuntó sus armas en dirección a Gabriel, una respuesta automatizada a cualquier desviación de la norma.

Lucius observó a su amigo con asombro, su mente luchando por comprender el repentino giro de los acontecimientos. Gabriel sacó un revólver de su bolsillo y, en un momento fatídico, el sistema ejecutó su comando preprogramado. Las armas ocultas en la cámara del centro de comando estallaron en una cacofonía de violencia. Cuando los ecos cesaron, Gabriel yacía sin vida en el frío suelo.

«Es inútil», murmuró Lucius, un profundo pesar se apoderaba de su voz. «Sabemos lo que debe hacerse. Poseemos los medios para lograrlo. Esta no es una guerra para cambiar mentes, porque hemos trabajado en ese esfuerzo durante demasiado tiempo. No, esta es una guerra para salvar nuestro mundo, para que las generaciones futuras de la humanidad puedan disfrutar de su esplendor etéreo».

Con un paso medido, Lucius se acercó a la gran ventana del centro de comando, sus ojos mirando un mundo que no lograba comprender su visión. En su corazón encontró consuelo, porque creía inequívocamente que su camino era justo, superando la importancia de su propia existencia.

«Desata la Furia del Cielo», ordenó Lucius, su voz firme.

Cerberus, el centinela del reino digital, presionó una tecla en la consola de la computadora, sus acciones decisivas y finales.

En ese efímero momento, Lucius comprendió que esto marcaba la culminación de todo. Significaba el fin de una era antigua para la humanidad, un final resonante. Misiles, meticulosamente ocultos y listos en todo el mundo, cobraron vida, su rugido colectivo perforando los cielos. Millones de ellos, como cometas ardientes impulsados por el destino, se elevaron hacia el cielo. Por un instante efímero, quedaron suspendidos, como si el tiempo mismo contuviera la respiración, congelando la existencia en un solo instante. Y luego, con un propósito decidido, detonaron, dispersando sus cargas venenosas como una niebla voraz. En toda la vasta extensión de las ciudades metropolitanas, comenzó un lento descenso, una nube verde cubriendo los paisajes urbanos.

La humanidad, atrapada en un férreo agarre, sintió el infierno abrasador invadir sus pulmones, provocando que sus cuerpos reaccionaran con urgencia primal. Gritos desesperados perforaron el aire, una orquesta de angustia, antes de que la vida cediera al abrazo inevitable de la muerte. En ese día fatídico, la filosofía del crecimiento desenfrenado exhaló su último aliento, extinguida. La búsqueda implacable de deseos materiales encontró su fin. Y en ese momento irrevocable, el mundo fue liberado de la aflicción de una mente atormentada, purificada por una cura cataclísmica.

Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

2 Comments

  1. Algún día todo se tendrá que terminar. Y el que propones es un buen final.
    Pero el fuego ha de alcanzar también a esas mentes pensantes y en tu cuento, actuantes. En caso contrario, no sería un verdadero final .

  2. Buenas tardes, me gusta mucho como escribes, por eso la idea de ser tu compañera bloguera puede ser interesante, segura de que mutuamente disfrutaremos de nuestra relación literaria. Ven, visítame y te quedarás: ”http:// minovela.home.blog”. Únete a mi web, donde te voy a acompañar para que, a lo largo de las páginas de mi novela “S.H. El Señor de la Historia” descubra mi filosofía existencial Te invito a que leas las entradas anteriores para que estés al día de lo que voy publicando de la novela y puedas ir captando la profundidad de su mensaje.
    TE ESPERO
    Mary Carmen

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