Minerva ya estaba acostumbrada a la sensación del suelo que parecía estar cubierto por una capa de caucho. Cada paso era una caricia a sus delicados pies; una razón para seguir caminando. Cuando el sonido de música la regresó a la realidad. Ella no podía imaginar de dónde llegaban las dulces melodías.
Las dos pasaron frente a un espacio sin puertas. Decenas de jóvenes estaban agrupados de forma desorganizada alrededor de mesas. Esto no podía ser la cafetería de una escuela. ¿Dónde estaba el orden, dónde estaban los inspectores? Solo había caos. Un bar del que seguían saliendo platos a la carta. Las voces de todos se mezclaban en lo que Minerva solo podía describir como bullicio.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Minerva, curiosa.
—Es solo la cafetería —respondió Joanne, restándole importancia—. Vas a olvidar este lugar cuando veas la biblioteca.
Minerva se quedó inmóvil, sorprendida por la camaradería. Todos parecían estar disfrutando de un evento en conjunto.
—¿Te importa si pido algo? —dijo Minerva—. El viaje ha sido largo y me gustaría una bebida refrescante.
Joanne dudó un momento, aunque el recuerdo del dulce sabor de su bebida favorita la convenció de que era una excelente idea.
—Sé justo lo que necesitas —dijo antes de dejar a Minerva sola.
El ambiente tenía una energía especial: todos usaban magia de alguna forma. Un grupo se esforzaba mientras un castillo de agua crecía sobre la mesa; otros lanzaban dardos que empezaban como gotas de agua entre sus dedos. La mayor conmoción estaba entre quienes rodeaban una mesa, aunque eran demasiados para ver lo que sucedía en el centro.
Sin darse cuenta, Minerva se acercó a ese grupo. Al asomarse, vio a algunas criaturas sobre la mesa: elementales de agua parados sobre dos piernas y un balón. ¿Acaso estaban jugando básquet? Había un aro a cada lado del tablero.
—Cada uno controla a un elemental —explicó Joanne al regresar—. Pedí algo, pero se van a demorar, así que podemos esperar aquí.
Minerva observó, fascinada, cómo las criaturas se pasaban la bola entre sí.
—Está bien —respondió.
Ambas se quedaron mirando el partido, tratando de adivinar quién controlaba a cada criatura. Los jóvenes también llevaban gabardinas negras con runas azules, igual que Maximilian. Los equipos estaban diferenciados por dos tonos distintos de azul, y el resto de los presentes animaba a sus favoritos.
Minerva notó que también había una mesa de chicas a un costado y que todos en la cafetería estaban enfocados en diferentes actividades. Nuevos jóvenes llegaban mientras otros se iban.
—Ya regresó —anunció Joanne.
El partido terminó y el equipo ganador celebró. Uno de los magos se acercó a Minerva.
—¿Te gusta el ballika? —preguntó.
—Acabo de descubrir que existe —respondió ella, sonriendo.
—¿Eres nueva?
—Hoy es mi primer día.
—Te va a encantar la escuela, pero no te aconsejo conocerla con ella —dijo, mirando en dirección a Joanne—. Conozco una mejor forma de sentir la magia de este lugar. Pero tienes que decidirte rápido. ¡Sígueme!
Minerva vio al joven que acababa de ganar el partido caminar hacia el corredor. Luego miró a Joanne, que seguía ocupada, preguntando si su bebida estaba lista, y decidió que era su oportunidad para escapar. Así que se alejó rápidamente, persiguiendo al joven de quien ni siquiera conocía el nombre.
Debo estar loca, pensó con una sonrisa. Aunque, después de un día rompiendo las reglas, esto le empezaba a gustar. Aceleró el paso hasta alcanzarlo y ambos continuaron caminando por los pasillos de Neptulius.