Minerva y su guia caminaron juntos por corredores que se asemejaban más a un parque acuático que a una escuela de magia. Chorros de agua fluían suavemente por las paredes, fuentes brotaban de objetos decorativos y gotas gigantes flotaban en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor. El ambiente tenía una limpieza etérea, cristalina, aunque Minerva no podía imaginar aún qué se esperaba de ella en un lugar así.
El temor se apoderó de su cuerpo. ¿Qué estoy haciendo? Todo había sucedido de forma tan repentina. Su joven guía giró y entró en un cuarto que carecía de la decoración a la que Minerva ya se estaba acostumbrando.
—Verás —dijo él—, mi plan empieza en aproximadamente una hora. Así que tenemos tiempo para ver qué tan buena es tu aptitud con el control del agua.
Minerva se quedó observando a su nuevo guía.
—¿No sería mejor que continúe con Joanne? —preguntó Minerva.
—Con ella ibas a terminar aquí después de un aburrido tour por la escuela —respondió él—. Lo más importante es que puedas controlar tu magia. ¿Ves ese círculo de agua en medio de la habitación?
Minerva se dio cuenta de que, efectivamente, había agua en el centro de la sala.
—Mira —dijo, y con un movimiento de sus manos logró que el agua del piso se elevara.
Minerva se quedó en silencio, observando con la boca abierta cómo el agua empezaba a moverse en distintas direcciones. Aros de agua se formaron y, repentinamente, todo el líquido regresó al piso en el centro de la habitación.
—Este es uno de los ejercicios más sencillos —dijo—. Inténtalo, verás que con tu afinidad es fácil.
Minerva giró para observar al joven. No sabía si creerle era lo más adecuado. Después de todo, ahora que había perdido a su guía… decidió dejar de lado el temor y actuar.
—Estoy lista —dijo.
—Lo primero que tienes que hacer es imaginar extensiones de tus dedos —explicó él.
Minerva ladeó el rostro, dudando.
—Déjame indicarte.
El joven apuntó con un dedo al círculo de agua en el centro de la habitación.
—Mira cómo puedo empujar la superficie con la extensión imaginaria de mi dedo.
Minerva vio cómo el agua se movía, como si algo invisible la presionara desde arriba.
—Ahora intenta tú.
Minerva llevó los hombros hacia atrás y pasó las manos por su cabello. Al llegar a su coleta, decidió ajustarla. Luego dobló ligeramente las rodillas un par de veces y se detuvo para apuntar con el dedo al pequeño charco de agua en el piso. Imaginó cómo desde su dedo se proyectaba una línea azul y, casi sintiéndola, imaginó tocar el agua.
Sus ojos no podían creer lo que sucedía. Movió el dedo… pero nada pasó. Luego imaginó mover la extensión de su dedo sobre el agua y empezó a salpicar.
—Muy bien —dijo él—, ahora utiliza tu imaginación para sostener el agua y levantarla.
Minerva dio un paso atrás y observó detenidamente al joven.
—Vamos, inténtalo.
Minerva volvió a concentrarse en la proyección de su mano y, con lo que parecía ser una mano invisible, intentó levantar el agua, aunque solo logró atravesarla.
—Muy bien —dijo él—. Solo que estás imaginando sostener el agua con una mano. Debes imaginar un contenedor que pueda sostener agua.
Minerva lo intentó y el agua se levantó. No lo podía creer. El agua flotaba y se movía a donde ella quisiera, manteniendo la forma del envase que Minerva imaginaba.
—Ahora tienes que transformar el envase en algo que cubra el agua por completo y que sea flexible, para que puedas moverla a cualquier lugar y en cualquier forma.
Minerva intentó imaginar algo, pero su falta de concentración hizo que el agua cayera. Intentó sostenerla, pero inútilmente la vio regresar a su ubicación original.
—Es complicado transformar un objeto en otro, por lo que debes empezar con algo más flexible.
Minerva se concentró, segura de que esta vez sería capaz de lograrlo. Pero eso no fue suficiente y, por más tiempo del que creyó necesario, tuvo que seguir indicaciones, sin darse cuenta de que su guía la estaba admirando.
—Oye —dijo él—, nunca me diste tu nombre.
Minerva giró, sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
—Me llamo Minerva —dijo ella con una sonrisa.
—Qué bonito nombre —respondió él—. Te queda muy bien. Soy Duncan, es un placer.
Ella volvió a sonreír, intentando esconder su rostro tras el hombro.
Duncan sintió su corazón acelerarse por un instante, mientras un nudo en la garganta le robaba las palabras.
—Creo que esta vez lo voy a lograr —dijo Minerva, y volvió a sostener el agua dentro de la proyección en su mente de un globo. Se aseguró de amarrar la única abertura y levantarlo.
Su imaginación estaba dando frutos y ahora podía hacer que el líquido flotante cambiara de formas.
—¡Lo lograste! —dijo Duncan—, y justo a tiempo. Vamos, sígueme, creo que estás lista.
—¿Para qué? —preguntó Minerva, dejando caer el agua.
—Te lo explico al llegar. Sígueme.
Minerva sintió la mano de Duncan sobre la suya. Se quedó inmóvil, analizando la situación, hasta que sintió cómo la fuerza sobre su brazo la impulsaba a avanzar. Los dos corrieron por los pasillos mientras sus manos conectadas les permitían mantener la misma velocidad. Continuaron así, por más tiempo del que a Minerva le hubiese gustado, hasta llegar a una pared de agua.