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Fantasmas en la Mente
28 de May de 2025 | Relato Corto

Fantasmas en la Mente

Fantasmas en la Mente

Damián sabía que las cosas no habían cambiado. Estaba seguro de que las personas que lo buscaban seguían tras su rastro, sin importar lo que hiciera. Se dejó llevar, caminando por la estación del ferrocarril a las afueras de la ciudad para llegar al metro. Observó a una mujer pasar con un vestido rojo y, rápidamente, cambió su rumbo. ¿Acaso esto era una señal? Damián todavía tenía dificultad para reconocer las señales. Seguía siendo un hombre ciego en un mundo que no hablaba su idioma.

Así que, convencido de que esta era la decisión correcta, siguió caminando hasta que olvidó la razón por la que había tomado ese camino. Al poco tiempo, escuchó las puertas cerrarse tras él. El susto y la sorpresa lo hicieron cambiar de dirección, solo que ya era demasiado tarde. El tren se dirigía al lado opuesto de la ciudad, hacia tierras donde la naturaleza aún tenía el poder. Sin más remedio, tomó asiento y se dejó llevar por el sonido de los rieles.

Damián miraba con atención por las ventanas. Sabía que algo estaba más allá. Casi seguro de que, no importaba el camino que tomara, siempre lo estarían buscando. Analizaba con atención el mundo a su alrededor. Poco a poco, las casas empezaron a convertirse en campos verdes… Las puertas del vagón se abrieron, sacando a Damián de su trance, y dos hombres con chaquetas negras y gafas de sol entraron. Eran ellos… lo habían vuelto a encontrar.

El corazón de Damián empezó a latir rápidamente. Era una trampa. Una vez más lo habían acorralado y él dejó de entender lo que sucedía.

Los dos hombres conversaban casualmente mientras cruzaban el vagón. Se sorprendieron al ver a Damián levantarse. Era la primera vez que lo veían, pero él parecía conocerlos.

—No me atraparán con vida —dijo Damián.

Los dos se detuvieron y analizaron la situación con calma. Se miraron entre sí, intentando descifrar lo que sucedía.

—Tranquilo —dijo uno de ellos—, solo estamos cruzando a nuestro vagón.

—No volveré a creer en sus mentiras —dijo Damián, sacando una navaja de su bolsillo.

Los dos hombres, sorprendidos, levantaron las manos.

—Tranquilo —dijo el otro—, si prefieres, nos podemos ir.

Damián los vio girar.

—Deténganse —dijo—, quiero que sepan que no me atraparán con vida.

Los dos hombres se quedaron inmóviles, mirando a Damián correr de regreso a su asiento y tomar la mochila para golpear la ventana. Todos los presentes miraban atónitos al extraño golpear su maleta contra el vidrio, una y otra vez, hasta que las rocas que Damián llevaba lograron su cometido y el vidrio se desprendió, cayendo al costado de las rieles. Inmediatamente, Damián salió por la ventana.

—¡Espera! —dijo uno de los hombres antes de intentar atraparlo.

Fue demasiado tarde. Damián, con la ayuda de su navaja, se sostuvo de la parte exterior del tren y escaló hasta la cima del vagón. Desde allí miró el mundo pasar y sintió la resistencia del aire contra su cuerpo. Esperó el momento justo y saltó, cayendo suavemente en las aguas de un río. Desde allí vio pasar el resto del tren, seguro de que sus acciones lo habían salvado de quienes lo perseguían.

Al darse cuenta, su cuerpo ya se estaba dejando llevar por la corriente. Así que se acercó a la orilla y se acostó mirando las nubes pasar. Su ropa estaba empapada, pero el calor del sol era suficiente para ayudarlo a recuperar la temperatura de su cuerpo. Su corazón ya casi no estaba agitado y los recuerdos de lo sucedido en el tren parecían distantes. Lo único en lo que Damián podía concentrar su mente era en el momento.

El tiempo pasó. Damián empezó a sentirse cada vez más vivo, como si los acontecimientos hubieran sido necesarios para llegar al lugar en el que se encontraba. Todos los años huyendo lo habían llevado a la orilla de ese riachuelo, y ahora estaba feliz. El sonido del agua se interpuso entre sus pensamientos; poco a poco fue olvidando la sensación de estar bajo una constante persecución. Finalmente, olvidó a las personas que lo estaban persiguiendo.

Su mente intentó, una y otra vez, regresar: revivir los acontecimientos que lo llevaron hasta allí, recordar a las personas que lo buscaban… pero el sonido del agua corriendo volvía a interponerse en su camino.

Damián logró relajar su mente, finalmente en silencio. Las horas pasaron en un trance de felicidad perpetua. Quizá el sonido era capaz de sobreponerse a la voz que lo mantenía alerta ante el peligro. Ahora que el miedo estaba callado, Damián logró ver el mundo desde una perspectiva diferente. Todo estaba exactamente en el lugar correcto. No era necesario actuar; dejarse llevar por la corriente era lo único que necesitaba.

Por un instante estuvo curado, inconsciente de lo sencillo que sería vivir en perpetua paz, pero el hambre lo obligó a alejarse. Con la ropa finalmente seca, empezó a caminar por un pequeño bosque, lo poco que quedaba de una naturaleza bulliciosa. Damián continuó en trance, gracias al constante trinar de varias aves, mientras el sonido de las aguas se volvía distante. Al poco tiempo, estaba de regreso en los gigantescos campos, con patrones para que se pudiera cosechar a mano. Las sombras de los árboles dejaron de ser un refugio y el silencio.

La voz dentro de Damián regresó apenas tuvo una oportunidad, lista para analizar todo a su alrededor y avisarle cuándo estaría en peligro. Claro que la narración perpetua no era necesaria; sin embargo, Damián volvió a escuchar la voz.

Era hora de empezar a cuidarse de las personas que lo estaban buscando.

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Sebastián Iturralde

Sebastián Iturralde

Un simple ciudadano de este hermoso planeta, eterno enamorado de la creación artística y de las letras, con la firme convicción de que la energía creativa surge de la naturaleza.

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