Relato Corto Blog de Ficción

Héroe Inesperado

H

La oscuridad de la noche oculta los actos de cobardes, el símbolo de justicia brilla entre las nubes, muchos años han pasado desde la primera vez que apareció en el cielo, esta noche no es la paz que se necesita. Un hombre mira por la ventana del su departamento, a la distancia se puede observar al edificio más alto de la ciudad, ese lugar se convirtió en la razón de innumerables noches de insomnio, el hombre tenía entre sus manos una notificación de desalojo, el esfuerzo de años estaba a punto de irse a la basura.

Me puedes llamar Joaquín, soy el desafortunado padre de dos hermosos niños, mañana empezará la búsqueda de un nuevo hogar, mi familia será de las primeras en recibir el golpe de la recesión. El símbolo de justicia brilla en los cielos, en el pasado fue la razón para esforzarse, saber que alguien estaba listo para cuidar a los más necesitados, hoy no significa nada.

El teléfono sonó, la señal que estaba esperando, no entendía cómo llegó a estar todo tan mal, tomé la mochila, salí sin despedirme, hoy era el día en que actuaría como un hombre y haría lo necesario por mi familia. En la planta baja del edificio esperaba un automóvil, en éste cuarto personas que nunca había visto, abrí la puerta, entré, los saludos fueron una formalidad sin importancia.

Seguimos a otro automóvil, los hombres hablaban del payaso, uno de ellos creía haberlo visto, otro dudaba de su existencia. Mi invitación llegó en un naipe comodín, traté de darle sentido al mensaje, no traía algo escrito, luego llegó la llamada, estaba seguro de que se trataba del payaso.

El automóvil se estacionó, bajamos, al parecer otros llegaron por la misma misión, ellos se veían confundidos, me sentía igual, debía ser su primera vez, entramos por las puertas de la bodega. Allí estaba, sobre el techo de un camión, un tipo insignificante, delgado y sonreído, su rostro pintado, sería imposible reconocerlo sin su disfraz.

—Bienvenidos desafortunados, si están aquí es porque no encontraron otra alternativa —dijo el payaso, empezó a reír, nuestra desgracia era su deleite, —vamos a pagarles con fuego —dijo, saltó del techo, cayó con la gracia de un acróbata, este no parecía ser cualquier payaso. —Ustedes necesitan algo, estoy dispuesto a dárselos, por un costo —dijo y volvió a reír.

El payaso levantó sus manos, sus secuaces salieron de atrás del camión, ellos traían cajas, las colocaron frente al nosotros, disfraces de payasos para todos, tomé uno y me lo coloqué. Debía hacer lo que sea para darles un futuro a mis hijos, algo me decía que esta era de decisión correcta, seguir a un loco para solucionar un problema imposible.

Una vez disfrazados entramos en el camión, no tenía idea de la misión, solo sabía que hoy cambiarían nuestras vidas, meses de desempleo nos llevó a la locura, al menos ese era mi caso. El camión empezó a moverse, atravesamos la ciudad, el símbolo de justicia siguió brillando en el cielo, nos esperaba una larga noche.

Llegamos al edificio del banco de la ciudad, bajamos del camión, el payaso fue el primero en entrar, la explosión activó las alarmas, debíamos cuidar la entrada. Unos se quedaron, mi grupo corrió tras el payaso, había poco tiempo para actuar, corrimos a los servidores del edificio, las puertas se abrían con explosivos, el tiempo estaba a punto de terminar.

El payaso llegó a su destino, las cuentas del banco estaban dentro de los servidores, él sacó un dispositivo de su bolsillo, debían haber respaldos de información, todo lo que hagamos será inútil. —Terminaré el trabajo —dijo el payaso, seguí a los secuaces, lo dejamos solo, confiando que sus promesas se cumplan, corrimos hasta llegar a la bóveda.

La puerta estaba a punto de estallar, los hombre disfrazados buscaban refugio, quería ver lo que sucedía, me tuve que esconder, la explosión fue más fuerte que las anteriores. Cuando el polvo desapareció, la puerta estaba abierta, corrí hasta entrar a la bóveda, tomé lo que pude sostener entre mis brazos, salí, recibí un golpe y caí.

El justiciero había llegado, uno por uno nos fue derribando, los hombres disfrazados caían sin poder defenderse, —dónde está en payaso —gritaba entre golpes y patadas. Finalmente apareció el payaso, no esperé ver al justiciero sonreír, él disfrutaba la pelea, derribó a todos los hombres en su camino, el payaso esperaba.

La pelea empezó, no quise levantarme, debía ver lo que sucedía, el justiciero usó sus armas, el payaso parecía jugar, la pelea era injusta, las acrobacias solo eran en defensa, él no parecía querer lastimar al justiciero. Finalmente el payaso fue derribado, la pintura de su cara se veía manchada por los golpes, su risa nerviosa no se detenía.

Llegó la policía, todos iríamos a la cárcel, quién sabe cuántos años tendremos que pagar en la cárcel, intento de robo diría en nuestros expedientes, otra explosión, los hombre disfrazados empezaron a correr, el justiciero no podía alejarse del payaso. Seguí a los hombre disfrazados, mis manos vacías, el botín quedó en el piso del banco, la pared había sido derribada, otro camión esperaba, una vez que el último subió empezó la fuga.

—Qué pasará con el jefe —pregunté, —no te preocupes, él siempre se sale con las suyas —respondió uno de sus secuaces, uno por uno nos fue dejando el camión, llegó mi turno, bajé, debía esconder el disfraz. El camino a casa era largo, tomé el teléfono móvil, debía ver si las promesas del payaso eran reales, entré en el sistema del banco, mi deuda ya no existía.

About the author

Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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