CARGANDO

Encuentra más aquí

La cuchilla, el martillo y la bruja
22 de September de 2020 | Aventuras Épicas

La cuchilla, el martillo y la bruja

La cuchilla, el martillo y la bruja

Al notar que los demás tardaban en llegar, Cleirk —el caballero de armadura negra— tomó su gran martillo y empezó a buscar un camino para salir del castillo. Era obvio que estaba perdido. Uno por uno revisó los cuartos en búsqueda de una pista. De alguna forma, este no parecía el mismo lugar.

—¿Perdido, fortachón? —preguntó una voz desconocida.

Cleirk miró de un lado al otro, pero fue incapaz de encontrar el origen de la voz.

—Intentaré que sea lo menos doloroso posible.

Cleirk tomó su martillo con ambas manos, analizando el lugar mientras daba un paso hacia atrás. Su armadura lo protegería de un ataque sorpresa, pero todavía no sabía con quién se enfrentaba.

Al dar otro paso hacia atrás, Cleirk encontró una pared invisible. Es una ilusión, pensó, y golpeó su gran martillo contra el piso. Una onda de fuerza movió las imágenes hasta que se desvanecieron.

A pocos pasos se encontraba una mujer con un viejo vestido negro; su desgarrada falda alcanzaba el piso. Sin embargo, no tenía suficiente tela para ocultar el cuerpo voluptuoso de la hechicera. Shedsa sostenía una barra de madera con una piedra roja en la parte superior, la cual parecía cambiar de color.

Shedsa levantó su mano, mostrando sus uñas rojas y puntiagudas. Tres tigres con piel roja aparecieron frente a ella. La fuerza del conjuro hizo que su cabello rojo oscuro se levantara.

Cleirk levantó su gran martillo para defenderse, observando a las criaturas rugir.

—Dime, caballero —dijo Shedsa, con sus seductores labios rojos—, ¿estás listo para morir?

Con eso, las criaturas emprendieron el ataque. Cleirk se cubrió de una de ellas con el gran martillo y luego golpeó a otra. Las criaturas lo rodearon, caminando en círculo a su alrededor. Una de ellas saltó para encontrarse con el gran martillo, solo que esta vez el golpe fue seguido de una explosión.

Shedsa no podía ver lo que sucedía dentro de la nube negra, hasta que llegó una nueva explosión y luego otra.

Cleirk salió caminando de la nube de humo, llevando el gran martillo sobre su hombro.

—¿Eso es lo único que sabes hacer? —preguntó, removiendo su casco para mostrar su barba negra y cabellera ondulada.

El caballero debía ser unos dos pies más alto que la hechicera. Shedsa no parecía impresionada, levantando su bastón para continuar con la pelea. Bolas de fuego aparecieron y empezaron a volar en círculos entre ellas.

Cleirk se detuvo.

—Ustedes no saben pelear con honor.

La hechicera sonrió.

—¿Cuál es la diversión en eso?

Cleirk vio dos brazos de fuego salir de las paredes a sus costados y tuvo que saltar hacia atrás para evitar el ataque.

—No existe nada que puedas hacer para vencerme —dijo Shedsa, y el piso de la habitación empezó a ponerse frío.

Cleirk sintió sus botas pegarse al piso y comenzó a moverse para evitarlo.

—Inteligente —dijo Shedsa, bajando su mano con delicadeza.

Enseguida, el techo de la habitación cayó sobre Cleirk.

—Me aburro con facilidad —dijo Shedsa.

—¡Ah…! —gritó Cleirk al salir de la montaña de escombros—. Estoy cansado de tu magia —dijo, y arrojó su gran martillo.

Shedsa flotó hacia un costado para evitar el golpe.

—Tanta ira… —murmuró, hasta que sintió el frío de un cuchillo incrustado en su espalda.

Los escombros en el cuarto fueron arrojados contra las paredes por su magia. Luego giró para mirar la causa de su dolor.

Una pequeña mujer, incluso más pequeña que la hechicera, esperaba a unos pasos de Shedsa.

—¿Por qué no te buscas a alguien de tu tamaño? —preguntó antes de volver a atacar.

Sus movimientos eran rápidos, demasiado rápidos. Shedsa terminaba de protegerse de un ataque cuando llegaba el siguiente. Cuchilla tras cuchilla, para luego defenderse del ataque de su delgada espada y una patada al piso.

Kesly se movía con gran destreza, como una gimnasta realizando una rutina de ataque perfecta. Cada movimiento terminaba en un ataque, haciendo imposible que la hechicera tuviera tiempo para realizar sus poderes. Cortaba, de vez en cuando, solo lo suficiente para que el veneno en sus armas surtiera efecto.

Imposible, pensó Shedsa, dando pasos hacia atrás y lanzando todo un arsenal de poderes para protegerse de los ataques.

—Detente —gritó.

Shedsa cayó de rodillas, sintiendo la debilidad que causaba el veneno. Kesly la sostuvo del cabello con una mano, mientras su cuchilla acariciaba la piel de su cuello.

—No vales la pena —dijo, y empujó a la hechicera para que cayera al piso.

—¿Estás bien, grandulón? —preguntó Kesly al encontrar a Cleirk en el piso.

—Ya era hora de que aparecieras.

—Tenía que robar esto —dijo Kesly, sacando un rubí pulido del tamaño de su mano de una bolsa.

—Espero que sirva para cubrir mis gastos médicos —dijo Cleirk, sosteniéndose de Kesly para caminar—. Salgamos de aquí.

Ver comentarios
Compartir
Sebastián Iturralde

Sebastián Iturralde

Un simple ciudadano de este hermoso planeta, eterno enamorado de la creación artística y de las letras, con la firme convicción de que la energía creativa surge de la naturaleza.

Comenta en Twitter

Comparte tus pensamientos sobre esta historia en Twitter.