Atrapado entre la vida y la muerte, me encontré huyendo de algo que solo existe en mi mente. Estoy seguro de que no es real. Finalmente, los años de eventos me llevaron a creer: algo me persigue cuando dejo de escribir.
Lo que parecía una idea imposible de concebir por una mente sana se volvió realidad. Las noches eran cada vez más tenebrosas. Aunque escribir es fácil solo cuando tienes la inspiración.
Así que los días pasaban con hojas en blanco. El mundo se convirtió en el obstáculo. Crear era una realidad del pasado. Días enteros sin ser capaz de unir dos ideas, escribir aunque sea una palabra. Nada. Las letras estaban en su contra.
Caminando por los pasillos del mundo, perdido en un vacío que te deja solo entre la multitud, así se encontraba un hombre que pensó que el dios de la literatura aceptaría un poco menos que todo.
Su mente le aseguraba que el otro camino era el correcto, imaginando la luz al otro lado del túnel, soñando en un futuro que parece alcanzable, olvidando lo que pasa cuando uno deja de escribir.
Las noches se volvían cada vez más ruidosas. Solo que esta vez fue diferente. La tierra rugió con furia y los ojos de la criatura que apareció en la habitación. El fin era lo único en lo que podía pensar. La vida estaba a punto de terminar cuando dio el giro para salir de su cama y saltó por la ventana. El techo de su carro sufrió los peores daños y el golpe lo dejó inconsciente toda la noche.
Al día siguiente, abrir los ojos se sintió como regresar de un coma, de un silencio sin sueños en el que flotamos. Regresar a la realidad con el vértigo de haber caído en un pozo.
Buscando el perdón del dios de la literatura, el escritor continúa sentado frente a una hoja de papel en blanco, intentando detener el tiempo para que la sombra no regrese.
Las elusivas ideas vuelan a su alrededor como mariposas. El mundo se vuelve silencioso y todo lo que solía existir desaparece para dar inicio al viaje. El escritor emerge de una oscura cueva, armado con una pluma y hoja de papel, empieza a escribir todo lo que sucede. Los personajes, desapercibidos de la existencia del escritor, continúan con sus vidas mientras los dioses mueven los engranajes del tiempo.
El mundo se llena de colores. Acción. Cada minúscula parte se encarga de mover la trama. El escritor pierde contacto con su realidad. Su mente crea un universo que late con las manijas del reloj. La mano se mueve por sí sola, mientras el resto de músculos trabajan con los mínimos recursos.
El dios de la literatura lo demanda todo.
En trance, se deja llevar con la confianza de que la historia se creará sola. Seguro de que seguir es lo único que vale la pena. Sin la posibilidad de detenerse para imaginar lo que podría suceder, el escritor continúa. Las páginas se van llenando y las letras empiezan a tener vida. Los símbolos empiezan a saltar.
La alucinación lo toma por completo, seguro de estar listo para pagar el sacrificio. Continúa. Cada palabra lo va llevando más y más profundo. Conteniendo su respiración, el escritor continúa buceando al fondo de un océano. Su cuerpo le puede regresar. La falta de oxígeno no lo afecta. Las fuertes olas de la superficie del inconsciente desaparecen.
Su cerebro pierde la capacidad. La creatividad se apodera de todo mientras sigue escribiendo, ignorando la realidad con sus ojos concentrados en los eventos de su imaginación, en los personajes y sus sentimientos, analizando los gestos de sus personajes secundarios, sorprendido por la realidad que está observando.
La trama se desenlaza en una idea que el escritor no había imaginado. El resultado de la ecuación no es lo que esperaba. Feliz de haber tenido la oportunidad de resolverla, el escritor deja su pluma y respira, agradeciendo al dios de la literatura por otra vez recibirlo en su gracia.