Aslan entró pateando la puerta de la taberna… y tropezó por la fuerza del golpe. —¿Alguno de ustedes tiene un problema?
Los cansados granjeros levantaron la mirada para ver al caballero de armadura plateada. Detrás de él entró el príncipe Reginald, vestido con una bata blanca, demasiado limpia para ese lugar.
—Espero que nuestra estadía sea corta —dijo el príncipe, mirando de un lado a otro.
—Permiso —dijo Cleirk, empujando a Reginald para abrirse paso hacia la barra.
Cleirk dejó su gran martillo en el suelo. Para asombro de todos los presentes, el martillo se convirtió en Kelsy.
—Ya era hora —dijo ella—. Estaba empezando a sentir claustrofobia.
Sharai la observó por un instante y se dirigió al extremo opuesto de la barra.
—¿Entonces, nos vamos a quedar aquí? —preguntó Reginald.
—Acércate, muchacho —dijo Aslan. Se volvió hacia el cantinero—. Sirve una ronda… él paga.
Reginald tomó la bolsa llena de monedas de oro que colgaba de su cinturón. Pero… esto debe durar todo el viaje, pensó.
—Así que piensan beber —dijo Reginald—, cuando el futuro del reino está en sus manos.
—Un día más de trabajo —respondió Sharai, observando al joven príncipe pagar la cuenta—. Pero veo que me equivoqué de profesión.
Cleirk miró al príncipe un instante. —Esta va a ser una larga noche —dijo, tomando su jarra y dirigiéndose a una mesa—. Vamos a necesitar este lugar.
Las personas sentadas en la mesa asintieron con la cabeza y se levantaron para buscar otro sitio donde sentarse.
—Encontré un lugar disponible —dijo Cleirk, sentándose en una de las sillas.
—Solo queremos saber un par de cosas —dijo Aslan, mirando a Reginald—. Siéntate con nosotros.
Reginald asintió y los siguió hasta la mesa junto a la chimenea de la taberna.
—Así que, Reginald —dijo Aslan, una vez que todos estuvieron sentados—, ¿crees que estamos dispuestos a ayudarte?
—Pero… mi padre…
—Sí, sí —interrumpió Aslan—. Tenemos órdenes del rey, que ahora está rodeado de discípulos de la oscuridad.
—Ustedes no entienden —dijo Reginald—. Ellos tenían a mi hermana. Fuimos obligados a firmar el nuevo acuerdo. Iban a matarla.
—Los acuerdos se hicieron para romperse —dijo Kelsy, levantando la jarra de cerveza y bebiendo.
—Es verdad —añadió Aslan—. Pero no veo al rey intentando nada.
—Parece estar bajo un hechizo —dijo Sharai.
—Nada que un buen golpe no pueda solucionar —comentó Cleirk.
—Iván es demasiado poderoso —dijo Reginald.
Aslan bajó la cabeza. Luego levantó su jarra para beber. —Tenemos que encontrar una solución.
—¿Qué tal si empezamos recuperando mi luz?
—Eso es imposible —dijo Sharai.
—Es verdad —agregó Aslan—. Un caballero que permite la destrucción de sus sagradas escrituras es desterrado de la orden.
—Pero… podemos intentarlo.
—Hay cosas más importantes —dijo Aslan—. No me gusta lo que está sucediendo.
Kelsy clavó un cuchillo en la mesa. —¿Qué tal si atacamos esta noche y les cortamos el cuello?
—Estarán esperando un ataque —respondió Aslan.
—Recuperando mi libro puedo ayudarlos… —dijo Reginald.
—¿Y si formamos un ejército para atacar? —preguntó Cleirk.
—Nadie va a querer atacar a su propio rey —dijo Aslan—. Vamos a tener que pedir otra ronda.
—¿Empezamos con mi luz?
—No se preocupen —dijo Aslan, dejando su jarra sobre la mesa—. Se me acaba de ocurrir una idea.