Dana descubrió más de lo que esperaba entre las páginas de “Sibilare”. Tenía en su poder cientos de conjuros, creados para una persona con las características adecuadas. Luego de su creación por una antigua conocedora de las artes oscuras, este libro viajó alrededor del mundo sin ser capaz de encontrar a su nuevo amo.
En su primera noche juntas, Dana despertó a un ser mitológico y, así, el tatuaje de su pierna se convirtió en un dragón de luz que ahora siempre la acompaña. Intentó continuar su antigua vida, seguir respondiendo llamadas telefónicas día tras día para tener el dinero suficiente y mantenerse en la clase media. Sin embargo, el poder que fue desarrollando le hizo ver lo insólito de su predicamento.
Decidió perder el miedo a sus poderes y buscar una mejor forma de hacer dinero. Después de todo, eso era lo único que la limitaba a ser feliz; un poco sería suficiente. Dana solo quería una pequeña casa junto al mar y todas las comodidades de la ciudad.
Pensó que robar un banco llamaría demasiada atención. Sería mejor empezar con algo pequeño, pero que tuviera un alto flujo de efectivo. Había escuchado de un lugar donde se realizaban apuestas; claro que eso era todo lo que sabía, en realidad, ni siquiera estaba segura de que en ese lugar tuvieran efectivo.
De todas formas, y llevando a su pequeño compañero en la cartera, se vistió de forma apropiada y decidió ir al lugar.
—Creo que esto es algo revelador para estar rodeada de hombres —pensó Dana—. Además, las apuestas deben tenerlos alterados, aunque ya sé.
Le tomó poco tiempo encontrar el atuendo ideal: un pantalón negro entallado, zapatos blancos y un saco alto con capucha. Ese se veía espectacular con su ombligo descubierto, lo cual era desconcertante, ya que ella solía preferir pasar desapercibida.
Sin estar segura de lo que estaba por hacer, Dana entró en un almacén de víveres, nada fuera de lo común. Se vendían frutas frescas en canastas de mimbre, el cuarto era anticuado y difícil de transitar; por suerte, no había más personas.
—¿Qué pasa, mijín? —dijo un hombre de baja estatura. Él hablaba con una mujer que se veía mayor, probablemente su madre.
—Te he dicho que no me digas así —respondió la mujer sin prestar atención a Dana.
—Buenas noches —dijo Dana en voz baja.
—Buenas noches, señorita —dijo la mujer—. ¿Cómo le puedo ayudar?
—Yo me encargo, mijín —dijo el hombre y se acercó a Dana—. Estoy a tus órdenes.
—Hola… —dijo Dana.
—Me llamo Carmelo —él dijo—. Es un placer conocerla.
—Carmelo… —dijo Dana—. Eres el primer Carmelo que conozco, ese nombre parece hablar muy bien de ti.
—No sabes ni la mitad —dijo Carmelo.
—¿Y qué hace una chica como yo para ser parte de la diversión? —preguntó Dana.
—Pues eso depende —dijo Carmelo—. ¿Qué clase de diversión estás buscando?
—Ahora que lo preguntas —dijo Dana, sacando unos papeles de su cartera—. ¿Dónde puedo cambiarlos?
Carmelo se detuvo. ¿Quién era esta mujer? ¿Cómo llegó a tener esos vales? Él no estaba acostumbrado a ver mujeres portando ese tipo de documentos.
—Te comió la lengua el ratón —ella dijo.
—No, es que… —dijo Carmelo, tomando una decisión—. No sé a qué te refieres.
Dana lo tomó de la camiseta y, usando magia, lo hizo levantarse del suelo, sintiendo como si fuese ella quien lo levantaba con la fuerza de su brazo.
—Espera, espera —dijo Carmelo al perder contacto con el suelo.
—¿Me vas a ayudar? —preguntó Dana, y una llama pasó por sus ojos.
—Por acá —dijo Carmelo.
Ellos pasaron por una angosta puerta de madera; las gradas se unieron con otros accesos, todos llegaban al mismo lugar: una puerta negra de metal. En el interior se encontraban los apostadores que Dana estaba buscando.
Ella no esperó que abrieran, y con una corriente de luz fucsia que brotaba de su cuerpo, derribó la puerta. El lugar estaba lleno de personas, pero la oscuridad hacía difícil que se pudieran ver sus rostros. Dana envió a todas las personas en el interior contra las paredes, manteniendo sus cuerpos flotando.
Luego, caminando con calma, mientras el pequeño dragón de luz volaba alrededor de ella, Dana se dirigió a la boletería. Allí colocó los papeles sobre el mesón para que los cambiaran por dinero. Las personas en el interior se miraban entre ellas sin saber lo que debían hacer; luego, una de ellas tomó dinero de un cajón.
En ese instante, las ventanas de la boletería explotaron y los billetes empezaron a salir volando de los cajones. Estos volaban alrededor de Dana, creando un torbellino de verde y amarillo, hasta que todos, incluyendo el dragón, entraron en la cartera y una ráfaga de viento fucsia bloqueó la mitad de todos, antes de que Dana desapareciera.
Los apostadores quedaron en el piso del lugar, con sus cuerpos contra la pared, sin saber lo que había sucedido.
Esa noche, Dana salió con un vestido nuevo y disfrutó una noche inolvidable.