Era demasiado tarde cuando Dana finalmente despertó. Ella dejó de pensar en los pequeños problemas de su vida; de alguna forma, el robo le dio la seguridad que necesitaba para abandonar el pasado. Finalmente pudo ver sus poderes desde una perspectiva positiva: ahora eran su principal herramienta para alcanzar lo que se propusiera.
Se encontraba en la recámara del departamento de un desconocido, rodeada por figuras de muñecos de acción, pero estaba sola en la cama. Por alguna razón, la respuesta más lógica era salir lo antes posible del lugar. Así que Dana alcanzó sus prendas interiores, luego encontró la diminuta pupera negra de mangas largas, los pantalones negros de cadera, sus tacos de cuero negro bajos en punta y su cartera con el viejo libro —Sibilare— para salir.
Desde luego, su compañero de noche estaba demasiado lejos para regresar a tiempo, así que ella pudo dejar todo en su lugar antes de salir. Un simple conjuro, pero un detalle importante en muestra de agradecimiento. En otras circunstancias, quizá; por ahora, Dana debía organizar su vida antes que conseguir una pareja.
Claro que todo parecía estar funcionando mejor de lo que esperaba. Era improbable que los hombres a los que asaltó la encontraran, peor aún que fueran capaces de vencerla. Dana estaba desarrollando poderes difíciles de entender para simples mortales; ellos no tenían posibilidad de detenerla.
Luego de tomar el metro y caminar algunas cuadras hasta llegar al conjunto de edificios en el que vivía, sintió algo extraño, no lo suficiente para que cambiara su destino, pero era diferente a lo que acostumbraba.
No es nada, se dijo a sí misma. Estos poderes me están haciendo ver cosas, será mejor no usarlos con tanta frecuencia. Se acercó al edificio en el que se encontraba su departamento, solo que la sensación que presintió se volvió más real, así que decidió esperar afuera. Sin embargo, su estómago empezaba a rugir por el hambre matutina, así que cambió su rumbo para encontrar un desayuno.
Al regresar, después de comer algo, todo seguía igual, tal y como lo dejó, incluso la extraña sensación. Algo parecía estar fuera de lugar; no estaba segura, pero decidió confiar en sus instintos. Así que Dana sacó el libro de conjuros de su bolso y empezó a buscar algo que le ayudara a descifrar lo que estaba sucediendo. Era obvio: debía enviar algo para que espiara por ella.
Dana caminó junto a un estanque cercano para tomar algo de fango. En realidad, solo tuvo que realizar el conjuro para que una pequeña criatura, un pequeño humanoide, saliera caminando del agua. La figura saltaba de un lado al otro debido a su carencia de rodillas; leyendo las páginas de su libro, ella fue capaz de mejorar la estructura de la criatura. Finalmente, luego de leer las últimas líneas, fue capaz de ver a través de los ojos del golem.
Estoy paranoica, pensó, mientras miraba por los ojos de la criatura caminando en el interior de su edificio. Dana decidió tomar las escaleras para no llamar la atención; después de todo, el pequeño humanoide sería suficiente para crear un escándalo. Aunque sabía que romper el conjuro dejaría únicamente una mancha en el piso.
Cuando lo vio por primera vez, era un hombre joven de rostro apuesto, con el cabello negro peinado hacia un costado. ¿Acaso está usando delineador?, pensó Dana. Aunque su traje era incluso más sorprendente: usaba una chaqueta de cuero larga, esta tenía una división bajo la cintura dejando una forma triangular invertida por la cual se podía ver la falda negra larga que cubría los pies del monje. En el cuello traía un collar con dos cruces plateadas. Parecía un sacerdote de estilo medieval moderno.
Damián se percató de la presencia del golem y levantó la copia de las sagradas escrituras que llevaba en la mano derecha. Dana perdió el control de su conjuro y sintió la mirada regresar a su cuerpo; ya no podía ver lo que sucedía alrededor de su humanoide. Decidió que él era la razón de sus temores, así que tomó sus cosas para marcharse.
Cuando un humo negro apareció a pocos pasos de ella y enseguida desapareció, dejando atrás al extraño individuo, Dana se quedó congelada en el tiempo, sin saber lo que estaba sucediendo.
Damián levantó el rosario negro en su mano izquierda.
—Padre, bendice mis acciones —dijo, y llevó su brazo hacia adelante.
Una fuerza increíble se estrelló contra el pecho de Dana, obligándola a caer de espaldas contra el piso y golpear su cabeza. Veía una profunda oscuridad, pero se sorprendió al escuchar antorchas agitadas sobre ella; incluso el calor del fuego era parecido. Finalmente, recuperó la vista y notó que su dragón de luz luchaba contra las llamas negras que salían de las manos del desconocido. ¿Pero de quién se trata y por qué me está atacando?
Sin tiempo para reflexionar, se levantó; inmediatamente notó que su cartera estaba en el piso, y su libro… Dana saltó hacia la cartera y encontró que el libro permanecía intacto. Giró para ver al pequeño dragón de luz defenderla de los ataques y se sintió inservible.
Abriendo el libro, empezó a realizar un conjuro. Esta vez, una esfera azul empezó a crecer hasta que la cubrió por completo. Debe haber una forma de huir de aquí, pensó, pasando con prisa las páginas del libro en su mano.
—Padre, dame la fuerza para hacer que tu voz sea aceptada por los no creyentes —dijo Damián. Instantáneamente, las sagradas escrituras cayeron de su mano, quedando colgadas por una correa. En su lugar, sostenía un mazo de metal negro con sus dos manos, y con un golpe fue capaz de destruir el campo de protección alrededor de Dana. Osciló el arma en dirección a la pequeña mujer de curvas sensuales.
Ella alcanzó a crear un escudo de hielo para disminuir la fuerza del golpe y saltó hacia un costado, evitando el impacto.
—No tienes escapatoria, bruja —dijo Damián, levantando sus dos manos.
Tentáculos negros empezaron a brotar del piso y a enrollarse en los pies de la hechicera.
Dana estaba atrapada, sus pies sujetos, no había escapatoria. Recuerdos pasaron por su mente mientras veía al monje tomar las sagradas escrituras. Luces blancas brotaban del libro; él parecía estar leyendo, pero sus palabras no la alcanzaban. Dana estaba sola, perdida, sin saber lo que pasaría con ella.
Después, antes de que Damián terminara de recibir la gracia del padre para acabar con la vida de la bruja, una motocicleta derrapó junto a ellos y estrelló su llanta trasera contra él. Un rayo de luz cayó del cielo protegiendo a Damián; de todas formas, el golpe lo hizo levantarse y caer a unos metros de distancia. Sin embargo, él cayó de pie y sin un rasguño.
—Vamos, apresúrate —dijo el hombre en la motocicleta, llamando a Dana con la mano.
Dana notó que los tentáculos habían desaparecido y dudó por un instante, pero sin alternativas corrió a la motocicleta para huir del monje.
Damián los miró alejarse y sostuvo con fuerza el libro en su mano.