—Detente —dijo Dana—, detente, ya.
En un instante, el motociclista se detuvo.
Dana bajó con prisa, mientras continuaba buscando en su cartera. Luego giró para regresar a ver al hombre que la había salvado.
—No está.
Él se quitó el casco, dejando libre su cabello ondulado y negro.
—¿Está bien, señorita?
Dana lo miró en espera de un poco de información, pero fue inútil.
—Sí, muy bien —dijo Dana—. Tenemos que regresar. Llévame este instante.
—No creo que sea una buena idea.
—Hay que regresar. Tengo que recuperar a mi…
El motociclista —Jacob— usaba pantalones de mezclilla y chompa de cuero; la miró con curiosidad.
—No te puedo explicar, solo llévame.
—No sé si tienes deseos de morir, pero yo no puedo regresar. ¿Acaso no vio a ese extraño sujeto peleando con esa cosa voladora?
—Pues, esa cosa voladora —dijo Dana—, es mi dragón.
—¿Dragón…?
Antes de que Dana pudiera responder, su dragón apareció en el piso frente a ella. Esta era la primera vez que veía la piel de la criatura: era verde y escamosa. El animal dejó de brillar. Enseguida, ella lo sostuvo entre sus manos, intentando encontrar signos vitales, pero la delgada lagartija con alas no se movía.
Dana no pensó que su criatura podría tener un aspecto real; después de todo, siempre la vio como una luz que brillaba en todo su esplendor. Esa era la solución: de la misma forma como todo esto había empezado, la hechicera comenzó un conjuro para crear una esfera de fuego en su mano derecha. Tenía que funcionar, no había alternativas.
Vamos, pequeña, pensó Dana, come un poco de esto y te sentirás mejor. Pero el dragón permaneció inmóvil, pese a lo cerca que se encontraba la bola de fuego de su boca. Este era el final de todo; sin la criatura mística, todos sus poderes desaparecerían, no había forma de que lograra escapar del monje.
Dana tomó a la criatura con su brazo derecho, luego se levantó. La esfera de fuego seguía sobre la palma de su mano izquierda; ella la cerró, comprimiendo el fuego con sus dedos. Eventualmente, la convirtió en una pequeña bola de luz incandescente y la colocó dentro de la boca del dragón.
Giró para ver a Jacob; él tenía los ojos bien abiertos para no perderse un instante de lo que estaba mirando. Dana estaba triste, desilusionada por sus limitaciones, si tan solo hubiese dedicado más tiempo al estudio. Pero no había tiempo para lamentarse.
Jacob miraba en silencio; jamás pensó que alguien fuese capaz de crear una esfera de fuego, o que una lagartija con alas pudiera aparecer de la nada. Estaba sorprendido, pero no podía entender lo que sucedía; sin embargo, el rostro de Dana contaba una triste historia.
—Señorita… —dijo Jacob, cuando el dragón pareció encenderse como una bombilla incandescente. Luego de un instante, se impulsó con sus pequeñas piernas y abrió las alas para volar alrededor de la hechicera. Él no podía dejar de mirar con intriga a la criatura voladora—. ¿Eso es un dragón?
Dana dejó salir un suspiro de alivio. Sus temores desaparecieron; ahora debía concentrarse en su otro problema. ¿Quién era ese tipo que me atacó y por qué?, se preguntó Dana. Debió ser por el robo, no había otra explicación. Pero fue muy poco dinero como para que me quieran matar, debe haber otra razón.
—Gracias —dijo Dana—, desde aquí puedo sola.
Jacob miraba a la criatura voladora dar vueltas alrededor de Dana cuando, de repente, desapareció.
—Pero… —él dijo—. ¿A dónde se fue?
—Eso no es importante —respondió Dana, aunque sabía que el dragón se teletransportó a su cartera.
—Mi nombre es Jacob —él dijo—. Es un placer conocer a una persona tan fascinante como usted.
Dana arregló su cartera en el hombro.
—Bueno, Jacob —ella dijo—, me tengo que ir. Ha sido un gusto.
—Espera —dijo Jacob—. Sea quien sea esa persona, te va a seguir buscando. Puedes necesitar a alguien como yo.
—¿A qué te refieres?
—Bueno —él dijo—, vas a necesitar un lugar en donde esconderte, y mi motocicleta no tiene placas, así que es imposible que me encuentren.
Dana lo miró con intriga.
—¿Y qué hay para ti?
—¿Me puedes enseñar a hacer esas bolas de fuego?
Ella sonrió.
—Puedo intentar.
—Tenemos un trato —dijo Jacob, extendiendo su mano hacia ella.
Dana tomó el guante entre su mano.
—Sería mejor sin esto.
—Lo siento —dijo Jacob, removiendo el guante—. Mis malas costumbres.
Ellos estrecharon las manos y subieron en la motocicleta. Sin embargo, y pese a que Dana seguía buscando al monje, no volvió a aparecer el humo negro, ni volvieron a ver al hombre de negro. Ella concluyó que debió ser el golem; esa era la única explicación para que haya aparecido la primera vez, pero ahora…
Dana empezó a pensar en todas las cosas que quedaron atrás. Debía haber una forma de regresar al departamento, pero Jacob tenía razón: era demasiado peligroso. Así que ella debía aceptar la pérdida de todo lo que pudo encontrar; ahora solo le quedan los recuerdos de tantos libros de magia, su ropa, todas sus pertenencias.
Pero estoy con vida, pensó, y todo gracias a este hombre. Pero Dana no podía confiar en nadie; después de lo que sucedió, hasta donde ella sabía, esto puede ser parte de una trampa. Será mejor estar alerta.