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Sibilare - Parte 6

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Dana llegó a la tienda de antigüedades en la que había encontrado, hace unos meses, su libro. Era posible que ellos tuvieran una respuesta. Así que entró con seguridad, empujando la puerta un poco más fuerte de lo que acostumbraba. En el interior la esperaba una mujer de cabello blanco, joven pero con la mirada de alguien que ha pasado por muchas experiencias.

—¿Será que me puedes ayudar? —dijo Dana al acercarse al mesón.

El lugar tenía el aspecto de una tienda de decoraciones para noche de brujas.

—Pero claro —dijo la mujer, con un peinado corto que cubría toda su frente.

—¿Tienen libros de magia oscura?

La mujer abrió los ojos en sorpresa.

—Todo lo que tenemos es magia oscura.

—No —dijo Dana—. Hablo de hombres en trajes negros, con cruces y escrituras sagradas.

—No sabemos nada de eso aquí.

Los ojos de Dana se tornaron rojos por el fuego que empezó a crecer en su interior. Incluso el pequeño dragón se escondió dentro de la cartera.

—No tengo tiempo para esto —dijo ella, y una llama brotó de la palma de su mano.

La mujer tras el mostrador se paralizó; era la primera vez que presenciaba un acto de magia, hechicería real.

Los hombres de la inquisición tenían acceso a las transacciones de las tarjetas de crédito de la hechicera, y esperaban atentos a que ella regresara a la tienda de antigüedades. Por esta razón, un equipo especializado tenía acceso a las cámaras de seguridad. Cuando ella entró, un escuadrón de monjes fue enviado para evangelizar.

Los hombres de batas negras entraron en la tienda y, sin advertencias, empezaron a bendecir el lugar.

—Padre, permíteme santificar este lugar en tu nombre —dijo uno de ellos, lanzando agua bendita.

Dana volvió a sentir la energía que había percibido en su departamento. Giró con prisa para ver a dos hombres sosteniendo grandes cruces frente al pecho; los monjes se acercaban lentamente mientras el interior de la tienda se llenaba de un aire oscuro.

Ellos desenfundaron sus cruces, dejando descubiertas las hojas de sus espadas.

—Tus poderes son inútiles, bruja.

Dana vio la esfera de fuego desaparecer de su mano. Intentó llamar a los elementos, pero su conexión tenía una interferencia; debía ser el aire oscuro que rodeaba el lugar. La única salida era huir. Los hombres se acercaron por dos flancos, debían asegurarse de no dejarla escapar.

Dana se encontró sin alternativas. ¿Qué podía hacer sin armas para defenderse? Solo quedaba huir, pero ¿a dónde? Se impulsó para saltar sobre el mostrador, sosteniéndose con una mano, y eso sería lo más lejos que podía llegar. Por lo menos ahora tenía algo con qué protegerse.

Ellos continuaron caminando, despacio, asegurándose de mantenerla acorralada.

—Sabes que decidí… —dijo Jacob al entrar en la tienda de antigüedades.

Los hombres giraron hacia él y Dana corrió hacia una puerta lateral. No importaba a dónde la llevara, ella necesitaba estar segura de ser capaz de recuperar sus poderes en la otra habitación. Los monjes se miraron y decidieron separarse; uno de ellos corrió tras la hechicera, mientras el otro estaba dispuesto a detener al invasor.

Jacob vio con sorpresa al monje tomar su espada con ambas manos y cerrar los ojos.

—Padre, concédeme tu luz —dijo, y el arma se iluminó.

Jacob miró aterrorizado al hombre atacar, con la espada por delante. Sin embargo, notó que la posición de los pies del monje no era la correcta, y evadió el ataque empujándolo con una mano.

—Tranquilo —dijo Jacob—, no quiero hacerte daño.

El monje solo seguía sus enseñanzas; debía confiar en la luz. Así que volvió a atacar, aunque su empuñadura no parecía perfecta.

Jacob lo tomó de la mano, obligando al monje a continuar con su ataque, mientras con el pie hizo que perdiera el equilibrio. El monje cayó al piso, dejando que su espada se estrellara a unos pasos. Jacob notó que el arma seguía brillando y la tomó, pero no esperaba que la luz explotara al hacer contacto con su mano, haciéndolo caer de espaldas contra el piso.

En la otra habitación, Dana recuperó sus poderes. Intentaba aniquilar a su contrincante, levantándolo del piso con una ráfaga de viento, manteniéndolo inmóvil con una capa de hielo y haciendo que la espada flotara a un costado de él.

—¿Quién te envió? ¿Qué quieren de mí?

El hombre se quedó en silencio.

Ella consideró congelarlo y dejarlo caer al piso, así que llamó a los elementos para que se abriera un agujero en la tierra, lo llenó de bolas de fuego que lanzaba desde las palmas de sus manos, y así tener un mejor efecto.

—Dime para quién trabajas o te dejaré caer.

El hombre se quedó en silencio.

Era inútil, así que Dana lo arrojó contra la pared, dejándolo inconsciente. Ella recordó a Jacob, pero sus poderes no eran importantes; ahora debía salir para ayudarlo. Sin embargo, cuando regresó al cuarto principal, él parecía estar bien, sosteniendo la espada ahora extinguida en una mano.

—¿Qué les pasa a estos tipos? —preguntó él.

—Todavía no lo sé —dijo Dana—. Pero es mejor que nos vayamos antes de que lleguen más.

Ellos se prepararon para salir y Dana decidió tomar una copia de las sagradas escrituras que uno de los monjes llevaba atada por una correa a la cintura.

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Sebastián Iturralde

Sebastián Iturralde

Un simple ciudadano de este hermoso planeta, eterno enamorado de la creación artística y de las letras, con la firme convicción de que la energía creativa surge de la naturaleza.

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