A toda velocidad y listos para escapar, Dana y Jacob continuaron en busca de un camino fuera de la ciudad. Las calles parecían normales, vehículos viajando de un lugar a otro. Sin embargo, Jacob sabía que no podía bajar la guardia; era poco probable que siguieran teniendo la misma suerte.
Dana escuchó por primera vez el sonido de las hélices de un helicóptero. Giró para ver y se sorprendió al notar que los estaba siguiendo.
Debo hacer algo, pensó, y empezó a concentrarse en el elemento aire. Una ráfaga de viento pasó junto a su rostro, acariciando su mejilla. Después, Dana frunció el ceño y empezó a controlar el aire alrededor del helicóptero.
—Mayday, mayday —dijo el piloto, Matías—. Acabo de entrar en una zona de turbulencias.
—No pierdas al objetivo.
—Lo lamento, padre —dijo Matías—. Es imposible continuar, estoy perdiendo el control.
—Que no los pierdas, he dicho.
—Vamos a…
—¿Cuál es su estado? Informe.
Silencio. El helicóptero intentó continuar la persecución, pero no logró atravesar el remolino que se interponía en su camino. Poco después, se estrelló contra un edificio de Intiyahuar.
Dana miraba con horror lo que sucedía. ¿Por qué sigues luchando?, pensó. Pero fue inútil y, pese a intentar ayudar al helicóptero a recuperar el control, lo vio estrellarse. ¿Cómo pude hacer esto? Deben estar muertos.
Jacob escuchó la explosión pese al estruendo que generaba su motocicleta. Quiso regresar a ver para saber lo que estaba sucediendo, pero recordó su única meta: escapar.
Ellos giraron, cambiando su rumbo. Ya no era necesario salir de la ciudad, así que Dana le pidió ir a la izquierda. Ella sostenía el libro en su cartera; algo en él le ayudaría a encontrar una respuesta para su problema.
Jacob entendió el mensaje y decidió ir a un lugar donde pudiera esconder su motocicleta. Viajando por calles poco transitadas, intentaba pasar desapercibido.
Ojalá que esté en casa, pensó Jacob al mirar la entrada del lugar. Tomó su teléfono móvil para llamar. Flaco, vamos, contesta.
—Aló —dijo Jacob—. ¿Qué fue, Flaco?
—Háblate, mijín —respondió Jason.
—Acolita ve —dijo Jacob—. Estoy afuera de tu casa, ábreme.
—¿Estás en la moto?
—Sí, loco, pero apúrate que me siguen los chapas.
—Ya, mijín, de una.
Dana esperó de pie junto a la motocicleta, luego caminó un poco, hasta que finalmente se sentó bajo una sombra y empezó a leer el libro que encontró. Eran símbolos sin sentido, marcas sin orden regadas por las páginas, unas más grandes que otras, y todas con series de símbolos, como si cada grupo fuera una oración. Claro que ella no podía entender lo que estaba mirando; era un lenguaje que pocos han apreciado.
—¿Qué más, mijín? —dijo Jason, con el cabello recién peinado, las barbas cortadas a la perfección, atuendo adecuado para salir de excursión por las montañas, y pese a eso, lo más notable era su robusto cuerpo y descomunal abdomen.
—Háblate, flaco —dijo Jacob—. Ve acolita a guardar la moto.
—Claro, mijín. ¿Y la amiga, está con vos?
—Oh, sí —dijo Jacob—. Dana, te presento al maestro, Jason.
—Mucho gusto —dijo Dana.
—Mucho gusto —dijo Jason—. A los tiempos que asomas, mijín. ¿Cómo es eso que te siguen los chapas?
—Larga historia, loco —dijo Jacob—. Guardemos esta huevada y te cuento todo.
—Dale, por acá.
Ellos metieron la motocicleta en una bodega que se encuentra junto a una casa con un árbol en la entrada, pequeño y con flores. A los costados de la puerta principal hay dos pequeños jardines; pequeñas rejas de madera los protegen de la ciudad. A unos pocos metros del árbol se encuentra la pequeña casa, con techo de teja roja y paredes de ladrillo expuesto.
Jason los invitó a pasar. El interior de la casa parecía el taller de un carpintero, las paredes llenas de esculturas talladas en madera. Dana no pudo contenerse y dejó caer la mandíbula al entrar.
—¿Todo esto es tuyo? —preguntó Dana—. Quiero decir, ¿tú lo hiciste?
—Claro, mijín —dijo Jason—. Sigue, siéntete en casa.
—Gracias, Flaco —dijo Jacob—. Nos salvas la vida. Si te contara todo lo que acaba de pasar…
—Pero, fresco —dijo Jason—. ¿De dónde vienen?
—Consiguiendo este libro —dijo Dana, encontrando un lugar para sentarse.
—Déjame ver —dijo Jason, acercándose a Dana, pero solo lo suficiente para apreciar la piel de su rostro—. ¿Y qué es eso? ¿Uno de tus dibujos? —dijo girando para ver a Jacob—. Voy a ver unas cosas acá atrás, ya regreso.
Con eso, Dana y Jacob se quedaron solos, rodeados por las figuras; en su mayoría eran esculturas de caballos talladas en madera.
—¿Encontraste algo? —preguntó Jacob.
—Símbolos sin sentido —dijo Dana—. Mira.
Las páginas del libro estaban llenas de diferentes obras de arte, monocromáticas, con símbolos dibujados con tinta negra. Unas páginas tenían ángeles, otras demonios, pero todas parecían enviar un mensaje diferente. Los rostros de algunos personajes parecían malvados, mientras otros disfrutaban con placer. Hasta que abrieron una página en particular, Dana se detuvo, sorprendida al notar que se trataba de una mano con una bola de fuego sobre ella.
Esto tiene que ser importante, pensó. Si tan solo pudiera entender de qué se trata.
Jacob decidió esperar a que pase la tormenta. Después de todo, solo quería salir a comprar víveres para regresar a casa. Tenía mucho trabajo por hacer y, por alguna razón, las anécdotas del día lo llenaron de inspiración.