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Sibilare - Parte 10

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Con eso, el pequeño dragón salió del bolso y la temperatura del lugar bajó rápidamente. La criatura volaba en círculos sobre Dana, destruyendo cualquier resto de agua sagrada. Aunque ella todavía no sabía lo que estaba pasando.

—Eres astuta —dijo Germán—. Pero no será suficiente para salvarte.

Él sostuvo su arma con ambas manos, listo para atacar.

Dana dudó, sin seguridad de poder usar sus poderes. Notó que la espada empezó a emanar un fuego negro, el mismo que vio a lo largo del día. Estoy perdida, pensó. Es imposible que pueda escapar. El miedo empezó a apoderarse de su cuerpo, confusión por lo que estaba sucediendo.

—Padre, ilumina mi camino —dijo Germán, y una fuerza lo empujó hacia adelante.

Dana se asombró al verlo acercarse volando. Recordó las manos negras que tomaron sus pies en la mañana. Tengo que estar en constante movimiento. Se concentró en el elemento aire y se empujó hacia arriba, su cuerpo tambaleando para recuperar el equilibrio, pero demasiado alto y con excesiva fuerza. Sintió al viento soplar con fuerza desde el suelo, levantando su vestido y volviendo imposible que pudiera ver.

Germán se sorprendió al verla elevarse, pasando a gran velocidad bajo los pies de Dana, intentando con todas sus fuerzas alcanzarla con el fuego negro que brotaba de la cola del demonio.

Una vez que se detuvo, Dana notó que podía asentar los pies sobre algo translúcido. Sin otra alternativa, cayó sobre el disco de oxígeno comprimido y sintió su vestido regresar a su posición original. Giró para buscar al hombre de armadura roja con negro, y vio que él la miraba sorprendido.

—Tus trucos no te van a salvar —dijo Germán, y se impulsó hacia ella.

Una energía debía estar empujándolo para que pudiera saltar con tanta fuerza. Aunque fue demasiado sencillo para ella evadir el ataque. La espada dejó una ráfaga de fuego negro al pasar cerca de ella, cuando, de repente, sintió que la estructura bajo sus pies desaparecía. En su lugar, una llama negra.

Era imposible; no vio cuando el hombre de la armadura lanzó una bola de fuego. De inmediato, el aire que soplaba bajo sus pies volvió a levantar su falda. Dana perdió el equilibrio.

Caíste, pensó Germán, dejando que la gracia del padre lo impulsara de regreso, cayendo gracias a la gravedad sobre la hechicera. La espada iba dejando una estela de fuego, su trayectoria directa para estrellarse sobre ella.

Dana sintió caer, aunque su cuerpo se mantuvo flotando con el aire que estaba controlando. Moviendo sus manos para alejar la falda de su rostro, notó que estaba a punto de recibir un golpe y se cubrió la cabeza con los brazos, cerrando los ojos para recibir el impacto.

Germán osciló su espada para acabar con la cacería; la satisfacción de haberla alcanzado lo hizo sonreír. Ella demostró poderes que a muchos les tomó décadas desarrollar, no podía dejarla continuar con vida. Sintió su espada estrellarse, pero se sorprendió al notar que, pese a su fuerza, le fue imposible continuar.

Dana escuchó el golpe a unos centímetros de su cabeza. Abrió los ojos para ver al pequeño dragón y notó que una pared de cristal flotaba sobre los dos. Vio al hielo sobre ella empezar a caer en pequeños pedazos, estos se apartaban de ella como si una energía alrededor de su cuerpo la estuviese cubriendo. Dana bajó despacio hasta que sus pies estuvieron sobre el piso, y recordó sus bolas de oxígeno líquido destruyendo el fuego negro hace unas horas.

Al otro extremo del corredor cayó el vicario con su espalda hacia la hechicera. Eso es imposible, pensó, sorprendido por lo que acaba de presenciar. Luego giró para ver a la mujer de vestido largo, pero ella ya no parecía ser la misma. Decenas de trozos de oxígeno cristalizado flotaban alrededor de ella, el piso parecía congelado bajo sus pies y una leve brisa hacía que su cabello se moviera ligeramente.

Dana no podía controlar su mente, estaba enfurecida. Algunos cristales salieron disparados en dirección al hombre con armadura; él saltó a un costado para esquivarlos y se dispuso a atacar. La espada se encendió con más fuego negro que antes. Ella creó una bola de fuego con sus dos manos y la arrojó hacia él.

Germán vio la bola de fuego y supo que no la podría esquivar, así que cambió el objetivo de su ataque, oscilando su espada para partir la bola de fuego en dos y seguir con su ataque. Se sorprendió al recibir el golpe de los cristales contra su armadura. Pero pasó algo que no esperaba: uno de ellos lo lastimó en la mejilla. Se detuvo para limpiar la sangre con los guantes de su armadura. Miró la sangre y levantó la mirada para ver a la hechicera.

Dana respiraba de forma agitada, su cuerpo listo para continuar luchando. Miró al hombre de armadura bajar el visor del casco y volver a empuñar su arma. Esto no está funcionando, pensó. El hielo no parece tener efecto. Así que se concentró en el elemento aire; un torbellino empezó a mover todo a su alrededor.

—Padre, haz que tu fuerza repose sobre mis hombros —dijo Germán, y se volvió tan pesado que el viento girando alrededor de la hechicera no lo podía mover. Pese a eso, encontró demasiado difícil moverse y atacar.

Dana notó que los cristales flotando a sus costados desaparecieron; en realidad, estos también giraban con el viento, estrellándose contra las paredes. ¿Qué estoy haciendo?, se preguntó. Y el aire se detuvo, o en realidad se concentró entre sus manos, girando a gran velocidad.

Germán notó que el viento se detuvo de repente y se impulsó para atacar. Era imposible fallar; la hechicera estaba a la distancia perfecta para alcanzarla con la espada. Esto era todo, ya no había una salida.

Dana se sorprendió al ver el aire girar tan rápido que pareció convertirse en un objeto sólido. Sabía que el hombre de armadura se acercaba, pero algo le decía que debía continuar comprimiendo el remolino.

Germán notó que el escudo de hielo empezaba a formarse sobre ella y cambió el curso de su ataque, doblando sus rodillas y oscilando la espada de forma paralela al piso. Cuando sintió una fuerza que jamás había sentido, su cuerpo fue revolcado por una ola de viento que lo hizo girar hasta que perdió el equilibrio y dejó de estar seguro de dónde era arriba.

Dana vio al hombre de armadura salir volando contra una pared. Él se estrelló, cayendo aturdido. Pese a eso, ella lo vio levantarse. No puede ser, pensó, lo logré. La armadura tenía un agujero en el pecho, pero tardó poco tiempo para que esta se regenerara. Y ahora, se preguntó Dana, ¿qué voy a hacer?

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Sebastián Iturralde

Sebastián Iturralde

Un simple ciudadano de este hermoso planeta, eterno enamorado de la creación artística y de las letras, con la firme convicción de que la energía creativa surge de la naturaleza.

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