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Sibilare - Parte 11

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Dana vio al hombre de armadura salir volando contra una pared. Él se estrelló, cayendo aturdido. Pese a eso, ella notó que empezaba a levantarse. No puede ser, pensó, lo logré. La armadura tenía un agujero en el pecho, pero tardó poco tiempo en regenerarse, cerrando el hoyo. Y ahora, se preguntó Dana, ¿qué voy a hacer?

Esta vez, Germán no lo pensó y se lanzó contra la hechicera; su pecho le dolía por el golpe que recibió. Debía actuar de inmediato, así que decidió que era hora de dejar de jugar. Sostuvo su espada con ambas manos y, con movimientos precisos, la empezó a oscilar, intentando golpearla.

Dana no supo qué hacer; sin embargo, el dragón la protegía de cada ataque. Trozos de oxígeno cristalizado volaban entre las llamas negras que iba dejando el arma. Ella retrocedió un poco y notó que Germán no podía acercarse. Esa era la oportunidad que estaba buscando: volvió a crear un torbellino entre sus manos y lo lanzó.

Esta vez, Germán estaba listo. Saltó hacia atrás y, con su mano derecha, arrojó una bola de fuego negro. Al impacto, las dos esferas salieron de control y se expandieron, creando una pared negra. Luego de un instante, la cortina se desvaneció.

Dana no esperaba que fuera tan fácil para el hombre de armadura defenderse. Él tomó su espada y la incrustó en el suelo, haciendo que todo a su alrededor se oscureciera, y el pequeño dragón cayó al piso. De alguna forma, la temperatura del lugar cambió; el frío se tornó en oscuridad. Era difícil de distinguir, pero Dana sintió la fuerza del elemento alejarse de ella.

Germán volvió a atacar, esta vez seguro de que el animal volador no podría defenderla. Dana retrocedió al verlo acercarse; el pequeño dragón caminaba con dificultad. La hechicera concentró su energía, utilizando un torbellino afuera del centro comercial para romper las ventanas del techo y acumular la mayor cantidad de oxígeno posible. Dos esferas de cristal transparente se formaron sobre sus manos y empezaron a girar alrededor de ella. Germán vio que una se acercó a gran velocidad y se defendió con su espada; al impacto notó que el fuego negro se extinguió.

Dana atacó con la otra esfera, pero él era demasiado rápido. Una y otra vez se defendió de los ataques. Ella continuó atacando; eso era lo único que le quedaba, su única defensa. Pero, el dragón… Tengo que volver a intentar. Concentró el torbellino afuera del centro comercial y lo llevó a su mano; el aire viajaba a gran velocidad hasta terminar concentrado en una burbuja.

Viejo truco, pensó Germán, y utilizando la energía de su armadura, sintiendo la oscuridad que se esparcía por el centro comercial, osciló su espada contra una esfera de oxígeno y la partió; pequeños trozos de cristal cayeron al piso.

—Me estoy cansando de esto, bruja —dijo, girando para verla.

Dana aprovechó la oportunidad para hacer que la otra esfera de cristal se estrellara contra la espalda del agresor. Se agachó para estar junto al pequeño dragón; este gruñía, sin dejar de mirar al hombre de armadura. Al acariciarlo, él levantó la mirada y saltó para devorar la burbuja flotando sobre la mano de Dana.

El dragón volvió a volar, solo que ahora lo hacía más rápido, pasaba frente a sus ojos una y otra vez. Dana se sorprendió por la velocidad y notó que la oscuridad empezó a disminuir. A sus espaldas flotaban pequeños torbellinos circulares del tamaño de canicas; ella los lanzó contra la armadura negra.

Germán sintió los pequeños torbellinos estrellarse, empujándolo a gran velocidad. Incrustó la espada contra el piso, intentando detenerse, pero fue inútil, y sintió el golpe de su cabeza contra la pared. Se dejó caer al piso. Por alguna razón, su armadura se volvió demasiado pesada; estaba llena de pequeños agujeros que pronto empezaron a cerrarse. Sin embargo, mientras esperaba boca arriba, notó decenas de trozos de oxígeno cristalizado flotando sobre él. En un instante, todos cayeron.

Dana no quiso ser responsable de otra muerte, aunque no estaba segura de lo que pasó con el helicóptero. De todas formas, los cristales atravesaron la piel del hombre de armadura. Pero ella los detuvo; no era necesario continuar, la batalla había terminado.

Germán sintió los pequeños cortes; estos no parecían ser letales, aunque los cristales seguían incrustados en su piel. Intentó levantarse, pero al moverse notó que era imposible sin lastimarse. Los trozos parecían incrustarse un poco más cada vez que intentaba moverse.

—Padre, concédeme tu fuerza.

La llama negra de la espada se encendió hasta rodear al hombre de armadura por completo. Una vez que el fuego desapareció, Germán quedó en el mismo sitio, con los cristales incrustados y la piel que no estaba protegida con severas quemaduras.

Dana lo vio sorprendida. ¿Qué sentido tiene continuar peleando?, pensó. Solo tengo que desearlo y estarás muerto. Será mejor salir de aquí. Solo que ahora, sabía que la estaban observando por las cámaras de seguridad. Concentrando su mente, creó una esfera de oxígeno cristalizado sobre su mano y esperó, pero el pequeño dragón pasó a toda velocidad y la devoró. Enseguida, Dana creó una serie de cristales, luego los colocó entre ella y las cámaras de seguridad, y salió caminando del centro comercial.

Siguió, segura, ahora que las cámaras de seguridad no la pueden ver, mientras el pequeño dragón descansa en el interior de su cartera.

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Sebastián Iturralde

Sebastián Iturralde

Un simple ciudadano de este hermoso planeta, eterno enamorado de la creación artística y de las letras, con la firme convicción de que la energía creativa surge de la naturaleza.

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