Al principio se asustó mucho, pero le duró poco. Cuando acabó de gritar, cayó desmayado al suelo.
Cuando Thomas despertó, lo primero que sintió fue frío y después desconcierto. Se encontraba en un salón que, en otro tiempo, debió de ser regio y elegante, pero que ahora estaba cubierto de telarañas. Se incorporó, pues había estado parcialmente tumbado y, poco a poco, los recuerdos empezaron a volver a su mente. Recordaba cómo había reído y paseado con su amigo Sam hasta un callejón oscuro, donde las sombras se habían alzado y habían cargado contra ellos ¡y de repente…!
El Silencio.
Recordaba cómo su amigo Sam se había desmayado junto a él, pero no recordaba quién le había traído hasta allí ni qué había hecho con Sam, así que decidió buscarle por la casa.
Recorrió lúgubres pasillos y sótanos, hasta que al fin llegó a una habitación en la cual solo había un baúl dentro del cual se oían ruidos y era lo bastante grande como para que cupiera una persona. Lo abrió, pues ni siquiera estaba cerrado con llave, y dentro encontró a una niña amordazada. Le quitó la mordaza y la niña le explicó que no sabía cómo había acabado allí, y ambos decidieron ayudarse mutuamente y buscar a Sam.
Entonces, la niña se puso pálida y señaló algo que estaba detrás de Thomas. Thomas miró hacia atrás y vio a un fantasma, increíblemente parecido a Sam, que mostraba una macabra sonrisa y que les saludaba lúgubremente con la mano.
El espectro habló:
-Thomas, te presento a mi familia – y al instante las sombras saltaron desde todos los rincones sobre Thomas y la niña. Y nunca más en el pueblo de Chiloeches se volvió a saber de ellos después de ese lúgubre 25 de diciembre de 1995.
FIN