Relato Corto Blog de Ficción

Una noche más

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Al abrir los ojos—encontrándose en una ciudad desconocida—Paul recordó lo que había sucedido, los trágicos eventos que lo llevaron a ese lugar. Una y otra vez se preguntó a sí mismo. ¿Por qué tuvo que ser así?

Ya había pasado el tiempo apropiado desde el atentado, era hora de borrar los recuerdos de su mente. Así que, Paul se levantó de una cama que no le pertenecía—hace tan solo cinco días que empezó a vivir en esa casa. Luego de estudiar cautelosamente el vecindario.

Paul no podía arriesgarse a usar sus tarjetas de crédito, y conseguir efectivo era incluso más difícil. Los residentes del lugar—un hombre y una mujer joven—tuvieron que pedir permiso en sus trabajos con una pistola en la cabeza. Paul los ató al invadir su hogar.

Luego de todo este tiempo, el calor del atentado debe haber disminuido. De todas formas, no podía quedarse más días con sus nuevos compañeros.

Al levantarse, tomó un baño rápido y encontró un par de jeans que se verían bien con su chompa de cuero. Luego, caminó hasta uno de los cuartos.

«Perro mojado,» dijo al encontrar al hombre atado sobre una cama, «gracias por permitir que me quede en tu casa.»

El hombre amarrado de brazos y piernas empezó a forcejear.

«Tranquilo,» dijo Paul, levantando una mano. «No es necesario que te pongas sentimental.»

El dueño de casa siguió forcejeando, pero las vendas en los ojos no le permitieron ver al bandido salir del cuarto.

Con eso Paul bajó las gradas hacia la planta baja de la casa.

«Caramelo…» dijo, acercándose al sofá en el que se encontraba atada la dueña de casa. «Lo lamento mucho pero este será un adiós.»

Paul continuó hasta el garaje, activo el control para que se abra la puerta. Luego, tomó los celulares de los dueños de casa y llamó a emergencias—dejando los aparatos sobre la lavadora.

Una vez que el camino estaba libre, Paul encendió su motocicleta y salió del lugar. No había forma de que lo reconocieran, pero era hora de encontrar un nuevo lugar para pasar la noche.

Paul no había dejado rastros para la policía—y con los cargos en su contra—un allanamiento de morada no tenía mayor importancia. Ahora lo importante era encontrar un nuevo escondite para los próximos días.

Una discoteca puede ser un buen lugar, pensó, acelerando su motocicleta.

Al poco tiempo llegó a un antro adecuado, dejó su casco asegurado sobre el asiento, y se dirigió a la entrada del lugar.

La Quinta Luna era un poco más elegante de lo que esperaba, pero no le fue difícil escabullirse hacia la puerta principal. Una multitud desorganizada rodeaba la fachada llena de luces y colores. Paul se sacó la chompa negra de cuero para dejar al descubierto su musculoso cuerpo bajo una camisa de manga corta, su hermosa cabellera y barba bien mantenida lo hicieron sobresalir entre los demás.

«Oye tú,» dijo uno de los guardias de seguridad.

Paul caminó a través de la multitud hasta llegar a la cadena de seguridad y pasó. Esta situación no era extraña, incluso estaba acostumbrado a recibir un trato diferente por su linda sonrisa.

«¿Vienes solo?» preguntó el guardia.

Paul asintió con la cabeza.

«Sígueme,» dijo el guardia.

Tuvo que esperar de pie contra la puerta. Esa era parte de la estrategia de mercadeo de esa discoteca en particular, y Paul ya conocía el procedimiento.

Finalmente, al entrar se encontró con una mujer de vestido corto. Ella se encargó personalmente de requisar que Paul no porte armas. «Está limpio.»

Paul sostenía su chompa con una mano mientras mantenía los brazos extendidos hacia sus costados. Luego se acercó a la caja.

«¿Datos para la factura?» preguntó la muchacha.

Paul sacó un billete de cien. «Solo abre una tarjeta con este saldo.»

«Enseguida, señor.»

Paul esperó con paciencia hasta recibir su tarjeta y entró en la pista de baile. El lugar estaba repleto, así que caminó directo a la barra—analizando todo lo que veía a su alrededor. Pidió un puro de algún licor y continuó caminando.

Entre todas las personas, tenía que buscar a una chica con atributos particulares. Debía tener la edad suficiente para vivir sola, la experiencia para dejar que un extraño entré en su casa, y la ingenuidad de confiar en una bonita sonrisa.

Al encontrarla notó que estaba con un pequeño grupo de amigas, y sin considerarlo dos veces se acercó a la barra en la que ellas se encontraba—pasando justo a su presa para tomar algo. Dejando que ellas lo vean. Luego de tomar una servilleta giró lentamente, cruzando su mirada con la mujer, y sonrió. Sin detenerse continuó alejándose despacio, antes de detenerse y volver a girar para mirarla.

Alex, la mujer de vestido gris bajó la mirada.

Paul sonrió y la tomó del mentón, empujándola muy despacio para que sus ojos se vuelvan a cruzar. «Eres la mujer más hermosa de este lugar,» le dijo acercando al oído. «¿Bailamos?»

Alex bajó la mirada, sonriendo, y extendió su mano hacia él.

En la pista de baile, Paul continuó mirándola—deseándola. Intentando disimular lo mucho que disfrutaba verla moverse, cruzando sus miradas por un instante para que no descubra sus intenciones. Dejando que sus manos se encuentren de vez en cuando, tomándola de la cintura por un instante antes de dejarla ir.

Ellos sonrieron y se miraron por algunas canciones. Paul no dejaba de mirarla con deseo—hasta que sus ojos cruzaron un poco más de lo normal. Así que aprovechó la oportunidad y se acercó lentamente, tomando por la espalda su cuello. Alex abrió los ojos, intentando detener lo que estaba sucediendo, y los cerró al sentir los labios del extraño sobre los suyos.

El beso fue sencillo, un instante que pareció durar por horas. Con sus cuerpos presionados contra el otro. Paul se alejó, encontrando los ojos de la mujer con los suyos. «¿Salimos de aquí?»

Y así, Paul consiguió un lugar para pasar los próximos días.

About the author

Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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By Sebastián Iturralde
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