Odín salió victorioso de su última batalla, listo para continuar con su vida, aunque ahora todo era distinto. La transformación de su espada en una lanza lo cambió todo. Gungnir seguía brillando con ese plateado tan peculiar, pero su nueva forma… su nueva forma era algo para lo que Odín no estaba preparado. Los días fueron duros mientras entrenaba para dominar el peso y la forma que había adquirido su universo tras aquella batalla. Aún más desafiante fue lidiar con el cambio energético que su arma había sufrido.
Los residentes de Gungnir no fueron capaces de percibir el cambio. Para ellos, todo seguía igual que el día anterior; sus recuerdos habían sido modificados para permitir que ambos universos coexistieran. De la gran espada solo quedaba una pequeña hoja de metal en la punta; el resto era exactamente como Odín recordaba el tridente de su contrincante. Las pesadillas comenzaron a formar parte del día a día de los mortales. El temor a la muerte fue el cambio más radical: quienes antes luchaban con fervor por alcanzar el Valhalla, ahora se escondían en sus castillos, temerosos del final.
La muerte, que antes representaba un paso natural en el ciclo de la vida, tomó un rostro en el mundo de los mortales: un cráneo oculto bajo una capucha negra y deshilachada, que parecía desvanecerse en humo antes de tocar el suelo. Esa era la visión común entre todos. La llegada de este ser los atormentaba, marcando así el inicio de una nueva era para los residentes de Gungnir.
Odín tuvo que volver a empezar, afilando su nueva arma desde cero. La próxima batalla llegaría en siete años. Así comenzó una nueva era para el universo que se gestaba dentro de Gungnir. Al principio, reinó una paz momentánea. Sin embargo, con el paso del tiempo, Odín fue dando forma a su lanza, y los humanos también comenzaron a transformarse. Esta vez, la fuerza del arma les otorgó una nueva razón para evolucionar. Muchos se dedicaron a perfeccionar sus cuerpos para unirse a los distintos ejércitos que comenzaron a ocupar diversas regiones de Gungnir.
Claro que todo esto era ajeno a la realidad de Odín, quien día y noche entrenaba para estar listo para su segunda batalla en esta nueva categoría. El joven dios había perdido un ojo en su enfrentamiento anterior, una debilidad que debía compensar de algún modo. Con el tiempo, logró dominar el nuevo poder de Gungnir y, al igual que lo hiciera Lucifer en su batalla, Odín también aprendió a lanzar su arma y hacer que regresara a su mano. Era algo extraordinario. Su habilidad creció rápidamente, impulsada por el cambio radical de su universo. Solo era cuestión de tiempo antes de que fuera llamado una vez más al abismo, donde tendría que enfrentarse a su próximo oponente.
Odín intentaba mantener una vida normal entre los residentes de Inthys. Claro que, después de su última batalla, nada era realmente normal. Se había convertido en el único dios de su clan en alcanzar una posición tan alta en el ranking divino. Gungnir era vista por los demás dioses como una obra maestra: un universo que jamás antes había sido otorgado a uno de los suyos. El poder creó un vacío dentro de su universo.
Los residentes de Gungnir, cegados por el placer, dieron inicio a una nueva era. Todo cambió de forma instantánea. La llegada de la energía del tridente les dio a los humanos un regalo imposible de rechazar. La adicción se volvió parte del día a día, lo cual los llevó a realizar actos que antes se hubiesen visto como descabellados.
El hambre por su recién adquirida adicción cambió las reglas del juego. Ahora todos estaban dispuestos a doblar las leyes lo suficiente para que no se rompieran. Lo que sea para tener la capacidad de satisfacer sus necesidades de placer. Así los residentes de Gungnir continuaron creciendo, disfrutando del esfuerzo de su dios en afilar su arma para la pelea.
Sin embargo, las acciones del universo estaban enfocadas en los atributos de las puntas de un tridente, por lo que Odín encontraba difícil afilar la cuchilla en el extremo de su lanza. Los días para el próximo encuentro se acercaban y, pese a la insistencia de un dios listo para lo que sea, Gungnir pareció perder la capacidad de una espada. Su hoja se rehusaba a ser afilada mientras su punta continuaba haciéndose cada vez más puntiaguda.
Odín no estaba feliz con el proceso. Gungnir, después de todo, era su arma y él deseaba continuar usándola como una espada larga. Claro que sus entrenamientos se enfocaban en dominar el arte de la lanza, él no quería dejar atrás todo su esfuerzo para dominar la espada. Dar balance a las dos era un reto, porque todos estamos viviendo ese mismo proceso.