Relato Corto Blog de Ficción

Entrevista Medica

E

“Doctor le suplico,” dijo Ignacio. “Solo usted me puede ayudar. Estos últimos días han sido más difíciles que los anteriores.

“De repente, de la nada. Así como le suelo contar, me encuentro en un lugar desconocido. De alguna forma, debí caminar, o quién sabe cómo diablos, para llegar a ese lugar. Pero eso no es todo. No… esta vez fue peor.”

“Recuerda que le comenté de ese niño al que encontré muerto. Pues ahora las cosas se tornaron aún peores… tengo miedo doctor. Una vez más desperté de ese largo sueño, pero esta vez me encontraba solo, y en la mitad de ningún lugar.”

“Estaba de pie, algo que ya no es extraño. Miré de un lado al otro para descifrar donde me encontraba, pero fue imposible. Empecé a caminar despacio, debía existir una salida, algún recuerdo que me ayude a regresar, pero fue inútil. Seguí caminando, aturdido por estar lejos del lugar al que tenía que llegar, seguro de que mi último recuerdo fue en casa.”

“Por alguna razón, llegó muy clara la imagen de servir un vaso de jugo en la cocina. Me dio mucha sed estar en ese lugar. Vi que un delgado río corría en medio de las grandes paredes de concreto, debía ser un canal… de algún modo, pero no había suficiente agua para tanta infraestructura.”

“Pensé un poco antes de escoger una dirección. Después de todo, debía encontrar mi camino de regreso a casa, y esas paredes eran demasiado altas las escalarlas. Debí tomar el camino equivocado porque después de este punto las cosas empezaron a ponerse peligrosas.”

“Dígame,” dijo el doctor, “Esto que me acaba de contar fue parte del sueño.”

“No doctor,” continuó Ignacio. “Le digo que estaba despierto en medio de este canal. Me pregunté una y otra vez cómo fue que llegué a este lugar, pero de verdad no recuerdo.

“Así que seguí caminando, esperando encontrar una salida. Estaba atrapado, el mundo me obligó es escoger, entre dos caminos, doctor, sin embargo, escogí el equivocado.”

“No pasó mucho tiempo para que las cosas se vuelvan espeluznantes. La imagen del niño pasó por mi mente, ese pequeño muerto en el callejón, por alguna razón la idea regresaba una y otra vez al caminar. Pensé estar a punto de recordar lo que sucedió, aunque fue imposible.”

“Luego de unos cinco minutos… no debió ser mucho tiempo. Encontré una salida del canal, un tronco contra la pared del cual me pude apoyar, alcancé a sostenerme con las dos manos y usando toda mi fuerza logré subir. Estaba agotado, esta era la primera vez en mucho tiempo que intentaba hacer algo de ese estilo.”

“Para mi sorpresa, lo primero que encontré fue un camino de tierra que empezaba justo ahí. Cómo era posible que existan más personas que usen este tronco para bajar. El camino parecía estar en constante uso ya que era la única parte que no tenía alta maleza, todas estas preguntas empezaron a girar por mi mente, estaba seguro de que las respuestas a muchas de mis dudas iban a ser aclaradas. Sin embargo, empecé a sentir el frío del miedo correr por mi piel.”

“Algo me decía que estaba en un lugar de energía negativa. Quizá era el frío del ambiente, no podía estar seguro, sentí estar entre tinieblas pese a la claridad que daba la luz del sol. No había otra salida, debía seguir caminando hasta encontrar el camino de regreso a casa. Yo no quise seguir caminando, doctor. Pero no había otra salida.”

“Seguí el delgado camino de tierra. Con cada paso podía sentir esa energía imaginaria acariciar mi piel, debía estar loco. Solo es tu imaginación, me lo repetí una y otra vez para tener el valor de continuar. Si tan solo hubiese regresado, debí tomar el otro camino. Doctor, creo que no puedo regresar.”

“¿Regresa?” preguntó el doctor, claramente intrigado por el relato.

“Es que… lo que vi,” dijo Ignacio. “No es posible que haya visto todo eso.

“Aunque, fue grato entender lo que estaba sucediendo. Pues doctor, vine a contarle que logramos solucionar el problema. Finalmente entendí sus consejos, no logro entender porque me tomó tanto tiempo aceptar quien verdaderamente soy. Así que vine para mostrarle mi agradecimiento, pues doctor. Solo usted conoce las historias que una mente perturbada puede creer que es necesario compartir, y tomando en cuenta que ahora todo es diferente voy a tener que asegurarme de no dejar testigos.”

“¿De qué estás hablando?” preguntó el doctor al levantarse de su silla. “Aléjate de mi.”

Sin embargo, Ignacio no tenía intenciones de alejarse del doctor. Era curioso lo fuerte que puede llegar a ser una persona, aunque él llevaba una aparente vida sedentaria. Escondido del mundo, en su cuarto para ocultar su verdadera personalidad. Fingiendo ser miles de personas sin que una de ellas se adapte a lo que realmente es. Ignacio estuvo perdido por mucho tiempo, pero eso era un problema del pasado.

Ignacio se movió rápido, sus acciones impredecibles. Él parecía tener otra misión en mente, se impulsó con sus dos piernas, levantando su cuerpo del piso, sus brazos estirados para alcanzar al doctor. Ellos chocaron por un instante, sus rostros completamente diferentes, Ignacio parecía un animal en persecución de su presa, concentrado, atento. Mientras el doctor se veía sorprendió al cubrir su cara con las manos.

Los dos cayeron al piso. El doctor de elegante vestimenta, luchaba contra los botones de su camisa, pero era inútil. Ignacio lo tenía inmovilizado, presionando su mano sobre el rostro del doctor, esperando que la substancia en el pañuelo lo haga perder el conocimiento.

Ignacio tenía todo preparado, bandas de velcro para atar, un gran balde con ruedas en la cajuela de su camioneta y una manta blanca. Le fue fácil completar su atuendo para verse como un enfermero, él tenía preparado sacar al doctor sin llamar mucha atención. Era una idea descabellada, llena de fallas que comente un novato, pero él estaba listo para afrontar su realidad.

El proceso fue lento y tediosos pero logró llevar al doctor hasta la camioneta, e incluso subir el balde gracias a una rampa eléctrica. Era imposible, todo salía como había planeado, esa era la prueba que estaba buscando, finamente descubrir su identidad.

Ignacio no pensó en pequeños detalles que lo aten al secuestro. Él no podía pensar. Lo único importante era probar que sus ideas era una realidad, esta era la respuesta, finalmente saber quién era.

Así que encendió su camioneta y empezó un control viaje. Está no sería la primera, en múltiples ocasiones fue en búsqueda del mejor camino de regreso a esa cueva, el lugar de sus pesadillas.

Todo está saliendo bien, pensó Ignacio. Está es la prueba que necesitaba. Es la única explicación, una vez que logre llevar al doctor, él es el único testigo, al deshacerme de él, nadie sabrá lo que hice.

Ignacio creía estar cerca de comprender su sonambulismo. Él siempre pensó que sus caminatas nocturnas debían ser más complejas. Era imposible que, pese a sus innumerables intentos, existan días en los que despertaba a varios kilómetros de su casa. Al parecer, él era capaz de abrir puertas y conducir vehículos al dormir. No había otra explicación.

Él me va a ayudar a entender, pensó Ignacio. Cuando vea todo lo que hice, su mirada será suficiente para comprobar que es real. El viaje no fue largo, sin embargo miles de planes y posibilidades pasaron por la mente de Ignacio, él quería estar listo para cualquier sorpresa, después de todo solo un genio podría ser capaz de vivir tanto tiempo si ser atrapado.

La camioneta pasó por un camino creado con los múltiples viajes que hizo Ignacio. Una y otra vez buscó el camino de regreso a la cueva, quería estar seguro de que todo era verdad, en ocasiones pensaba que su mente le estaba jugando sucio. Sin embargo, después del incidente que lo llevó a la cueva, Ignacio volvió a despertar en el interior de la cueva en repetidas ocasiones. Con el pasar del tiempo el empezó a sentirse seguro en ese lugar.

Algunos movimientos bruscos de la camioneta hicieron despertar al doctor. Él se levantó para notar que estaba viajando por un improvisado camino entre un bosque, sin pensarlo se impulsó para saltar pero dudo al ver pasar a los árboles a su costado. Lastimarse al caer sería un mayor problema, era mejor disimular y esperar escondido.

Después de un poco tiempo la camioneta se detuvo, Ignacio sabía lo que debía hacer. Él giró para mirar el cajón de su camioneta cuando sintió al doctor estrellarse contra su cuerpo, los dos cayeron a piso y empezaron a forcejear. Ignacio golpeó al doctor en el rostro, dejándolo en el piso con la cabeza dando vueltas.

“Tengo algo que indicarle,” dijo Ignacio, dando un paso hacia atrás.

“No era necesario que me traigas en contra de mi voluntad,” respondió el doctor en el piso, con su bata de laboratorio llena de tierra.

“En realidad doctor,” dijo Ignacio. “Esta era la única forma.”

“¡Estás loco!” dijo el doctor al levantarse.

“Sígame, por favor,” dijo Ignacio, girando para tomar una maleta negra de la cajuela.

Ignacio empezó a caminar con seguridad. El doctor no recordaba el tono de voz con el que lo escuchaba hablar, era como si fuese una persona diferente, alguien que tiene un plan y está seguro. Pero ese no era el Ignacio que el doctor recordaba, en sus citas médicas era obvio que el mayor de sus problemas era la falta de amor propio. Era como si de un día al otro Ignacio desarrolló seguridad en sí mismo.

El doctor lo siguió sin tener otra alternativa. Él todavía tenía la esperanza de que esto solo sea la descabellada idea de un paciente que desea demostrarle que tenía razón, una lucha del ego para encontrar otra trampa en la que puedas caer, él sabía que Ignacio necesitaba ser visto como la persona que él creía que era. El doctor debía estar listo para manejar la situación y que nadie salga herido.

“Si ve,” dijo Ignacio al detenerse. “Esta es la cueva de la que le estaba hablando.”

“La que encontraste al despertar en el canal,” dijo el doctor.

“Sí,” dijo Ignacio, “sabía que no me creerías. Por eso decidí traerte en persona, para que veas y experimente lo que viví aquel día.”

“¿Bueno… y qué es lo que esperas que haga?”

“Entre.”

El doctor miró hacia atrás, analizando la situación en la que estaba involucrado. La única forma de evitar el conflicto era seguir las órdenes, de alguna forma el doctor pensaba que podía manejar a Ignacio.

“Está bien,” dijo el doctor. “Te vas a quedar afuera.”

“Es mejor que lo haga solo,” dijo Ignacio, señalando con una mano el interior de la cueva.

Sin embargo, Ignacio no pudo quedarse afuera esperando y entró tras el doctor para ver su reacción. Él sabía que esa era la parte más importante del proceso, ser aceptado por el mundo como la persona que realmente era, así que siguió de cerca al doctor, intentando no llamar su atención.

Los dos pasaron por la oscuridad de la entrada. Se fueron perdiendo entre las tinieblas de un lugar que parecía no tener fondo, el doctor empezó a sentir aire frío a su alrededor, quizá era la humedad de la cueva o la misma energía que sintió Ignacio la primera vez que entró. De todas formas no había otra alternativa, el doctor debía seguir el juego, por un tiempo, hasta encontrar otra salida a su predicamento.

Entre tinieblas caminaron por un instante antes de que la luz de un agujero en el techo de la cueva deje entrar un rayo de luz. El interior del cuarto era iluminado con la reflexión de una estructura en el piso, parecía una pirámide de espejos, peor aún, se podían ver cadáveres humanos colgados contra las paredes.

“Estás loco,” dijo el doctor al girar. Él se encontró con Ignacio a pocos pasos de distancia. “¿Para que me has traído a este lugar?”

“Ya ve doctor,” respondió Ignacio con tranquilidad. “Esto es lo que mi sonambulismo creó.”

“¿De qué estás hablando?”

“Doctor, doctor,” dijo Ignacio. “Recuerda al cadáver de la niña. Pues, debí despertar antes de llegar a la cueva. No ve, todo encaja.”

“¿Cómo puedes estar seguro?”

“Parece que sabes lo que tiene que pasar,” dijo Ignacio. “Tu serás mi primer trofeo despierto. Así podré ser la misma persona en la mañana y noche.”

El doctor miró sorprendido. Ignacio se veía feliz, algo que él no había visto en mucho tiempo. La soledad que atrapó a su paciente luego de la pérdida de su esposa, las malas noches e incluso su insomnio. ¿Podrá ser posible que él haya hecho todo esto?

Era el trabajo de años. Cadáveres secos para que sus cuerpos se mantenga unidos por la piel, eran momias sostenidas por sogas para colgar frente a las paredes de la cueva, todos en diferentes poses y distribuidos alrededor del cuarto circular.

El doctor sentía el frío aire entrar en sus pulmones. El lugar era húmedo, con varias puertas para continuar hasta el fondo de la cueva, era un museo de triunfos. El doctor miró a su alrededor mientras daba un paso para atrás, él estaba seguro de que Ignacio lo volvería a atacar, esta vez, el doctor estaría listo.

Ignacio se agachó para abrir su maleta. Él estaba tranquilo, algo le decía que matar al doctor sería fácil, más fácil que traerlo desde su consultorio. En poco tiempo encontró el arma que estaba buscando, un revólver cargado y aceitado, listo para terminar con la vida de su único obstáculo. Sin embargo, Ignacio sintió al cuerpo del doctor estrellarse contra el suyo.

El doctor encontró una oportunidad y la aprovechó. Era su única salida, estaba seguro de que Ignacio tenía planeado matarlo. Así que, pese al miedo, él se lanzó contra el cuerpo de su paciente para detenerlo. Al empujarlo notó lo fácil que fue hacer que pierda su balance, lo vio caer al piso, mientras tanto tomó la maleta y se sorprendió al ver el arma.

“¡Estás loco!” dijo el doctor, sosteniendo el arma en su mano. “¿Acaso piensas matarme?”

Ignacio giró sobre el piso e intentó levantarse.

“No te muevas,” dijo el doctor, apuntando con el arma.

“Doctor le suplico,” dijo Ignacio. “Lamento que tenga que ver esto, pero no hay otra alternativa, me tiene que matar.”

“Silencio,” dijo el doctor. “Estoy pensando.”

Ignacio se levantó. Era obvio que estaba dispuesto a morir si era necesario, de todas formas, él estaba muerto si alguien se enteraba de lo que sucedió, si eran los cadáveres descubiertos. Así que intentó moverse hacia adelante, pensó en correr y saltar sobre el doctor, pero se detuvo con el sonido del disparo. Frío corrió por todo su cuerpo, el impacto debió ser tan doloroso que dejó de sentir. Ignacio estaba seguro de estar a punto de morir, quedar desangrado en el suelo de esta cueva, convertirse en un trofeo más.

Sin embargo, el tiempo pasó e Ignacio no sintió el disparo. ¿Esto es lo que sucede? se preguntó. Acaso no voy a saber donde recibí el impacto. Fue entonces cuando vio al doctor caer sobre sus rodillas, seguido por el arma en el piso y el resto de su cuerpo desplomarse. ¿Qué pasó? Él miró a su alrededor, pero no había nadie. La idea de estar equivocado llegó a su mente, finalmente pudo ver que no era él quien organizó los cadáveres.

“¿Está alguien ahí?” preguntó con temor, dio un paso para acercarse al doctor y tomar el arma. Pero escuchó un segundo disparo.

“No te muevas,” dijo una voz misteriosa. “Te dije que solo tú podías venir. Has roto nuestro contrato y ahora tu vida me pertenece.”

“Espera un segundo,” dijo Ignacio con prisa. “¿Me conoces? Cuéntame más. ¿Quien soy para ti?”

“No tenemos tiempo para esto,” respondió la misteriosa voz. “Te dije que llegaría el día en que seas mío.”

Ignacio estaba confundido. Acaso él conocía al hombre detrás de esa voz en la oscuridad. Una explosión lo obligó a cerrar los ojos, él sintió una malla tocar todo su cuerpo antes de ser llevado hacia atrás e impactarse contra la pared. Era inútil, no podía moverse, estaba atrapado.

Entre las sombras vio a un hombre de labios rojos acercarse. Caminando despacio mientras frotaba la navaja de un cuchillo contra otro. “Es una pena perder a alguien como tu, Ignacio.”

“No, no,” dijo Ignacio al imaginar el frío de la cuchilla contra su piel. “Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo.”

“Quieres negociar con la muerte,” dijo el hombre de ojos azules. “Cuando lo único que quiero es tu vida.”

“Espere, por favor,” dijo Ignacio al sentir la cuchilla acariciar la piel de su abdomen. “Puedo ser su servidor.”

“Tus servicios ya no son necesarios,” dijo el hombre de colmillos afilados antes de empezar a trabajar con otro cadáver para su museo.

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Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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