El caballero alcanzó a protegerse del ataque que lo sorprendió al entrar en la habitación. El choque de su espada contra las garras de la criatura casi lo obligó a soltar su empuñadura, pero Aslan no estaba dispuesto a rendirse. Había una fuerza en su interior que lo ayudaba a continuar, pese al cansancio y más allá del dolor que podía sentir. Después de todo, su misión no era personal.
Se levantó, empuñando su espada—Resplandor—listo para continuar con la batalla. A pocos pasos se encontraba uno de los Cerka, los oponentes más aterradores con los que se había enfrentado. El cuerpo de la criatura había perdido las características humanas tradicionales; ahora se parecía más a un oso sobrealimentado. El híbrido entre un humano y un lobo volvió a atacar.
Esta vez le fue imposible esquivar las garras de la criatura. Aslan sintió cómo su armadura se rompía como mantequilla bajo un cuchillo caliente. ¿De qué están hechas sus garras?
Aslan sabía que no podría continuar peleando por mucho tiempo. Su respiración estaba agitada, y la energía que había desperdiciado para llegar a este lugar lo estaba pasando factura. Un gran comedor lo separaba de la criatura, con platos y cubiertos esparcidos por el piso. Un banquete interrumpido. Las altas paredes del cuarto tenían ventanas a ambos lados, y la luz de colores atravesaba los mosaicos de cristal.
De repente, la puerta que permanecía cerrada al otro lado de la habitación se abrió. Aslan giró para observar y, para su sorpresa, vio a otro Cerka—con garras de metal—entrar en la habitación. ¿Otro más?
No había salida. Aslan estaba solo y no tenía idea de lo que podría encontrar al continuar al siguiente cuarto.
—Luz, protégeme —dijo, y su aura brillante se iluminó.
Aslan tomó su gran espada, Resplandor, con ambas manos, cerrando los ojos para recibir la bendición. Al abrirlos, sus ojos brillaban casi tanto como la hoja de su arma.
Las criaturas se detuvieron para cubrirse los ojos; la luz iluminó todo el cuarto. Pero, cuando su intensidad disminuyó, las criaturas volvieron al ataque.
Aslan se colocó en posición de defensa, mirando a las criaturas acercarse por distintos lugares, calculando cuál sería la primera en llegar. Te tengo. Su espada dejó una línea de luz tras el ataque. Con un movimiento preciso, la estrelló contra su contrincante. La criatura intentó contraer su piel para evitar el corte, pero fue imposible.
El otro Cerka se detuvo al ver a su compañero caer en dos partes diferentes, retorciéndose antes de quedar inmóvil. Luego giró para huir.
No lo harás, pensó Aslan, tomando el libro que colgaba de una cadena a su costado. Luego apuntó a la criatura con su espada, y un rayo de luz la alcanzó, enviándola con fuerza a través de uno de los inmensos ventanales.
Aslan se detuvo para observar la gran caída desde el filo de la ventana destrozada. Luego giró hacia la puerta por la que había salido la segunda criatura y continuó su búsqueda.
—Aslan —dijo Sharai, la hechicera de vestido azul largo—. Tenemos que salvar a la princesa.
Aslan asintió con la cabeza, colocando su gran espada sobre el hombro.
—¿Dónde están los demás?
—No los he visto.
Están bien, los puedo sentir.
—Sígueme —dijo Aslan—. Tenemos trabajo que hacer.
Los dos corrieron hacia la puerta del siguiente cuarto.